Tiempo de Intimidad

Bajo la luz de las estrellas y una bellísima luna turca que coronaba ese cielo primaveral majestuoso, la pareja danzaba lenta y apretadamente en el amplio balcón del departamento. Por la puerta corrediza, desde el interior en semi penumbra, se filtraba con la intensidad de volúmen perfecta, la canción de Roberto Carlos. La cadencia melodiosa de la suave música era seguida rítmicamente por los dos cuerpos al unísono. El aroma de las flores y la vegetación despertando de su largo sueño invernal llegaba nítido hasta ellos con embriagante vigor. La cena había sido espléndida, sin excesos. El vino blanco, un néctar glorioso que trastocaba los sentidos, exacerbándolos a su máximo potencial.

Casi todo un récord para estos tiempos. Cinco años de amistad y compañerismo en el colegio secundario, dos años de noviazgo y treinta y dos de matrimonio unían esas dos vidas que no habían conocido otros amores. Esa noche de aniversario y festejo excluía tácitamente la existencia de cualquier otra existencia. A sus ojos, eran sólo ellos y el resto del universo no más que un inevitable complemento.

Cuando la brisa se tornó demasiado fresca, decidieron entre risitas tontas y mohínes, volver hacia el interior mas cálido y acogedor. Allí siguieron bailando al compás de la romántica melodía unos minutos más. Sin proponérselo, aunque sabían que ese iba a ser el destino final de la velada, fueron acercándose despacio al pasillo que conducía al dormitorio. El ambiente favorable y el vino les había desinhibido los pudores. Como si esto fuera posible después de treinta y dos años.

De repente, como si las acciones hubiesen estado coreografiadas, ambos empujaron la puerta de la alcoba y empezaron a besarse con pasión y desenfreno. Las vestimentas fueron descartadas con total desdén y cierta furia una tras otra sobre el piso alfombrado. Las respiraciones se agitaron y los corazones galoparon doblando sus ritmos habituales.

Cuando él la posó suavemente sobre la cama, con el peso de su cuerpo encima, ella exclamó con vehemencia, arqueando su cintura espasmódicamente:

- ¡Aahhh! ¡Esperá un poquito...! ¡ Esperá un poquito!
- Sí mi vida – Expresó él solícito – Vamos despacito...
- No..., no..., corréte un poco. ¡La cadera...! ¡Me está doliendo la cadera! – jadeó ella, sin poder evitar una mueca de dolor.

El se movió presto hacia un costado, lo que alivió inmediatamente a su amor sempiterno. Después de unos segundos de inacción retomaron las caricias y los susurros, él le empezó a besar el cuello por atrás, jugueteando también con el lóbulo perfumado de su oreja. Le cruzó una pierna por encima de la cintura y ella, que empezaba a acumular temperatura, se la tomó por debajo de la pantorrila, tirándola hacia arriba con ímpetu.

- ¡Uoohhh! – soltó él con ardor.
- ¡Te amo! – le respondió ella en un susurro gatuno.
- Sí, sí, sí..., pero mi rodilla. ¡Aflojá un cachito, pará... así! ¡Aahhh..., qué alivio! ¡Ahora sí, mi amor! ¡Yo también te amo!

Ella giró su cuerpo, lo atrajo hacia sí con fuerza y le rodeó la cintura con ambas piernas, atenazándolo con dulce violencia.

- ¡Soy tuya! ¡Por siempre tuya, mi vida! – casi gritó ella volcando la cabeza hacia atrás, tensando el cuello.
- ¡Ayy, yo también corazón! ¡Pero despacito! ¡Por favor despacio con los talones! Mis dos hernias de disco... – Interpuso él a modo de escueta explicación.

Ella aflojó la presión. Se acomodaron como pudieron. Una pierna por acá, un codo por allá y mientras consumaban su entrega más sublime, ella, con el rostro transformado y los cabellos revueltos sobre las sábanas satinadas, exclamó entrecortadamente:

- ¡Oohhh! ¡Aahhh! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios míoooo...!
- ¿Te gusta? – le gimió él al oído con excitación - ¿Verdad que te gusta? – Volvió a repetir casi inmediatamente.
- ¡Sí..., nooo..., esperá..., el ciático! – repondió ella casi sin aliento - ¡Me está pinzando el ciático, aayyyy...!

La abrupta circunstancia fue apagando prematuramente la fogosidad. De a poco, los quejidos cesaron, las caricias se aquietaron y los susurros se acallaron. Entonces fue un verdadero placer contemplarlos, dormidos así, abrazados al estilo cucharita...

Jajajaj José si no te supiera un escritor fantástico con una imaginación excelente, diría que me estuviste espiando cuando hacemos el amor con Susana mi amor de toda la vida y mi compañera de dolores articulares.
¡MARAVILLOSO! Escrito.
Un abrazo

Nomade, me alegra mucho que te haya gustado, amigo. Es un placer recibir tu visita y comentario, y que me hayas permitido entretenerte un rato. Gracias y cordiales saludos,
Jose

Ricardo, fijate que no necesito espiarte en tus momentos intimos con tu compañera. Solo presto atencion a lo que me pasa a mi con mi flaca de siempre, jajaja... Agradezco tu visita y comentario, amigo. Un abrazo de vuelta, pero no muy fuerte, por las dudas...,
Jose

UFFF JJAJAJA VOY A ENTRARLE MAS A LA LECHE ,AL CALCIO Y NO SE ALGUNA VITAMINA,POR SI LAS DUDAS.... ESPERO QUE NO SEA UNA FIJA A CIERTA EDAD ESO JA.
ME DIVIRTIO LA SITUACION (OBVIO ME FALTA AUN JA)

Un relato ameno y tierno que se lee con una sonrisa.
Un abrazo.
Silvina

Mateo, no te preocupes, m'hijo. Vos estas a años luz de una situacion asi. Pero, tarde o temprano llega... Gracias por tu visita y comentario, amigazo. Un saludo afectuoso,
Jose

Muchas gracias, Silvina. Me alegra que haya sido de tu agrado, Aprecio tu visita y comentario, amiga. Un abrazo de vuelta,
Jose

Muchas gracias, Poe. Aprecio mucho tu visita y tu halagador comentario, amiga. Siempre es un gran gusto verte por aca. Un saludo afectuoso,
Jose