La fábula más concisa de la historia

Por agreste ventanal apareció un no menos silvestre pardal que, revoloteando revoltosamente, se posó frente a una jaula de áureos barrotes habitada por un distinguido ruiseñor.

El pardal miró al ruiseñor, curioso, y se dijo:

- Alpiste en inagotable abundancia, ¡qué privilegio!

Mismamente el ruiseñor hizo las veces observativas y se dijo:

- Alas que toleran largos vuelos, ¡qué privilegio!



Adanhiel.

Pues si que es conciso.

Todo lo nuestro parece poco, parece, e inmerecido privilegio los bienes que anhelamos, cuando son otros quienes los poseen...

Pocas palabras bastan ante mentalidades perspicaces y predispuestas sensibilidades, como en tu caso queda manifiesto, Castillo. Te confieso que a veces cuesta menos escribir profusamente... pero parece que mereció la pena el esfuerzo.

Afectuosos saludos.

Interesante fábula que demuestra que nunca estamos conformes con lo que tenemos y siempre pendiente de los que otros poseen y/o disfrutan. Aquí caben refranes como: Las apariencias engañan, No todo es como el cristal en que se mira, entre utros. Un placer leerte.

Otro gran placer para mí el que me hayas leído y comentado, querida Trina; el anhelo de lo ajeno nos hace sentir desgraciados y frustrados, por lo tanto... ¡¡no anhelemos más que lo justo y necesario¡¡

Un fuerte abrazo, Jaime, gracias por pasarte por aquí y autoexaminarte de esa jovial manera (menos mal que no has sido muy duro contigo mismo, ja, ja)

¡Excelente!






(Comentario corto y austero pero con una gran carga emotiva que enfaticamente señalan los signos de admiracion)

Un placer haber recibido ese breve pero, como bien dices, enfático comentario, compadre, una parrafada no me habría sentado mejor por lo que te lo agradezco.

Para ti quede uno de mis más sentidos abrazos fraternales.

Qué bueno. Me dio pena el pobrecito en la jaula. Es verdad, siempre se necesita más y siempre hay alguien que está en situación mas desafortunada que la nuestra.
Nilda

A veces (o más frecuentemente de lo que admitimos) nos obsesionamos con aquello que carecemos y no sabemos valorar aquello que tenemos y no nos cuesta mucho esfuerzo el conservar. La vida del ruiseñor tiene contras evidentes, pero también pros, igual que la del zarzal... una sabia combinación entrambos sería lo ideal, pero ya sabemos que del sueño de lo idílico ya se encarga la realidad de despertarnos con cajas destempladas.

Un besote, Nilda.