LA MEDALLA

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LA MEDALLA

La mañana fresca de aquel invierno que ya finalizaba, me llenó de nostalgia. Mi reloj de pulsera marcaba las siete menos cuarto, en cinco minutos llegaba a la estación y el tren no emprendía su camino hasta las siete en punto, no tenía prisa y caminé con más lentitud. Las calles de la urbanización del pueblo se encontraban solitarias, de vez en cuando sólo algún coche salía del garaje para emprender la marcha por la carretera hacia Madrid, distante unos 50 kilómetros. Arrebujada en mi abrigo, miré hacia los chalets que sobresalían encalados, por encima de los muros que los circundaban, casi todos ellos cubiertos de setos de cipreses o arizónicas para proteger la intimidad de sus habitantes. Me gustaba aquel pueblo serrano donde Juan y yo habíamos comprado un pequeño chalet cuando decidimos casarnos. Era tranquilo y bonito, muy bonito, rodeado de la cordillera serrana cuyas cumbres se divisaban en invierno completamente blancas a causa de la nieve, ofrecía unos momentos de paz muy deseados después del alboroto diario de una capital grande.
Al llegar a la estación me resguardé en la sala de espera y me senté en el incómodo banco de hierro mientras se acercaba la hora de la partida del tren que me llevaba hasta Madrid. Era mi viaje diario para dirigirme hasta mi trabajo. Juan salía media hora antes que yo y cogía el coche que utilizaba en su profesión, lo teníamos así programado en nuestra vida de relativamente feliz matrimonio.
La hora que tardaba el tren en llegar a la capital, era un tiempo relajante empleado en dar rienda suelta a mis pensamientos. Aquella mañana, no sabía por qué, estaba triste, la melancolía, el recuerdo de tiempos pasados, se había apoderado de mí.
Acomodada en el asiento de ventanilla, mi mente comenzó a dar vueltas al pasado y la figura nítida de Arturo, apareció insistente con su sonrisa pícara. Fuimos novios durante dos años, durante dos felices años que finalizaron tristemente. Su imagen aparecía ante mí como si estuviera presente; sonriente, juvenil, cariñoso, siempre positivo; esperaba mucho de la vida, nunca pensaba en algo negativo, para él, todo tenía una bonita solución.
Instintivamente acaricié con mis dedos la medalla de oro que colgaba de mi cuello. Me la regaló cuando formalizamos nuestra relación, nos casaríamos al año próximo, así lo habíamos decidido, pero eso no llegó nunca. Un día, apareció cabizbajo, la mirada triste y me dijo que su empresa había quebrado, se quedaba sin trabajo y sin indemnización de ningún tipo. Arturo no tenía familia, vivía solo y se mantenía de su profesión conseguida con esfuerzo después de salir de una Escuela del Estado para jóvenes sin recursos. Pero era luchador y optimista, sí. Sin embargo, la situación económica del país era muy negativa y el paro aumentaba diariamente al tiempo que las empresas cerraban sus puertas. Los meses pasaban sin conseguir un empleo y se vio abocado a pedir ayuda a las entidades de caridad social.
Por aquellas mismas fechas, el destino puso a Juan en mi camino. Me lo presentaron unas compañeras de oficina y congeniamos. Era un hombre serio, no era un muchacho, con casi diez años mayor que yo, me sentí protegida desde el primer momento y el amor por Arturo comenzó a disminuir sin casi ser consciente.
A lo largo de mi vida me había preguntado muchas veces si aquel amor tan bonito se esfumó a causa de la materialista situación económica negativa y eso me hacía sentirme egoísta porque, algo dentro de mí, respondía afirmativamente. Pero, al mismo tiempo, la justificación del cambio de carácter de Arturo, venía en mi ayuda. Aquella alegría tan atractiva, se tornó, poco a poco, en una tristeza que me atribulaba, y comencé a sentir la infelicidad a su lado. Ya no reíamos, se vio obligado a vender su coche para sobrevivir y comenzó la desesperanza. No podíamos ir al cine, ni a cenar, ni a viajar los domingos por las cercanías de Madrid pues él no permitía que yo me hiciera cargo de sus gastos hasta que, una tarde, después de que Juan me invitara a pasar un fin de semana en su compañía, decidí romper nuestra relación. No dijo nada, no se enfureció, no me pidió explicaciones, sólo me miró intensamente a los ojos y vi en los suyos hermosamente pardos, un abismo de triste desilusión.
Desde entonces no había vuelto a verlo y ya habían pasado unos largos años. Aquella primavera se cumpliría el cuarto aniversario de mi boda con Juan. El pitido de aviso de cerrar las puertas del tren me volvió ala realidad. Habíamos pasado ya unas cuantas estaciones y me fijé en la figura de un hombre que, en aquel momento, había subido al tren. Algo familiar de su aspecto me impulsó a fijarme en él y mi corazón dio un vuelco. No había duda, era Arturo. Más delgado, un poco desaliñado y con barba crecida, sin afeitar. Muy serio, me pareció nervioso, con mirada huidiza, observaba a uno y otro lado desde la plataforma del vagón y, de pronto vi como se dirigía con violencia hacia los pasajeros. En su mano, brillaba una navaja y les exigía, amenazador, le entregaran todo cuanto de valor llevaran encima, móviles, joyas, relojes que iba metiendo en una bolsa. Al llegar a mí, le ofrecí la medalla que arrebató de mi mano, me miró y leí en su cara la estupefacción del encuentro. Se detuvo indeciso durante un momento, le vi enrojecer y sus ojos se llenaron de terror y vergüenza. Tiró la medalla sobre mi regazo y escapó corriendo hacia otro vagón, el revisor se acercaba rápidamente en compañía de una pareja de guardias de seguridad con el arma en la mano.
El tren llegaba a una estación pero las puertas permanecían cerradas hasta que estuviera completamente parado. Miré por la ventanilla y le vi bajar al andén de un salto y echar a correr, al mismo tiempo sonó un disparo y cayó al suelo con un gesto extraño. Me dio la impresión como si alguien, amistosamente, le hubiera dado una palmada demasiado fuerte en la espalda.
Los guardias de seguridad y el revisor llegaron corriendo mientras con el teléfono en la mano hacían una llamada. Antes de que el tren volviera a cerrar sus puertas y continuara hacia su destino, vi como uno de los guardias se acercaba a su cuerpo caído sobre la acera del andén. Hizo un movimiento negativo con la cabeza y la gente que se arremolinaba lentamente para ver cuanto sucedía, se interpusieron ante mi vista. El tren arrancó y siguió viaje mientras yo me colocaba, otra vez, la medalla en el cuello. La acaricié con mis dedos al tiempo que una lágrima cayó sobre la imagen de aquella virgen que la adornaba. MAGDA.


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Precioso relato, un viaje del presente al pasado, y nuevamente al presente, con esa dulce melancolia que tienen tus relatos sobre un tiempo donde todo parece perfecto.
Excelente como logras hilvanar la historia a traves de la medalla.

Que las hadas te acompañen

Gracias Poe, me animan tus palabras, algunas veces parece que la inspiración no llega y cuando esto me sucede me pongo de mal humor y me fuerzo a escribir, a estrujar mis neuronas para sacar alguna historia.Luego, si tiene resultado positivo, ha valido el esfuerzo. Gracias amiga. Un beso.

Gracias amigo Jaime. Tus palabras siempre me animan a seguir escribiendo, es muy gratificante saber que leen con interés aquello que escribes y sobre todo que llega a los sentimientos del lector. Muchas gracias Jaime, te lo agradezco de todo corazón.

Tengo a mi hijo Santiago ahi en Chile y hablo con él cada día por el Skype. Hoy creo que se iba a una islita que se llam Juan Fernández,creo. Va a hacer un estudio sobre aves con otros biólogos chilenos. lástima que no me ha podido llevar en la maleta... (¡¡) Un abrazo.

Muy lindo y a la vez triste relato, Magda. Siempre es un placer leer tus historias, amiga. Un abrazo,
Jose

¡jajaja! No creo precisamente qe vayan a por tesoros pero bueno... ¡si los encuentran....! Muy interesante tu información Siempre se aprende en esta vida yo ccreí que la historia de Robinson Crusoe era pura invención.
Si, ya me ha dicho mi hijo Santi que la destruyó un tsunami. Ellos ya habían estado otras veces ahí para hacer un seguimiento de las aves autóctonas... o algo así... no estoy muy al corriente. Ahora ya hace dos días que no tengo noticias suyas. ya me adviritó qe no sabía como estarían las cosas allí para comunicarse a traves de Internet.Si trae fotos y puedo las pondré en el foro. Un abrazo Jaime.

Magda una historia llena de melancolía, sin embargo al finalizarla uno se da cuenta que su narración ha sido impecable, dejas detalles que enriquecen la historia y hacen entrar al lector en ella.
Como siempre Magda, sigue escribiendo... tu imaginación y talento es imparable.

un abrazo

No sé que decir para agradecer tus palabras, mi querida amiga, sólo se me ocurre

¡GRACIAS!

SI LO HUBIERA SUBIDO CUALQUIERA YO HUBIERA DICHO ESTO ES DE LA ABUELA XANINO,PORQUE ES INCONFUNDIBLE COMO ESCI RIBES, ENTRE LO ROMANTICO Y LO NOSTALGICO, CON ESE AIRE DE TRISTEZA QUE DOS POR TRES ME AGARRAN TUS CUENTOS.
ME GUSTO MUCHO ESTE CUENTO, Y LA VIDA ES ASI DICEN, A VECES NOS DEVUELVE UN PASADO Y ESTE ES TAN DIFERENTE A LO QUE RECORDAMOS.

¡jajaja! Es bueno que te conozcan por el estilo literario, me gusta que mis escritos lleven mi "firma" Gracias Mateo, me alegro de que te haya gustado.