ENAJENACIÒN

Dejen esa mierda ahí.
Fue una sentencia clara.

Miguel Antonio Martínez era uno de los hombres más queridos en el puerto.
Estibadores, wincheros, montacarguistas y auxiliares de tráfico veían màs que a un jefe, un caballero.
Por eso su actitud les asombró.
Algo andaba mal…

Terminada la jornada, cada quien se fue al encuentro con su propia realidad.

Miguel lo hizo primero.

Silencioso; casi contando sus pasos, se internó cabizbajo entre la multitud que a esa hora corría afanada en busca de su hogar…

Hastiado de la podredumbre arrumada en las esquinas, tomò la decisión de terminar el día contemplando el ágil vuelo de las gaviotas bajo el místico brillo del ocaso.

Nunca antes había sentido tanto el peso de su soledad.
Vio morir el sol…fue una muerte lenta.

Poco a poco el horizonte se tragó el inmenso sol amarillento que pintaba de rojo las colinas

Quedó a solas con su mar.

Ese maravilloso gigante de la naturaleza que había aprendido a amar y respetar desde el primer instante en que mojó en sus aguas la palidez de sus manos, siempre estaba presente en sus instantes de dichas y desdichas.

Si.

Ese mar era suyo.
Asì lo sentía.
Sus aguas, su arena, las inquietas espumas, su brisa.
El canto de sus olas.

II

Ya bien entrada la noche al llegar a lo que a partir de ese dìa sería su nuevo hogar, cerró una a una las ventanas.

Tenía frío.

Todo estaba en orden.

La casera había hecho un buen trabajo.
Pensó en ella…

Cuando la contrató, poco le importó su figura grotesca.
Su nariz chata y sus pómulos hinchados le hacían ver extraña.

Por un instante pensó que esa mujer jamás había sido esbelta…Pese a su juventud su contextura rolliza debía poner en apuros cualquier máquina sencilla para controlar el peso.

Pero tenía una sonrisa angelical que lo atenuaba todo y justo sonreía mejor cuando realizaba sus tareas.

Qué bien Rosa.
Qué bien!

Había seguido al pie de la letra cada una de sus instrucciones.

Sus cuatro paredes: como bautizó el pequeño apartamento al rentarlo, lucía impecable.

Cada cosa en su lugar…

Sobre el mesón de la pequeña cocina, le había dejado algunos dulces, frutas, y una botella de Chablis.

Su favorito.


Cuántos años pasaron desde cuando había tomado la última copa?

Ni idea.
Por lo menos eso ahora tenía poca importancia.
Bebería hasta la última gota de ese agradable vino.

Sus manos cansadas acariciaron complacidas la figura armoniosa de la botella.
Su color verdoso le dio tranquilidad.

III

Bajo el sol canicular de medio día, el hombre de pelo cano y mirada sombría sentado en el andén de una calle mugrienta contemplaba el paso acelerado de la gente.

Todos los rostros se le parecían.
Todos lo esquivaban.

Cuántos años llevaba merodeando por esos lares?

Las pocas veces que había tratado de recordarlo entraba en llanto y al igual que sus lágrimas, el recuerdo se desvanecía sobre el grisáceo asfalto donde grababa su huella peregrina cada día.

Frente suyo había varios tinacos donde los vecinos del sector depositaban los desechos. Llamó su atención uno de color verde…su color favorito.
Estaba a reventar.

Pululaban las moscas en los bordes oxidados y aunque para los transeúntes que obligadamente debían pasar por allí la hediondez era insoportable, a él poco le importaba…Su único interés era encontrar alguna sobra que calmara ese demonio infernal que le acosaba justo a esa hora.

Al natural…como si se tratara de una tarea de rutina, hurgó en él varias veces hasta el fondo sin hallar lo que buscaba.

Hizo dos intentos más.
Nada…

Cuando estaba a punto de desistir, sintió algo blando deslizarse entre sus dedos.
Lo apretó fuerte y haló.

Halló su almuerzo…

Una vaga sonrisa afloró en sus labios mientras degustaba un pedazo de fétida salchicha.

IV

Ya entrada la tarde; mientras el sol amarillento sentenciaba el fin del día, Miguel Antonio Martínez; el hombre querido y respetado alguna vez, contemplaba silencioso la vieja botella de Chablis que serviría de cabecera en una más de sus noches de eterna soledad.

Nunca supo en qué momento olvidó que allá en el puerto había dejado lo mejor de su existencia.

Jamàs supo el por qué dejó que las drogas y el alcohol acabaran con su vida.



Jorge DRA 2010

QUE BUEN CUENTO ,QUE HASTA LA PARTE TRES PENSE ERAN TRES HISTORIAS DE VIDA DIFERENTE,SIGNADAS POR LA MISMA SOLEDAD, RECIEN A LO ULTIMO PUDE VER QUE NO, QUE ERA LA EVOLUCION O INVOLUCION DE UNA MISMA VIDA,DE UNA MISMA SOLEDAD QUE SE AGUDIZA HASTA PERDER EL CONTROL.
ME GUSTO, ES REFLEXIVO, Y CREO QUE LOS QUE CAEN EN ESE ESTADO NUNCA SABEN CUANDO FUE EL MOMENTO.

GRACIAS MATEO

SI: ES LA INVOLUCIÒN DE UNA MISMA VIDA.

UN ABRAZO

Buen texto amigo, la enajenación que dejó en el hombre el hastío y la soledad. las dos primeras partes nos muestran ese desenlace, el porqué de la transformación, una metamorfosis que queda en claro en el tercero y la aclaración en la última parte. De un hombre admirado a un hombre no tomado en cuenta. Muy bien escrito el relato, cuidado en sus detalles.

Un abrazo,

Ignacio

Muy buen relato, Jorge. Un placer leerlo. Saludos,
Jose

Hola Jorge, creo que es lo primero que te leo y me dejó con ganas de volver a leer lago tuyo.
La historia y la manera de narrarla me gustaron, sólo advertí algunos mínimos errores en la narrativa, pero que no afectan significativamente la obra.