Por Amor a la Camiseta

En la salida del túnel, el Negro Herrera se quedó por unos momentos a un costado observando pensativo las tribunas. El día era espantoso. Un viento frío y una llovizna persistente azotaban el campo de juego y barrían los tablones ocupados por una sorprendente cantidad de hinchas apretujados que habían venido a ver el partido.

Su equipo no se jugaba nada. Esta era la última fecha y ya hacía como cuatro o cinco sábados que se habían despedido de toda posibilidad de pelear el campeonato de la liga local. Pero claro, éste era su último partido. En un momento entraría por esa puertita a la cancha por última vez como jugador. Y habían sido muchos los años que defendió la camiseta de su querido club. A la vista de ese panorama, no quedaba otra cosa que pensar que la mayoría de toda esa gente allá afuera, a la intempérie, había venido en realidad para despedirse de él, de Cali Herrera.

Nunca había faltado más de un gilastro que aseguraba que el Negro era colombiano y había venido años atrás a probar suerte en equipos mas grandes, de primera, y al no tener fortuna o la habilidad suficiente, había terminado recalando en el club donde jugó toda su carrera deportiva. Claro, sus rasgos aindiados y su pelo chuzo, lacio y negro sumado al mote de Cali, confundían a los que creían que era oriundo de esa ciudad de Colombia.

Nada más alejado de la verdad. Había nacido y se había criado en el barrio y jugaba en el club desde que tenía memoria, Desde muy pibe se había anotado en las inferiores sin que la vieja supiese, porque más de una vez tuvo que dejar de lado la escuela por los entrenamientos o un partido importante. O porque en realidad se sentía mucho más a gusto con sus compañeros, compartiendo lo que mejor sabía y quería hacer, que en el aula donde nunca consiguió destacarse. Al apodo de Cali era en realidad un recorte del nombre Calixto, que para los demás pibes era muy rebuscado y no sonaba bien cuando se gritaban dentro de la cancha para pedir un pase o darse indicaciones.

El Negro se sacudió un poco el agua de la melena y se dirigió trotando hacia el campo de juego para empezar el segundo tiempo. Empezó a saltar para entrar un poco en calor, pero se hacía dificil con la ropa toda mojada y pegada al cuerpo. A diferencia de los clubes grandes donde los jugadores se cambian la ropa en el entretiempo, aquí los muchachos tenían un solo uniforme, que llevaban a casa para lavar, planchar y remendar, y que debía durarles al menos, toda la temporada. Para colmo, dentro de los vestuarios con el techo de chapas viejas y medio podridas, llovía casi tanto como afuera.

Tomó su lugar a la derecha de la defensa y comentó brevemente con sus compañeros más cercanos las instrucciones que el técnico les había dado en el descanso. Estaban empatando cero a cero y se había propuesto poner todo sobre la cancha, y así dejar en el recuerdo de aquellos que lo habían venido a despedir, una buena actuación. Cuarenta y cinco minutos que hicieran la diferencia entre un olvido casi inmediato o la memoria, por unos pocos años, de su paso por el club de sus amores.

Por supuesto que tampoco ayudaba mucho el puesto en que jugaba, porque es bien sabido que la hinchada recuerda más a un goleador de aparición esporádica, que a un defensor casi impasable. Y Cali había sido muy regular en su desempeño. Afianzado como titular desde hacía mucho tiempo, sólo había sido reemplazado unas pocas veces y cuando estaba lesionado.

Era un defensor alto, desgarbado y chueco, tirando un poco a flacucho, pero recio y guapo. Muy raramente pasaba la mitad de la cancha, excepto en los córners que tenían a favor. Y, aún así, iba más para hacer bulto que para otra cosa, porque no era un cabeceador preciso. No tenía muchos problemas para despejar como podía fuera de su área en defensa, pero no lograba darle buena dirección a la pelota en los cabezazos al arco. Jamás había convertido un gol en partidos oficiales porque tampoco pateaba penales. Lo suyo era sacrifício y entrega. Defender a capa y espada su área y hacerle la vida lo más dificil posible a los delanteros contrarios.

El fútbol no le dejaba más que la satisfacción de haber podido practicar el deporte que veneraba y los ratos de camaradería compartidos con sus queridos compañeros. Nunca cobró un mango. Todo se hacía por amor a la camiseta. Vivía en una casita humilde a medio terminar, y la realidad era que a duras penas podía mantener a su familia con su trabajo durante la semana en el Mercado Central, en el que había rechazado muchas veces la posibilidad de hacer horas extras por las exigencias del deporte. Esto había causado más de una vez peleas y fricciones con su mujer, que el sabía tenía la razón, pero cuya admisión hubiese significado relegar al fútbol a un segundo plano y resignar quizás la titularidad de su puesto. Y esto era algo que simplemente hasta entonces, no habría podido hacer.

Pero el tiempo pasaba y las necesidades eran muchas, demasiadas. Ya no era ningún pibe y a esta altura había que darle bola a cosas más importantes. La idea del retiro había estado dando vueltas en su cabeza desde hacía meses y por fin había decidido que éste era su último año. A partir de la semana siguiente sería sólo su familia y su trabajo. Sólo su familia y los recuerdos inevitables de su pasado futbolero. Sólo su familia y la cancha, sábado de por medio a la tarde, cuando iría con su pibe a ver jugar al equipo como local. Sólo su familia y un asadito algún que otro domingo con los muchachos del club. A los treinta y cuatro años había que asumir las responsabilidades y dejarse de joder.

Empezó el segundo tiempo y casi en seguida se olvidó del frío, la lluvia y su despedida. Se concentró al máximo en su tarea y trató de anticipar cada movimiento de los delanteros contrarios, para poder frenar sus ataques, recuperar la pelota rápido y salir jugando de la mejor forma posible con el balón bien pegadito al pasto empapado.

Si bien éste era un partido de trámite nomás, donde ninguno de los dos se jugaba mucho, el orgullo de defender la camiseta era motivo suficiente para mantener un ritmo caliente. No lograban sacarse ventaja y la lucha era muy pareja. A los veinticinco minutos una corrida del puntero derecho contrario, terminó en un bombazo de zurda desde afuera del área, que con la pelota mojada y resbalosa, se le escurrió al arquero de entre las manos y terminó en el fondo del arco. Perdían 1-0.

La bronca le ardía a Cali en la cara a pesar de tenerla chorreada de lluvia fría. De a poco y empujado por su guapeza y voluntad, el equipo empezó una levantada que llevó a los contrarios a replegarse contra su propio arco por varios minutos, y en una jugada confusa, donde un centro a ras del piso se filtró por entre cien piernas dentro del área chica, alguien metió la punta del botín para mandar la pelota adentro y lograr la transitoria igualdad.

Iban 1 a 1 y faltaban cinco minutos. No había forma que el juez agregara tiempo extra. No había sido un partido cortado ni tampoco tenía trascendencia El referí sólo quería pitar el final para poder ir a bañarse, ponerse ropa abrigada y seca e irse cuanto antes a su casa. Y este deseo era compartido por casi todos los presentes en esa tarde de mierda.

A los cuarenta y cuatro minutos el equipo del Negro Herrera tuvo un córner a favor y, como era de esperar, el técnico los mandó a todos adelante para aprovechar la última oportunidad que se les presentaba. El petiso Rivarola sacó corto para el flaco Perez y éste se abrió amagando el centro. De golpe enganchó con la zurda, volvió corriendo a toda velocidad hacia la línea de fondo y ahí sí, sacó el zapatazo hacia el centro del área. El defensor que lo venía marcando, sabiendo que iba a patear, estiró la pierna derecha en toda su longitud y la pelota le dió con fuerza en el empeine. Pero no desvió su dirección sino que se elevó a gran altura, hizo un arco pronunciado y cayó como un ladrillo donde tendría que haber estado la línea frontal del área chica.

En esa fracción de tiempo, que en realidad fue muy breve, las imágenes a los ojos del Negro Cali se frenaron en su continuidad, como una filmación que avanza cuadro a cuadro. Las nubes grises se abrieron por un instante mostrando un claro sin lluvia, vió la pelota elevarse hasta llegar al zénit de su recorrido y luego, muy lentamente empezar a descender justo donde él estaba parado. El arquero, en ese lodazal, lo pensó dos veces y decidió quedarse bajo los tres palos. El defensor que tenía adelante trastabilló al querer retroceder rápido y perdió la oportunidad de cabecear el rechazo. El balón picó en un charco, salpicando para todos lados y se elevó en su pique justo delante de la cara brillosa del Negro, que sin pensar, simplemente por reflejo, estiró el cuello como un latigazo y encontró la pelota con su pómulo izquierdo. No fué exactamente lo que se dice un cabezazo ortodoxo, pero bastó para desviar su trayectoria y que ésta se colara justo por debajo del manotazo desesperado del arquero, para llegar picando al fondo de la red.

A partir de ese instante, y siempre a los ojos del Negro Cali, las imágenes y los sonidos retomaron la normalidad y sintió clarito como explotaba el grito en los tablones de la tribuna. Con un ojo entrecerrado por el barro, vió venir a sus compañeros que se colgaron de todo su cuerpo hasta hundirlo en el fondo de una montaña humana. Medio minuto después, al hacerse el saque desde la mitad de la cancha, el partido terminó y los festejos siguieron por un buen rato en el campo de juego y luego en el vestuario.

Luego de ducharse y vestirse, Cali Herrera se quedó sentado en un rincón, apichonado y con los ojos entrecerrados, tratando de asimilar todas las sensaciones que sentía. Uno a uno sus compañeros fueron saliendo palmeándolo en la espalda, despeinándolo con la palma de la mano y despidiéndose con gritos y frases cariñosas. El último en salir fue el técnico, que lo agarró fuerte de ambos hombros y mirándolo a los ojos le dijo “¡Grande negro, grande. Te vamos a extrañar!”.

Se levantó despacito, como para hacer durar un poco más el momento, salió al gris frío del crepúsculo y se fué derecho para su casa. Esa noche de festejo cenó un poco más que de costumbre porque ya no tenía que cuidarse tan rigurosamente. Miró un rato televisión con la familia y se fue a acostar cansado pero feliz.

Al día siguiente, mañana de domingo, salió con desgano al jardincito del frente con un mate en la mano tratando de adivinar como estaba el tiempo, y casi se lleva por delante la sábana blancuzca y vieja que habían colgado de los postigos de la ventana. En forma rústica pero clara habían dibujado sobre ella su cara junto al escudo del club y debajo, escrito en letras desiguales se leía “Gracia por todo negro lindo”.

Dejó el mate sobre el medio tapial sin revoque, y mientras le rodaba una lágrima gorda por la mejilla, empezó a doblar muy cuidadosamente el trapo, como si se tratara de la bandera nacional.

QUE LINDA HISTORIA, BIEN DE BARRIO, CON ESOS PERSONAJES QUERIDOS Y QUE HACEN A LA HISTORIA DE LOS CUADROS DE MI BARRIO, SOS ARGENTINO QUIZAS VISTE LA SERIE:
"cAMPEONES", ESA ES DE MI RAMPLA QUERIDO,AQUI EN MI BARRIO,TODA FILMADA, Y QUE BUSCA RECREAR ESAS HISTORIAS ASI COMO ESTA.

UN GUSTO

Gracias Mateo. Ese es el futbol lindo que a mi me gusta, donde se juega por las ganas y el amor a la camiseta. Asi, uno no se marea con tantos millones de euros dandole vueltas por el coco. Un placer tu visita, amigo. Saludos,
Jose

Una historia hermosa, escrita con mucha calidez y calidad donde se puede sentir al barrio y su espíritu.
Un placer leerte compañero.

Gracias Ricardo. Para mi es un placer contar con tu lectura y comentario. Saludos,
Jose

Muy buen relato, con ese sabor a club de barrio, a gente que dejaba el alma en la cancha y que justamente como reza el titulo de tu relato,jugaba por amor a la camiseta.

Gracias Mario. Una pequeña dedicatoria a los pocos que todavia juegan por amor a la camiseta y no a la platita. Aprecio tu lectura y comentario, amigo. Saludos,
Jose

Gracias otra vez, amigo Nomade. Para esa gente que solo juega al futbol solo por el amor al deporte, va este reconocimiento en letras, que es apenas inferior al de millones de euros. Saludos,
Jose

Una hermosa historia (que deja el grato sabor de lo bueno). Yo me voy a tomar la licencia de extenderlo a aquello que se hace "por amor a la camiseta" (sea deportivo, sea laboral, sea una simple respuesta o un mate compartido con una amiga... que no es de compromiso sino porque realmente nace del alma el hacerlo. Son cosas que vale rescatar y se agradece la sonrisa del alma. Bien escrito además. Un abrazo.
Silvina.

Gracias por tu comentario, Silvina. Ese es precisamente el tema, rescatar (en este caso con el futbol) a las personas que aun hacen las cosas por la mera pasion de hacerlas, no por un interes material. Los que aun llevan ese fuego adentro que los hace dedicarse de cuerpo y alma a lo que sienten y lo que les gusta hacer. Siempre es un placer recibir tu visita, amiga. Un abrazo de vuelta,
Jose

Un relato muy ameno amigo, que logro emocionarme pensando en esos anonimos jugadores o personas que dan todo por su camiseta, por esos "trapos" que otras manos hacen con la misma dedicacion y amor.

Muchas gracias, Azucena. Me da mucha satisfaccion que mi cuento te haya producido esas emociones. Aprecio tu lectura y comentario, amiga. Saludos,
Jose

Un cuento con mucha reminiscencia, que me gusto pues trae esos valores que se estan perdiendo.

Muchas gracias, Antonio. Me alegra que te gustara. Aprecio tu lectura y comentario, amigo. Saludos,
Jose

Una historia de las que me gustan y no sé escribir.
Donde la vida simple y llana es lo más grande y cuando se toca la gloria,
tiene todo el esplendor de lo genuino.
Pudo ser mi historia si por ponerme lentes no hubiera dejado el fútbol (era malo pero particular y le ponía muchas ganas, hubiera tenido mi chance) pero hubiera sido algo así, humilde, importante sólo para mí.

Antifaz, agradezco tu lectura y el buen comentario que has dejado sobre la historia. Todos tenemos que resignar cosas en uno u otro punto de la vida. Lo importante es seguir adelante con entereza, sin olvidarnos que no podemos ser solo un sueño sino varios. Y cuando uno se trunca iremos entonces por otro. Un saludo afectuoso, amigo
Jose

Un buen cuento, que homanajea a tantos y tantas que hacen las cosas por amor a la camiste.gente sencilla, de barrio, de esos que otros tachan "no aspiran a nada",pero que cierran los ojos al final del dia felices de saber que dieron todo por la camiseta.
Muy bueno

Asi es, Ciudadano. Ese fue el objetivo del cuento. Homenajear aunque sea humildemente a aquellos que dedican su vida a un deporte, siendo solo conocidos por el barrio, la familia y los amigos. Sin descollar, pero entregando su corazon por el amor a la camiseta. Gracias por tu lectura y comentario, amigo. Un saludo cordial,
Jose