
Su empresa iba en ascenso, no dependía de la oferta o demanda, porque lamentablemente y para suerte del susodicho, en el pueblo siempre se moría alguien. Gozaba de prestigio aunque mucha gente cruzaba los dedos cuando él pasaba, digamos que era un mal necesario, era de esos que realizan tareas de las que alguien tiene que ocuparse y había que saludarlo cortésmente pues no se sabía en qué momento se lo podía precisar.
A pesar de tener varios empleados, él le daba “el toque personal al muerto”, conocía la vida de casi todos y de eso aprovechaba para desplegar su arte tan particular.
El café de sus velorios era muy apreciado, algún sábado de “fiesta”, las mujeres se engalanaban con sus mejores ropas para visitar la casa mortuoria y sí el velorio se realizaba en las casas era aún mejor. Llegaban los empleados, si la casa estaba dudosamente limpia hacían maravillas y preparaban la cama y al muerto como para una boda, esa última noche se transformaba con su mano en una delicia de placer y las viudas y demás deudos agradecidos.
Al día siguiente luego del espectacular entierro, el almuerzo se nutría de los comentarios de la noche.
-Ni una lágrima ¿viste? Está bien que en vida la torturaba pero al menos demostrar un poco de dolor-
-La gorda Gladys se estrenó un vestido negro, no er el mismo del otro velorio, aunque se le fue la mano con el escote-
-No pensaba que iba a ir, está bien que todos sabíamos que era la amante del muerto pero por respeto se hubiera quedado en su casa, pobre Doña Mercedes, se puso lívida cuando la vio-
Esas reuniones “sociales” le daban vida al pueblo y Don Carlos era el artífice.
Pero como dice el refrán “a todos nos llega la hora” y el hombre enfermó gravemente, la esposa, harta del macabro oficio de su marido, lo cuidaba como corresponde, pero en venganza de tantos años de soledades y desprecios del hombre, excelente comerciante y pésimo esposo, cuando todo el pueblo aguardaba expectante el velorio del “príncipe de los velorios”, decidió…
Ante el último suspiro, acudieron sus empleados de toda la vida a poner en marcha los preparativos.
Ella los despidió en la puerta de su casa y la frase lapidaria cambió la historia del pequeño pueblo.
-Voy a cremarlo-
Nunca más esos velatorios de sueño, ya nada fue lo mismo y la muerte pasó a ser tan chata como la propia vida.
Lili Frezza