La carta sobre la mesita de la entrada
… En estos momentos donde mis recuerdos están casi nulos, simplemente me dejo llevar por la brisa de la tarde. Esa leve caricia que se siente todas las tardes entrar por el ventanal de la casona, donde pasamos gran parte de nuestra infancia. Y ahora esta tan vacía.
Parece mentira, tantos años han transcurrido y sin embargo persiste la extraña sensación de que fue ayer, cuando te fuiste por esa puerta, vestida de blanco rumbo a tu nueva vida.
Y pensar que parecía cargada de felicidad y prosperidad. Un derrotero que comenzaste con el corazón lleno de ilusiones, que poco a poco se fueron quedando en el camino. Si lo sé, suena tétrico que tu propio hermano diga esto, pero es así, lo he visto con mis propios ojos…
Estaba ofuscado, sabía que no importaba lo que el escribiera, no iba a recibir respuesta y, sin embargo el insistía todas la quincenas mandando esas cartas a su hermana perdida en algún rincón de un continente que ni siquiera había pisado en su vida. La tarde se le había pasado de largo como la carta misma, todo estaba oscureciéndose cuando sonó el teléfono que aún estaba sobre aquella mesa de mimbre y madera que su padre había rescatado de entre tanta mudanza realizada. Atendió con cierto desgano, pues ya estaba con el sobretodo en la mano.
-“Si, ¿diga?”
Del otro lado del tubo sonó una voz familiar, tanto que se le dibujo una sonrisa.
-“¡Que haces!, como se te ocurre llamara esta hora, tenés que fijarte. Está bien, está bien… perdóname, es que es tarde por allá y, son muchas horas de diferencia. ¿Cómo están por allá? ¿El peque? … Qué bueno, mandale un saludo de parte mía… sí, que… ¡no! ¿Enserio? ¿Cuándo?... pero porque no me avisaste antes… Si, obvio, la casa está siempre lista, eso lo sabes bien… pero por favor no me jodas… en serio, decime cuando llegas… okey, si… no te hagas drama… no pero déjate de joder… hablo con el flaco y te vamos a buscar… en serio… ufa, mira que sos, eh… está bien… pero si no va haber problema… déjamelo a mí… obvio que estoy feliz… como no voy a estarlo… listo avísame cuando sale el vuelo que te vamos a buscar… está bien… llámame… te espero… si yo también tontona…chau”, terminó de colgar el teléfono, se puso el sobretodo y dejo la carta que había escrito sobre la mesita de la entrada, ya no llegaría a destino. Tenía que salir, ahora más que nunca.
Mayo, un mes que disfrutaba bastante. La ciudad le daba la oportunidad de poder recorrerla con un abrigo mientras se sentían las hojas caer de los árboles en esas calles de su barrio, donde las casas todavía eran bajas y, escuchar el crujir de las hojas al caminar por las veredas. Sin embargo sus intenciones se habían desarmado por completo, Marta lo había llamado. Se venía para Buenos Aires, con Nico, el menor de los dos. El único al que no conocía. No quiso decirle más, lo dejó así, con las preguntas a boca de jarro. Le había prometido que le contaría todo al llegar.
Había caminado varias cuadras sin parar, cuando se acordó de la carta. Hizo una mueca, metió las manos en los bolsillos del sobretodo, luego e acomodarse el sombrero y, volvió a caminar por entre las hojas como a él le gustaba, pero esta vuelta ese placer se había esfumado. Marta volvía a casa.
