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 La Posada de los Brujos. Capítulo 28.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 28.   La Posada de los Brujos. Capítulo 28. Icon_minitimeMar Feb 14, 2012 9:34 pm

Capítulo 28

Se Descorre el Velo del Misterio.
La bella mujer, con sus ojos llorosos, lo contemplaba con una mirada de amor y una suave sonrisa; estaba totalmente desnuda, pero María ya la estaba cubriendo con una bata.
Pasmado, el valiente pintor, la contemplaba como si fuera una aparición divina. La belleza de su rostro, enmarcado en su pelo rubio y húmedo que caía como dorada cascada hacia él y la dulzura de sus ojos azules lo tenían atontado. Quería pensar, pero no podía, porque el encanto le quitó el brillo a su inteligencia; sólo sabía que a pocos centímetros estaba la mujer que amó desde aquella noche lejana, donde apenas la vio, y que sólo hacía poco se había dado cuenta de su pasión. Su mente sólo repetía: “¡Es ella, es ella, la Venus Nocturna!”; poco a poco fue recobrando la razón y logró sentarse, tomó su amado rostro que se aproximó ofreciéndole sus labios.
Fue un beso de amor que contenía todos sus sentimientos: ternura, pasión, admiración. El dolor de ambas heridas no fue óbice para que se abrazaran como si estuvieran solos en el mundo; todo desapareció, no existían nada más que ellos dos.
Lupita, los miraba con fascinación, sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas y se alejó lentamente hacia la casona. Bajo la luz de la luna un grupo de personas rodeaba a los amantes, emocionados y en silencio ante una escena de amor tan bello, que no se atrevían a interrumpir.
— ¿Quién eres, amada mía? ¿Acaso un ángel del cielo enviado por Dios? —balbuceaba, mirándola como la única razón de vivir y la inspiración de su magnífica obra pictórica.
— ¿Cómo estás de tus heridas… Lucas… Lucas, amado mío?
La música de su voz le recordó algo y el varonil héroe examinó a su bella musa con detención. Ella lo miraba con inmensa dulzura.
—Yo te cuidaré, Lucas amado.
Su mente analítica tuvo un sobresalto cuando recordó como en escenas de una película a la muchacha desmayada en la exposición, ya sentada en la gran casona con la mirada perdida, o mirando con infantil interés el vuelo de las mariposas envuelta en ropas livianas y amplias; al escucharla decir su nombre repetitivamente, se hizo la luz en su corazón y aunque creyó tener lástima a una pobre enferma, su inconsciente reconoció que la amaba con ternura y que era ella ¡sí, ella era la bella aparición que le inspiró la pintura!
— ¡Gina! Siempre estuviste junto a mí, ya me lo decía mi alma —ella, sonriente, lo besó con dulzura.
—Sí, Lucas, cuando me desmayé al verme retratada junto a mis protectores José y María, ya te había reconocido, pues la luz de la luna te mostraba claramente allá en La Posada. Desde entonces tuve un sentimiento confuso, hasta que llegaste a esta casa comprendí que te amaba. Hoy, frente al plenilunio, nuestra amiga María y José terminaron por sanarme y recuerdo todo mi pasado; estoy feliz y triste.
— ¿Por qué, Gina amada? ¿Qué misterio desvelaste con tu memoria?
—Me siento feliz por volver a la normalidad, pero… triste porque también recordé que quien mató a mi padre fue mi primo Carlo. Ignoro los motivos.
— ¡Pobre niña mía! Comprendo tu sufrimiento, pero yo estaré por siempre junto a ti para cuidarte y amarte.
La bella mujer le acariciaba el cabello y ambos se unieron en un apasionado beso, ya no era la tímida muchachita que creyó conocer, no les importó la cantidad de gente que los miraba con emoción.
El embrujo nocturno terminó bruscamente, cuando se oyó la voz destemplada de Sergio, quien no sabía mucho de protocolos.
— ¡Con que ella era tu musa inspiradora! —su fuerte voz reflejaba la excitación que lo embargaba— ¡Eh, tú no te movai!
Y apretó el cañón de un revólver en las costillas del chofer Jacobo, quien parecía herido. Lucas se limitó a darle una mirada al rufián y comenzó a incorporarse lentamente, ayudado por la bellísima Gina que procedió a colocarle un pañuelo en la herida del brazo; el otro balazo que rozó dolorosamente una costilla ya no sangraba.
Sonrió al grupo de buenas personas que los rodeaban, en especial a las dos señoritas Carusso como pidiendo disculpas. Ellas, muy gentiles, contestaron su sonrisa e incluso doña Matilda lo besó suavemente en la mejilla, musitando a su oído: “Gracias, Lucas; sabía que eres un buen hombre y… un buen marido para nuestra Gina”.
Nuestro héroe se aproximó a Sergio que sujetaba al conductor Jacobo, quien tenía cara de dolor; sorprendido comprobó que tenía clavado un cuchillo de lanzar entre las costillas, mientras Chechito se señalaba a sí mismo con aspavientos por haber sido quien atrapó al bandido que disparó e hirió a José.
—Lo pillé justo cuando estaba apuntándote con este revólver y yo salía con las cuchillas para ayudarte; alcanzó a disparar y herir a nuestro amigo José. Doña María me aconsejó que le dejara “puesta” la navaja para que no se desangre, por mí se lo sacaría por traidor y cómplice de un asesino.
Recién se acordaron de José y de su prisionero, acudieron donde Carlo, sin la máscara, ya se había recuperado del terrible golpe en la garganta; su rostro mostraba un infinito odio, pero José estaba tambaleante, la herida a bala era más grave que lo que pensaron al principio. Esta situación la aprovechó el asesino para empujarlo y quedar libre; emprendió veloz huida entre los árboles y Sergio tomó la escopeta.
— ¡No, Sergio, no podrás darle entre las ramas! Mejor persíguelo.
— ¡Alto, huinca! —la voz débil de José los contuvo. Desde el suelo efectuó un chiflido con sus labios y los perros dóberman salieron como relámpagos tras Carlo Carusso— Un malvado como ese no merece vivir.
Las mujeres se taparon sus rostros y los varones quedaron expectantes cuando se escuchó el rugido de los fieros animales; un grito desgarrador, después un silencio insoportable. Caminaron por donde se dio a la fuga el sobrino de la casa Carusso; el espectáculo fue demasiado horrible hasta para ellos, no quisieron que las mujeres vieran la garganta destrozada del hombre que había engañado incluso a la Policía. Con la farsa de haber sido también atacado a balazos, seguramente por su cómplice Jacobo, logró que lo quitaran de la lista de sospechosos.

(Continuará: “Confesiones que Aclaran Incógnitas”)

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