Cristalento, el encanto horrendo.

En el planeta de Cristalento existían unas personas poco cordiales y envidiosas debido a sus posesiones; la plata, llamada “talentitos” y su terrible actitud de intolerancia. En Cristalento, la ley no valoraba ni respetaba a la gente de bajos recursos. En cambio, en otro planeta muy pequeñito, y lejos muy lejos en el espacio, reinaba la felicidad porque sus habitantes eran tan unidos que nunca peleaban y vivían en paz, ejemplo de ello eran dos niñas estelares llamadas Lolarusa y Mercurina, quienes llevaban alegría por todos los caminos por donde jugaban a volar.

Hasta que un día, Lolarusa se encontró una piedra ganadora de la cristalentico, es decir, la lotería, y fue tan millonaria que pasó al puesto más importante de Cristalento; en instantes la eligieron gobernadora. Pero fue algo triste para Mercurina, quien le deseaba lo mejor a su amiga y esto no bastó para no ser olvidada al cabo de unos meses. Sin embargo, nadie se explica cómo los demás habitantes del planeta pequeño vivieron como reyes, no les faltaba la comida, y menos, los más preciosos trajes de colores.

Mientras la pobre Mercurina sufría algo muy terrible que jamás había experimentado en sus cinco millones de años, el vacío de la soledad, las actividades dirigentes eran normales para Lolarusa, quien se convenció de portarse de manera generosa y ser admirada por sus actos. Esto fue en un principio, pero después, al contar con los mayores lujos y atenciones de sus sirvientes se volvió tan vanidosa y egoísta, que todos los habitantes de ambos reinos eran tan insignificantes para ella, como unas diminutas pulgas espaciales.

Las lunas de Júpiter dieron un montón de vueltas hasta que Lolarusa se sintió cansada de mandar sobre tantas vidas de seres que le tenían pavor, y no respeto y confianza, como pensaba. Tanto así, que entre sus lágrimas recordó algo muy importante en la lejanía; analizó, y claro, era Mercurina, y con sólo pensarlo, fue su energía mágica la que las encontró y como Mercurina era tan noble y sabía perdonar, se reconciliaron, jurándose que no volverían a romper tan bonita amistad. De este modo fueron juntas nombradas emperatrices de Cristalento.

Por ahí se dice que fallecieron en un jardín galáctico desconocido, dando el último suspiro al mismo tiempo. Con este hecho, el hechizo de la maldad que debilitaba el corazón de las más antiguas criaturas, se rompió liberando una lluvia de estrellas moradas.