En el sótano oscuro y húmedo, mientras él dormía, el diablo se escondía debajo de su cama, y sacando media cabeza le lamía las manos con su lengua negra; él, entre sueños, parecía no enterarse de nada, entonces el diablo sentándose a su lado le decía cosas al oído, le tocaba los cabellos, y chascando los dedos lo hacía levitar, le torcía los brazos y le mordía los pies; le hacía girar las muñecas a 180 grados y le aruñaba las mejillas rosadas.
Un día, mientras jugaba, él se despertó, Satanás, sintiéndose descubierto, corrió a una de las esquinas del sótano; con sus enormes ojos lo miró y no supo qué hacer, entonces él le dijo:
-Cuando llegas, me gusta hacerme el dormido.