GOZOSAMENTE

Hacía largo rato que se hallaba recostado sobre la loneta para disfrutar del sol de la tardecita.
La arena estaba tibia. Durmió apaciblemente un par de horas.
Al cabo, despierto y con la espalda desaprensivamente enrojecida fijó su atención de tipo común en un par de mujeres con años suficientes - pero no muy alejados de la radiante juventud -, muy bellas, echadas de bruces sobre la arena fina y blanca cobijadas por la sombra de un parasol. Los lentes oscuros disimulaban la indiscreción.
Enfrentada la una a la otra conversaban con espíritu animado. La rubia se limaba las uñas moviendo continuamente la cabeza como dando curso a sus pensamientos. La morocha vuelta de cara al mar lucía con la cabeza apoyada sobre una toalla. La giraba esporádicamente toda vez que hubiera de replicar con voz queda, o confirmar con un gesto ansioso de las manos algún punto de vista.
En una de esas giró el cuerpo y se ajustó los lentes de sol. La rubia apoyó la cabeza sobre un brazo limpiándose con la punta de los dedos la arena del cuerpo con evidente fastidio. Extrajo los propios de un bolso cercano y guardó la lima.
Como obedeciendo a un acuerdo tácito se ubicaron paralelamente la una a la otra. La rubia levantó una media pierna y la apoyó sobre las de su compañera. Entre sonrisas chocaron las cabezas suavemente. Ésta comenzó a deshilvanar suavemente el cabello de la otra para luego depositar sobre sus labios un par de dedos en cruz, como invitándola a callar. Se incorporó, caminó hacia la orilla deteniéndose largo rato a mirar el paisaje marino. Su acompañante la observaba atentamente balanceando los lentes sobre uno de los dedos.
Con indiferencia los bañistas paseaban por la orilla su rutina playera, partiquinos inconscientes de una comedia deliciosa compuesta por dos seres íntimamente ligados por un amor que bien podría representar un ejemplo clásico.
Al morir en la orilla el suave oleaje rompía con furia benévola contra las piernas de la mujer deshaciéndose en pequeños lagos que el reflujo devolvía al mar desarticuladamente.
Volvió sobre sus pasos haciéndole una insinuación a su compañera. Con un gesto confirmatorio ésta se incorporó y extrajo de un pequeño morral una cámara de fotos.
Con el fondo del mar y la puesta del sol majestuosamente escenográfica cumplimentaron varias tomas. Gestos simpáticos, picarescos y amables se fueron sucediendo entre risas y roce de cuerpos. Alguien se prestó gustosamente a fotografiarlas tomadas suavemente de la mano, el cuello o la cintura.
Al cabo, satisfechas, volvieron a guarecerse bajo la sombrilla, enfrentadas al mar.
El sol era un disco rojo brillante que se perdía en el abismo. El cielo verde lila un espasmo de maravilla tributario del triángulo amoroso.
La rubia apoyó la cabeza sobre el hombro de su compañera quien la tomó suavemente del cabello.
Atrajo hacia sí su boca.

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados
Abril 2011

ME ENCANTO,.ME RECORDO A LA CANCION PUERTO POLLENZCA," ALUSINANDO AL GORDITO DE GAFAS QUE FUE CORRIENDO A CAMBIARSE DE LENTES...Y NUESTROS CUERPOS FESTEJARON JUNTOS....MIENTRAS UN SOL MUY ROJO ME GUIÑABA UN OJO.."

LA ESCENA QUE DESCRIBES CON PALABRAS ES REALMENTE DELICIOSA,HACE POR UN MOMENTO QUE EL LECTOR SIENTA ENVIDIA DE TANTO DISFRUTE DESINTEREZADO, DE TANTA BELLEZA,EL PAISAJE SE PROYECTA EN EL SENTIR DE AMBAS ,ME GUSTO.

Excelente texto compatriota,lo que es una constante en tus letras,el buen lenguaje,la narrativa impecable,y ambientaciones de lujo

Un placer leerle este maravilloso escrito,
le dejo un saludo y encantada de estar
presente.

Blanca,
TARDE GRIS

¡Muy bien narrado! Atrapa al lector.

Saludos,
Fernanda.