Secuestrado

Tenía las manos adormecidas por las ligaduras de sus muñecas, los ojos vendados y estaba amordazado con una especie de cinta adhesiva. No sabía cuantas horas habían pasado desde que un empujón lo arrojara a un sótano. Varias ideas revoloteaban en su cabeza, no tenía claro por qué estaba cautivo y que harían con él. ¿Quizás se hubieran confundido de persona? Suponía que su vida dependía de mantener una absoluta ignorancia sobre la identidad de los secuestradores. El rapto lo había realizado gente encapuchada y esto hablaba a las claras que no querían ser identificados.

A lo lejos, se sentían esporádicos ladridos, imaginaba un descampado por la ausencia de ruidos de autos, sólo una vibración en el suelo daba cuenta de la presencia de algún tren. Tenía miedo, la garganta seca y los músculos tensos. Por momentos el silencio era profundo, oía el ruido que hacen las ratas al roer y por sus chillidos, eran muchísimas. Estaba indefenso y rezaba para que no lo atacaran. La sola idea de tenerlas sobre su cuerpo mordisqueándole el rostro lo atormentaba.

Trataba de moverse para ahuyentar las ratas que sentía cada vez más cerca, las imaginaba mirándolo con sus ojos inexpresivos y sus hocicos olfateando su piel, humedecida por el sudor. Sintió que algo le caminaba por la cara y el pecho, sus gritos se ahogaron en la mordaza, sabía que eran cucarachas, no las veía, no obstante, podía adivinar que eran miles. Intentó pararse poniéndose primero de rodillas, luego apoyó la planta de un pie en el piso disparejo, se incorporó, trastabillo y dio la cabeza con fuerza contra lo que debía ser una viga. El golpe le produjo un intenso dolor, sintió que la sangre corría por su frente, mojó la venda de los ojos y empezó a gotear de su nariz. Tambaleante buscó apoyo, dio un paso hacia atrás, otro y otro más, se encontró con una pared, al tacto la notó rústica, quizás de ladrillos sin revocar, se recostó, su pulso estaba acelerado y la respiración se le dificultaba por la mordaza. Trató de calmarse, pensó que si no lo hacía se desangraría más rápido, respiró hondo para controlarse.

La insoportable idea de las ratas alimentándose de él lo mantenía consciente. Pasaba el tiempo, no podía determinar cuanto, la sangre no paraba, la herida debía ser importante a juzgar por la cantidad que sentía correr por su rostro. Comenzó a temblar, supo que se estaba debilitando, se acordó de Jesús crucificado y rezó.

Nunca imaginó una muerte tan absurda. De pronto, renacía su esperanza cuando pensaba que sus captores regresarían para alimentarlo y mantenerlo con vida curándole la herida. Si deseaban cobrar un rescate no les serviría muerto. Durante la noche, las fuerzas se le terminaron y se deslizó por la pared hasta quedar sentado.

Al otro día, su cadáver estaba siendo devorado por cientos de ratas mientras que desde la puerta del sótano se escuchaba la risa de un hombre que decía:
“Perdiste Chicho este no les duró ni dos días a las ratas y eso que lo elegiste joven y gordito. Págame hermanito, esta vez te gané en buena ley”.

Lo aleatorio, la predestinación, y las cosas que pasan con y sin sentido o finalidad? qué es qué?
Un buen micro (que, confieso, me dió repulsión y ansiedad en algunos momentos. Y hasta impotencia y bronca por ese personaje). Si me pongo a pensar más, caigo en el poco valor que tiene la vida para muchos "humanos?". Un buen relato. toca las fibras de la deshumanización.

Muy buen relato, Ricardo. Coincido bastante con la opinion de Silvina. Saludos,
Jose

ME DIO UNA SENSACION RARA, ENTRE BRONCA Y ASCO ,PERO EL CUENTO ES BUENO, MUESTRA ESA FACETA DE ABSURDAMENTE ANIMAL QUE TENEMOS LOS SERES HUMANOS, O MEJOR DICHO DE CREERNOS DIOS CON DERECHO SOBRE LA VIDA DE LOS DEMAS SIMPLEMENTE POR JUGAR.
MUY BUENO