rendición por
ORWELL el Miér Ago 11, 2010 11:00 pm
Persuadido por la belleza de las luces reflejándose sobre las aguas del río, se acercó un poco más a la baranda del puente. Su intención seguía siendo firme. Había accedido a aquel lugar con el único propósito de arrojarse desde el viaducto. Salvando la escasa estatura de la pasarela, nada le impediría ya acabar con su desdicha. Con todo el tema resuelto y la voluntad inconmovible de ejecutar aquel acto, justo después de exhalar la última bocanada de aire e iniciar la marcha hacia el acto final, se dio cuenta de que una figura, a su espalda, le observaba.
Se giro lentamente, disgustado por la presencia de curiosos, o peor aún, de gentes de bien que quisieran disuadirlo de su drástica y última decisión. Pero en su lugar, contempló la belleza misma, que había tomado prestado un cuerpo de mujer, y que parecía observarle atentamente.
Detuvo en seco su carrera, y quedó varado entre dos mundos, observando a aquella mujer que además de detenerlo con sus encantos, le decía:
-A veces estas cosas no se meditan, ¿verdad?-
La voz dulzona y sensual lo apresó aún más que su figura. Escuchar hablar a aquella mujer equivalía a que le derramaran por encima un tarro completo de miel.
-Un momento de hartazgo, porque la vida no deja de golpear duro, y una idea que emerge como liberadora de todos los males.- Continuaba la muchacha con su cantinela disuasoria. - Un breve instante de decisión, una pequeña y escabrosa sensación de pánico, y tal vez la añorada redención, ¿no es cierto?- la voz delicada al fin derrotó del todo al hombre, que tras vacilar, perdió el ánimo de continuar caminando.
-¿Qué quieres de mí, que me niegas la paz?- replicó el hombre, malhumorado sobre todo, por tener la sensación de que todo su valor se había disipado ante la presencia de la mujer.
-¿Por qué huyes de mí?- parecía preguntar la bella. ¿Acaso no me ves, no me sientes? ¿Acaso no estoy presente en todo cuanto te rodea?-
El hombre, desarmado, dejó caer los brazos y se rindió. Sus ojos buscaban la negrura del abismo, pero volvían de nuevo a clavarse en la imagen de la muchacha que con su sola presencia, supo detenerlo.
Inspiró aire y lo retuvo en sus pulmones. Al exhalarlo de nuevo, lo hizo formando palabras que dirigió a la presencia como una retahíla:
-Eres la belleza y ahora está presente, junto a mí. Por ello debo huir de ti con más encono si cabe.- Detuvo su perorata un instante y viendo que la muchacha no se inmutaba, continuó:
-De nuevo tus falsas promesas, tus palabras aparentemente onerosas, pero carentes de sentido, tus continuos engaños que me tomarán de la mano para conducirme a una nueva derrota.- El hombre guardó silencio otra vez, esperando tal vez una respuesta que no llegaba. Notaba que sus nervios se crispaban y sus manos se cerraban sobre sí de pura rabia, de puro dolor por seguir vivo.
Entonces el hombre, recuperando viejos bríos, gritó a la figura:
-¡Vete! Nada bello queda ya. Nada merece la pena- y rompió a llorar desconsoladamente. Justo en aquel instante, si es que alguna vez llegó a estar, la presencia de la muchacha de deshizo en una bruma y luego se disolvió en la negra noche, dejando al hombre de nuevo solo, al borde la baranda, pero sin decisión alguna de proceder. En todo caso, hizo un amago, quiso abordar la barandilla, brincarla y dejarse caer la vacío, pero ya no tuvo fuerzas, y el miedo se enseñoreó de nuevo de su triste alma. Quedó entonces doblado en el suelo, desesperado por no tener el valor suficiente y arrojarse al vacío de una vez por todas.
Pasados unos instantes, miró de soslayo a derecha e izquierda, buscando indicios de que aquel encuentro con la muchacha fuese real.
Y luego al cabo, decidió seguir su camino, de derrota y de fracaso, sabiendo que de nuevo había capitulado a su destino.