La encrucijada de Arturo. Capítulo VII. Creí encontrarme en el paraíso

Creí encontrarme en el paraíso

Pasado este imprevisto incidente, me condujo al jardín, que también era grande. Éste rodeaba toda la casa, y abundaban árboles de jardín, plantas, y toda clase de flores, pero las que más prevalecían eran los rosales. Jamás había visto algo tan hermoso y bien cuidado y, creí encontrarme en el verdadero paraíso; permanecía ensimismado oliendo aquella fragancia a rosas, cuando, rompió el silencio, se dirigió a mí y me dijo:
― ¡Y bien joven!, ¿qué té ha gustado más de la casa?
― ¡Me gusta todo mucho señora!, pero nada comparable al jardín y el aroma a rosas, ¡es como si uno se encontrara en el paraíso!
― ¡Me alegro de que sea de tu agrado, lo importante es que te sientas bien trabajando para nosotros, si así es, mañana a primera hora mi esposo te pondrá al corriente del cuidado de las plantas, pero te advierto de que seré muy exigente contigo en lo que respecta a tu trabajo. Tienes que saber que adoro las flores y me gustan que estén bien cuidadas.
Sí cumples con tu cometido tendrás trabajo para rato.
Cenemos y me fui a dormir temprano, ya que me encontraba un poco cansado. La habitación que me asignaron era más bien grande, y estaba decorada con gusto; el color de la cama era negro metalizado, y creo que mediría sobre unos noventa centímetros. El colchón de lana de oveja, las sabanas blancas de puro algodón; le cubría una linda cubierta, y sus bordados hechos a mano. En ambos lados de la cama, descansaban en el suelo dos mesitas de noche, con sus respectivos cajones para guardar los objetos personales, y frente a la cama, un armario para guardar la ropa, justo encima de la cabecera había un crucifijo, y colgados en las paredes cuadros con imágenes religiosas.
Nunca tuve en mi vida una habitación para mí solo, y menos tan hermosa como la que me asignaron, me encontraba tan feliz, que a los cinco minutos estaba durmiendo.
Dormía como un lirón, cuando sentí unos golpes en la puerta y la voz del dueño gritando: ¡Venga perezoso, levántate que tenemos mucho que hacer!.
Sus gritos me desorientaron, y hasta que no reaccioné, ni yo mismo sabía dónde me encontraba. Con una voz autoritaria, me ordeno que me levantara para asearme, mientras que él preparaba el desayuno. Empezamos a desayunar solos, ya que según el patrón la señora se levantaba una hora mas tarde, y justo en el primer bocado, me dijo: Arturo, por hoy pasa, pero en lo sucesivo acostúmbrate a que no te llame nadie, a las nueve ya tienes que estar en el trabajo, por lo tanto, tendrás que levantarte a las ocho, para que te dé tiempo de asearte y desayunar. Éstas son las órdenes que me ha dado para ti mi esposa; ella va a tener que ver poco contigo, porque yo seré el único responsable de hacer cumplir sus órdenes. De momento sígueme que empezamos a trabajar.
El primer día que empecé a trabajar, fue más bien de teoría que de práctica, y escuche con atención las explicaciones de mi patrón, para que al día siguiente me pudiera valer por sí mismo, aunque siempre me quedaba la opción de preguntar si algo no había entendido.
La verdad que me costó poco tiempo de aprender el oficio de jardinero, pues apenas hacia un mes que había empezado a trabajar, y ya me había ganado el aprecio de aquella familia. Trabajar las tierras de labor de mi padre, fue una ventaja para aprender jardinería.
Aparte de gustarme mi nueva ocupación, no me encontraba satisfecho. Veía cosas raras en Isabel que no entendía. Sabía que se encerraba en la habitación que me prohibió la entrada y, que permanecía en ella muchas horas del día. Al final fue su esposo el que me confeso de que Isabel estaba enferma, que nunca logro superar que le mataran a su hijo en la guerra. Me advirtió de que si veía cosas que no comprendía, que fuera tolerante con ella. Igual me hizo saber que había sido un alto cargo en la armada, y que combatió a las ordenes de Franco en la guerra civil española, según sus palabras, todos le debíamos fidelidad, porque él representaba a los españoles como un padre a la familia, que bajo ningún concepto se le podía ofender, y de hacerlo estaríamos ultrajando la nación. Prosiguió su monólogo dando gracias a nuestro caudillo, y a los héroes que combatieron a su lado, que gracias a estos patriotas se pudo ganar la guerra, y nos libremos del yugo comunista.
Según sus palabras, todos gozábamos de privilegios y un bienestar, como nunca tuvimos en España.
Esta conversación era habitual en él, ya que siempre hablaba del mismo tema.
Para mi forma de pensar, era lo contrario de lo que opinaba mi jefe, pero cualquiera le contradecía en aquel tiempo de represión y falta de libertad. Yo lo escuchaba en silencio y le dejaba hablar, aun no estando de acuerdo. Él hizo la guerra al lado de Franco, y los privilegios fueron para los ganadores. Los perdedores, como en la mayoría de las guerras, fueron perseguidos y muchos murieron en represalia, otros tuvieron que exiliarse, y el resto quedamos sometidos al caciquismo del régimen.

Hola Jaime:
He pensado, que igual empecé a pegar mi novela en un espacio inadecuado de la página, si tenemos en cuenta que los capítulos son demasiado largos para el lector, que como siempre vamos un poco faltos de tiempo, y esa ha sido mi única motivación para cambiar de espacio, encabezando solo el título del capítulo, y no del libro, como un relato más, excepto que de un relato al otro hay continuación.
Mis disculpas por no avisar amigo.
Un gran abrazo, Josan

Un realto de corte biografico, que al estar en primera persona le da mayor veracidad e intensidad.
Captas la atención del lector que busca saber más de esta historia.

Que las hadas te acompañen

Viejo amigo, siempre un placer leer esta parte del libro que tuve el privilegio de leer completo hace tiempo.
Besos
Lili

Un saludo para ti amigo leyendo esta parte de tus vivencias
donde siempre me dejas conmovida.
Un abrazo para ti con cariño.

Blanca,
TARDE GRIS

Querida amiga Blanca:
Afortunadamente para mí, solo soy el autor de este relato perteneciente a mi segundo libro “La encrucijada de Arturo” y vasado en hechos reales, sin embargo te puedo decir que conocí a Arturo como conozco la palma de mi mano, ya que además de compartir mi adolescencia con él, por mis venas corre su misma sangre.
Gracias una vez más por tu seguimiento a mis letras amiga.
Un abrazo muy grande Josan