suceso increible

Entró en el excusado para mujeres de aquella estación de autobuses con la premura que le exigía la necesidad de orinar. Los últimos metros los disputó velozmente contra un mecanismo biológico a punto del desastre, pero finalmente, lo logró. Maniobró todo lo rápido que exigía la situación y se sentó en el retrete. Tras los momentos de zozobras siempre llega la placidez del descanso.
Conjurada la contingencia se entregó por unos instantes a la relajación entreteniéndose en contemplar aquello que la rodeaba. Las paredes, embaldosadas con pequeñas casillas blancas y pulcras. El suelo, solado con baldosines de color gris tormenta. Y el techo, que no existía como tal sino que era más bien un espacio abierto, un guiño a la modernidad, seguramente para sugerir un pequeño coto de libertad.
Cuando la mujer, finalmente aliviada, se alzó y se vistió de nuevo, se sintió como una persona distinta. Se acomodó la ropa, procedió a tirar de la cadena y abandonó el excusado.
A su espalda gorgoteaba el agua rellenando de nuevo la cisterna. Se enfrentó al largo espejo bajo el cual se ubicaban varios lavabos en fila india y procedió a enjuagarse las manos con jabón dispuesto al efecto en pequeñas jaboneras de plástico, una por cada lavamanos. Casi había concluido su aseo cuando observo que bajo de la puerta del excusado que utilizara instantes antes, una fina cortinilla de agua comenzaba a ganar la estancia en la que se encontraba.
No le hubiera concedido excesiva importancia sino fuera porque le sorprendió aun más que a los tres restantes retretes les sucedía algo similar y que bajo esas tres puertas también manaba un pequeño manantial cristalino.
Cuando quiso acercarse a la puerta de salida el agua ya superaba la altura de sus tobillos, en los que percibía su húmeda presencia. Asió el pomo de la puerta e intento abrirla, pero le fue del todo imposible. El nivel continuaba subiendo y una pequeña laguna le estaba calando de rodillas para abajo.
El pánico afloró con un grito ancestral, hiriente, salvaje, que reverberó en todas las paredes, y en el techo, y en los suelos, pero que herméticamente cercado pareció no escuchar nadie excepto ella misma. El instinto de supervivencia le llevó a golpear la puerta una y otra vez, pero sólo consiguió que afloraran rojas nubes de sus nudillos.
El agua, con su burbujeo lascivo le lamía ya los pechos e impedía cualquiera de sus movimientos. Atorada en mitad de la sala, intentando alcanzar algún punto de anclaje, aquel pequeño océano consiguió cubrirle la boca para que no siguiera aullando, clamando desesperadamente por su vida.
La sensación de lasitud de sus hermosos cabellos arremolinándose al son que marcaba aquella marea mortal. La expresión de sus, otrora lindos ojos, ahora enrojecidos y angustiados, extenuadamente abiertos, clavándose con horror e incomprensión en el espejo por debajo de la superficie del agua. Los últimos estertores mientras aquella asfixia líquida desalojaba hasta el último gramo de aire de sus pulmones y lo sustituía por una calida sensación de desmayo y placidez. Y finalmente, el tiempo se detuvo, varado, como el cuerpo de la mujer, que ya inmóvil, navegada dulcemente sobre las aguas.

Interesante, fantastatico, bien narrado, al punto que me llevo a pensar, que si alguna vez en una carretera me viene ganas de orinar, buscare el arbusto más cercano...por las dudas vio?

UN CUENTO FANTASTICO, QUE ME CAUSO GRACIA POR LA SITUACION INSOLITA QUE SE DA, Y POR OTRO LADO ANGUSTIA
AHORA , YO SI ENCONTRE UN ESCAPE EN TU CUENTO,UN DETALLE QUE ME PARECIO IMPORTANTE ,AUNQUE DESPUES PARECES HABERTE OLVIDADO DE EL
DENTRO DEL RETRETE PROPIAMENTE DICHO,DAS A ENTENDER O AL MENOS ENTENDI,NO HAY TECHO,AUNQUE DESPUES NOMBRAS TECHOS PAREDES,ETC, PERO EN ESE LUGAR YO AL MENOS SENTI QUE NO HABIA TECHO, SOLO BASTABA DEJARSE FLOTAR, HACER LA PLANCHA HASTA ALCANZAR ESE ESPACIO LIBERADOR EN EL RETRETE.

Muy buen relato Orwell. Fantastico y original. Saludos,
Jose