OLIVOS 2005

Olivos 2005


Último viernes de junio.
En el aire se percibe esa pegajosa humedad, llovizna, para, vuelve a hacerlo.
El piso acuna una especie de chocolate donde todo es igual, se confunden las baldosas con el cemento, desaparecen las marcas viales, los colores se mistifican en variados grises agigantando aun más la tristeza.
Como siempre, llegue a esta pequeña oficina a las siete en punto, quité del reloj las fichas del resto del personal, arrastré la chirriosa puerta y levanté la cortina.
La ventana de atención al público me mostraba la rotonda de ingreso y egreso de los vehículos, los puesteros preparando la variada mercadería en pequeños recipientes y más allá las fastuosas mansiones donde ancestrales familias permanecían en silencio. A mis espaldas, también en completo mutismo las interminables veredas alineando pequeñas casas. Todas con distintos jardines adornados con canto rodado y repetidas flores.
La neblina no permitía divisar el final del barrio donde algunos monobloks de diminutos departamentos seguramente pretenciosos de luz se asomarían por sobre los viejos pinos.
Como en tantos casos la avenida principal hacía honor al clasismo.
Tomé del armario las planillas y el libro foliado, ahí quedarían perpetuados los trámites del día.
Cuando me dispuse a fechar el libro, el vidrio empañado me devolvió la imagen de un hombre. No pude evitarlo, quedé absorto.
Me extendió el certificado y lo tomé sin mediar palabra al tiempo que ingresaba Emilia, mi compañera de tantos años y a quien conozco de cuando acudíamos a la escuela primaria.
No me saludó, sus ojos eran un emporio de asombro.
El hombre era de mediana estatura, el cabello asomaba matices, la nariz aguileña dejaba ver un bigote entrecano y algo amarillento. Sus ojos me atravesaban, parecían dardos de jíbaros hambrientos.
Mis manos no dejaban de temblar, Emilia también lo hacía sin pestañear mientras el hombre permanecía callado e inmóvil como una estatua de hielo.
Emilia terminó de sellar los papeles y una vez que los tuvo, el hombre desapareció.
Salí de la oficina cuando vi a mi prima cubriéndose con un paraguas.
Inmediatamente llegó mi mujer que me abrazó en silencio, también llegaron mis amigos y mi hijo, todos me abrazaron mientras me decían no se que cosas.
Caminamos agrupados. Mi madre no faltó a la cita y descendió a la tierra con su último vestido color caoba que conservo en las retinas.

reche

El relato llega en profundidad por lo descriptivo y al mismo tiempo emotivo, además el cierre es fantástico en si mismo.
En mi opinión uno de tus mejores trabajos.
Para criticar, algún tiempo de verbo a mí entender mal usado, sin embargo, no empaña para nada esta obra que aplaudo de pie.
Te felicito querido amigo.

Es uno de esos textos en que el lector se pregunta qué va a pasar. Y pasa.

Gracias Federico Y Cocho.
Muchas gracias.

Excelente en su brevedad, contenido y contundencia, amigo Reche. Muy buen relato.
Saludos,
José

Amigo José, Ricardo muy acertadamente me hizo notar algunos errores en los tiempos del verbo, La ansiedad pudo más que releerlo y así partió.
Agradezco tu comentario.
Un abrazo

Amigo Ignacio, solo gratitud ante tu comentario.
Un abrazo