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ImageShack.us LA FAMILIA RATONEZ
La historia empieza un día de verano. La siega había terminado y la familia Ratónez, se dedicaba a almacenar los granos de trigo que deberían abastecerles durante el próximo invierno. Todos estaban muy contentos esperando el momento de la fiesta de la cosecha que se celebraba después de la recolección, pero el que estaba más ilusionado era Bigotón , el mayor de los cuatro hermanos Ratónez porque como era un gran guitarrista, le habían escogido para que diera su primer concierto. A Bigotón Ratónez le apasionaba la música heavy y siempre vestía camisetas negras, pantalones de cuero, lucía largas melenas y tenía peircings en las cejas, en la nariz y en la lengua, cosa que a sus padres no les agradaba demasiado y menos todavía, que perteneciera a un grupo musical que se hacía llamar “Los Melenudos Guay” . El segundo de los hermanos se llamaba Prudencio y era todo lo contrario del mayor. Estudiaba en la Universidad Biología Ratonil Adelantada y aunque un poco despistado como todo buen científico, era serio, sensato y estudioso.
Tranquilino Ratónez era el tercero. Este tenía a su madre muy preocupada pues la pobre señora ratona, no sabía como hacer para que su hijo se interesara por algo. Él chaval pasaba de todo. Sólo comía y veía televisión. Sin embargo, todo hay que decirlo, cuando le ofrecían un “currito” con el que ganarse algunas perrillas, trabajaba como el mejor.
El último de los Ratónez se llamaba Juan y era eso, el Donjuan de la familia. Perfumado, relimpio y bien atusados los bigotes, siempre se le veía rodeado de preciosas ratoncitas.
Como íbamos diciendo, aquel día estaban todos muy atareados en la era, cuando apareció por allí una nueva familia de ratones venidos de países lejanos que dijeron se llamaban Ratonynsky. Eran seis en total, igual que los Ratónez pero con la diferencia de que los cuatro hijos eran unas preciosas ratoncitas albinas, blancas como la leche y con unos ojitos rosas que cubrían con unas gafas redondas para poder ver algo pues, las pobrecitas, eran muy cegatonas. Se llamaban Luz, Blanca, Nieve, y Alba y las cuatro eran tan pulcras como sus nombres. Acostumbraban a adornarse con un lazo rosa que hacía juego con sus ojos y que se ataban alrededor de la cabeza, excepto una, la pequeña Alba, que lo llevaba en el cuello porque como tenía una patita más corta que la otra, cojeaba, y si el lacito se lo ponía en la cabeza, se le caía con mucha facilidad sobre las gafas al descompasar el paso. Como hemos dicho eran nuevos en Ratonilandia y habían alquilado una cómoda madriguera justo al lado de la que ocupaban la familia Ratónez lo que tenía muy animadas a las dos señoras mamás de la familia que se pasaban el día charla que te charla. El señor Ratónez también se sentía feliz pues todos sus ratos libres los pasaba junto a Don Ratonynsky jugando al mus, algo que entretenía mucho a ambos ratones.
Hay que decir que los cuatro hermanos Ratónez, en un principio miraron con recelo a las blancas ratoncitas Ratonynsky porque las encontraban muy cursis pero pronto acabaron intimando con ellas, sobre todo Prudencio que, desde la primera vez que vio a la preciosa Blanca, quedó prendado de ella.
Dadas ya todas estas explicaciones, diremos que por fin, llegó la fiesta de la cosecha. Toda Ratonilandia estaba entusiasmada. En el centro de la era, colocaron un entarimado para la orquesta, rodeado de mesas repletas de canapés, ponches de frambuesas y tapitas de diferentes clases de quesos preparados por las ratonas que habían pasado todo el año esperando este día.
Todos ellos, ratones y ratonas llegaron a la fiesta vistiendo sus mejores trajes y pronto comenzaron a bailar al son de la orquesta de “Los Melenudos Guay” . Estaban en el momento más entusiasmado del baile cuando, de pronto, un fuerte maullido se dejó oír por todo el lugar. Con terror vieron como un enorme gatazo, asomaba su cabezota bigotuda buscando con sus grandes patas cualquier ratoncito que se le pusiera a mano.
Entre gritos y carreras se organizó la desbandada. Con la prisa por escapar, tropezaban unos con otros rodando por el suelo pisoteándose. Bigotón Ratónez en un intento por defenderse, le atizaba al gato con la guitarra mientras oía los gritos del pianista que, como era ciego, no se enteraba de lo sucedido y preguntaba a voz en grito: “¡Pero qué pasa! ¡Pero qué pasa!”. Prudencio Ratónez, haciendo honor a su nombre, se escondió debajo de la mesa de los canapés llevando con él a su amada Blanca, y lo aprovechó, para darle un beso en el hociquito sin que nadie lo viera. Tranquilino, salió de su pasividad como si le hubieran dado un buen pinchotazo y agarrando con fuerza por la cintura a la ratoncita Nieve, tiró a la cara del gato la tarta más grande que encontró en una mesa, con tal puntería, que le dejó cegado durante algunos momentos. Momentos que aprovechó el acicalado Juan, para acercarse al gatazo gritando y haciendo aspavientos, más para llamar la atención de sus admiradoras que por otra cosa.
Nunca se supo el motivo de la huida del gato pero, afortunadamente, se marchó y dejó en paz a los aterrorizados ratoncitos que, una vez comenzaron a serenarse, comprobaron que el atropello había sido fenomenal. Casi todos los utensilios estaban rotos, los alimentos y bebidas derramados por mesas y suelo. Ratones heridos, otros histéricos salían medio ahogados de la ponchera y lo peor, lo peor de todo era que la ratoncita Alba, permanecía tendida en el suelo malherida de un terrible zarpazo. Como era cojita, no pudo correr para esconderse y el gato la había alcanzado. Juan Ratónez fue el primero que la vio y su corazón de conquistador, pegó un fuerte brinco en el pecho. Se acercó a ella, apoyó la cabeza de la ratoncita sobre su hombro pero sólo tuvo tiempo de recoger su último suspiro. Al día siguiente, una casita del queso de Gruyere que tenían por cielo en aquel país de Ratonilandia, la ocupó el alma de la ratoncita Alba.
Estos acontecimientos cambiaron la vida de los hermanos Ratónez que decidieron tomarse las cosas en serio. Bigotón se hizo músico profesional y se casó con la ratoncita Luz. A Prudencio no le fue difícil conseguir un puesto de profesor en la Universidad y, cómo no, se casó con su amada Blanca. Tranquilino se buscó un “currito” fijo y se casó con Nieve y Juan Ratónez que se había quedado muy triste por el cambio de vida de la pequeña Alba, se volvió serio y responsable y, un día, los sorprendió a todos diciendo que se iba con una ONG a ayudar a los necesitados de un país lejano que se llamaba Ratonibomwuanda.
Pasaron unos cuantos meses y un día, todas a la misma hora, nacieron tres nuevas ratoncitas plateadas hijas de las nuevas familias Ratónez-Ratonynsky a las que pusieron por nombre, Plata, Argenta y Grisita. El bautizo fue uno de los más recordados en aquel país de ratones por la cantidad de peladillas y caramelos que se repartieron en el festejo. Y cuando todos reían felices, alguien pidió un momento de silencio. Entonces todos levantaron los ojos hacia su cielo que era un enorme queso de Gruyere para saludar a la ratoncita Alba que, desde la ventana de su nueva casita celestial, muy feliz les sonreía a todos.
Y todos fueron muy felices….
FIN
MAGDA