
Uploaded with
ImageShack.us EL DESAYUNO
Me enamoré de ella delante de una tostada untada con mantequilla y mermelada de arándanos.
La empresa “INFORMESSA S.A.” situada en el piso 16º del rascacielos del Paseo de la Castellana, tenía ubicado en la parte Norte, una cafetería donde los trabajadores pertenecientes a la empresa, nos reuníamos durante la media hora del desayuno y la hora libre del mediodía que empleábamos en la comida.
La conocía de vista. Más de una vez nos habíamos cruzado por los pasillos en diferentes direcciones, cada uno con sus ocupaciones correspondientes. La prisa que, normalmente, durante el horario laboral, a cada uno de nosotros nos obligaba a mantener un ritmo imposible de disminuir, no permitía conversaciones personales que retrasaran nuestras correspondientes ocupaciones y aunque, siempre, cuando la veía, su figura se iluminaba con una luz especial que oscurecía al resto de compañeros, nunca había tenido ocasión de cambiar ni una palabra con ella. Sólo me servía para añadir un detalle más a su deslumbrante figura.
La primera vez me sorprendió su cabello ondulado y dorado con reflejos rojizos, no sabía si a causa de la incidencia de los rayos de sol o porque eran de ese color. La segunda vez, pude asegurarme de que aquel reflejo era natural además, los ojos destacaban en un verde claro como si fueran dos gemas prendidas en sus ojos. Así, poco a poco, fui detallando su figura y cuando la veía acercarse por los pasillos, procuraba acercarme a ella cuanto podía para añadir un nuevo detalle a su hermosa imagen. Hasta que, un día, una mañana luminosa, al entrar en la cafetería, la vi sentada a una mesa desayunando con la bandeja frente a ella. Recogí rápidamente la mía y me acerqué de manera atrevida hasta la mesa.
-¿Puedo sentarme y hacerte compañía? – dije lo más firme posible, al tiempo que apoyaba mi bandeja con el desayuno sobre la mesa.
Me miraron dos hermosas perlas verdes, en las que pude leer el asombro, su rostro, el cromo de una sílfide de las aguas de un bosque, mostraba una punto de mermelada granate oscuro junto a una boca como un capullo de rosa, y mientras la observaba ansioso, oí:
-Sí…, por supuesto…- y tras una corta pausa - …si usted quiere…
La evidencia de las palabras no dejaba lugar a dudas, ella nunca se había fijado en mí. Me senté frente a ella mientras me presentaba:
-Luis Aguirre, del Departamento técnico.
Antes de responder ofreciendo su mano en el saludo, se limpió los dedos en una servilleta de papel, detalle que me enamoró más todavía.
Comenzamos a comer nuestras respectivas tostadas mientras ella, ignorante de la mancha de mermelada en su mejilla, mostraba un aspecto serio que contrastaba con aquel gracioso detalle. Sin reparar en el acto, cogí una servilleta de papel y la acerqué a su cara para limpiar el rastro del desayuno pero, ella, al comprender mi cercanía, ligeramente asustada, se echó hacia atrás, prohibiendo mi intención.
-Tienes un poco de mermelada… - e inmediatamente se limpió con la mano pero en la parte equivocada del rostro.
-Es en el otro lado.
Repitió el gesto pero esta vez no acertó en el sitio sino algo más arriba. No volví a decir nada pero, lentamente, acerqué la servilleta y limpié la minúscula porción de mermelada dejando su cara limpia. El calor que sentí en mis dedos fue tan excitante que me vi obligado a controlar mi alteración. ¿Qué me estaba pasando? La cercanía de aquella mujer me confundía y continué con mi desayuno en silencio para poder gobernar mis sentidos.
Como supuse bien, aquel era el horario de su desayuno, al siguiente día, fui a la cafetería a la misma hora y, efectivamente, allí se encontraba, en la misma mesa y con idéntico desayuno. Era una persona de costumbres –pensé- y eso, también me gustó. Esta vez no tuve ya que presentarme, la saludé con una sonrisa y me senté frente a ella, mientras admiraba sus hermosos ojos verdes.
Poco a poco fuimos cogiendo confianza el uno en el otro hasta que, cierto día me atreví:
-¿Qué haces este sábado por la tarde? ¿Lo tienes ocupado?
Mi miró con sus dos preciosas gemas, sonrió, vi como apretaba los labios quizás para no permitir la prisa en la respuesta y dijo:
-No…, bueno sí, tengo cosas que hacer…- dudó unos segundos – pero puedo hacerlo por la mañana así la tarde la tendré libre.
Lo dijo de corrido y me dio la sensación de que, a la frase, le faltaba la puntuación, como si hubiera olvidado los puntos y las comas en un escrito.
Después de aquel día ya no nos separamos nunca. Unos meses después nos casamos. Nos nacieron cuatro hijos, dos varones y dos hembras. Fuimos muy felices aun con todas las dificultades y problemas que la vida lleva consigo. Luego, con el paso de los años, volvimos a quedarnos solos y nos gustaba recordar aquel primer desayuno cuando nos conocimos.
Ahora la tenía frente a mí con una tostada de mantequilla y mermelada de arándanos en el plato. La cafetería estaba llena pero nosotros siempre podíamos sentarnos a la misma mesa, la que estaba cerca del ventanal desde donde se divisaba el jardín de la Residencia para enfermos de Alzheimer. Le limpié con la servilleta de papel una mota de mermelada que le había quedado junto a la boca, sonrió y me miró con aquellas dos gemas sin brillo que ahora eran sus ojos. Pasaría el día con ella, a su lado, en silencio. Ella no recordaba nada, yo, cuando la miraba, ahora tan ausente, recordaba aquel primer desayuno, cuando nos conocimos…- MAGDA.