Una Mañana Trágica

Me levanté como de costumbre a las siete de la mañana y comencé con la rutina cotidiana sacando a pasear a Tacuari, Lara y Mollo los perros de la casa, cuando regresé me di una ducha, me puse el nuevo traje de alpaca inglesa gris que combiné con una corbata de seda al tono, tomé el portafolios, fui hasta la cochera y encendí la radio del auto para escuchar las novedades del tránsito en la ciudad. La cosa estaba bravísima, advertían sobre marchas de protesta, cierre de calles, accidentes, en fin, un caos de aquellos poco vistos. Para colmo, era viernes y los viernes de por si son problemáticos en Buenos Aires.

Mis puteadas resonaban dentro del auto como truenos, insulte en arameo antiguo, griego y chino. Debía dejar el auto y tomar el subterráneo, cosa que odio por lo inhumano y degradante de este transporte junta gente, donde la dignidad se pierde en cada empujón que te da la indiferencia.

Sin más remedio dejé el auto y fui a tomar el subte. Debía estar en el trabajo a las nueve treinta. Una reunión con una importante escritora a quien no conocía personalmente estaba programada en el directorio de la editorial y en mi condición de miembro directivo de la empresa era imperiosa mi presencia.

Mientras esperaba en el andén, pude notar que se colmaba de manera inusual, imaginé un viaje de mierda y no me equivoqué.

Cuando llegó el tren ya estaba casi completo, la gente se agolpó en las puertas para ingresar. Debo confesar que en ese momento me transformé en una suerte de guerrero mongol. Empujé con fuerza y decisión, arremetiendo con toda mi humanidad hacia una de las puertas. Luego de varios forcejeos, logré entrar, quedé prensado entre la gente de tal manera, que ni siquiera hubiera tenido necesidad de asirme a un pasamanos por lo compacto que quedamos en el vagón.

En frente, tenía a una mujer pegada como estampilla, su rostro quedó a cinco centímetros de mi pecho, lo que supuse dificultaba su respiración, detrás imposible saberlo y mis lados eran un enjambre de brazos y rostros que quedaron como entraron.

Faltando una estación de las nueve que tiene el recorrido y casi moribundo por el apretón, pude ver el rostro de la mujer que empalidecía, comenzó a hacer arcadas y la desesperación se apodero de mi cuando me di cuenta de lo inevitable de la tragedia.

Grite suplicándole que no lo hiciera. La mujer llevó la mano a la boca, pero su intento de detener el vomito fue infructuoso. Un líquido amarronado con restos de fideos y carne salió en barios chorros de entre sus dedos. Impotente vi como mi corbata de seda, la camisa y el traje de alpaca inglesa quedaron como receptores de aquella inmundicia de olor acido y distintos residuos de alimentos no digeridos. Se abrió la puerta, quedé solo, parado en el medio del vagón sobre un charco de asqueroso vomito.
Llegué a la editorial, subí por las escaleras hasta mi oficina, era obvio que el ascensor no lo podía compartir ni con los chanchos.
Luego de quitarme la ropa y mandar al cadete a comprarme un traje, una camisa, y una corbata, me informaron que la reunión se suspendía.
La escritora se había indispuesto en el vagón del subte a dos cuadras de la editorial y se disculpaba por no poder asistir.

Buen relato, una casualidad de esas que rara vez ocurren.
Me gusta el manejo del lenguaje que tienes. Se nota que eres argentino.
Yo también.
Y sí, el transporte público es una porquería.
Mis felicitaciones a tu grato escrito y a tu talentosa persona.

Jaja, ahora me río, pero mientras leía sufrí como condenada en ese viaje, también se me revolvio el estomago,uff, suele suceder esas cosas en el transporte capitalino.Y no me dio pena por el hombre de traje de alpaca gris,ja perdón, sino por la señora que imagine asfixiada en ese coche, me ha sucedido de verme con mi escasa altura , mis rodillas desvencijadas, apretada entre axilas ( sobacos le dicen por aqui), pechos y demás anatomias humanas.
El final excelente, un giro inesperado en la historia que hace esbozar una sonrisa,pensando que la pobre escritora estuvo en la misma situación,lo que es una paradoja del destino
Aplaudo este cuento, por lo ilustrativo y ameno.

Si bien creo que faltó que la rajara a puteadas por haberlo vomitado, el micro es perfecto con la ciudad que nos asfixia, con la ironía de impedirnos ser, con la descripción de lo cotidiano.
Párrafo aparte merece tu don para los finales, para explicarnos por qué te leímos.
Si no te conociera, te juro que te felicitaría.

JAJAJA,ME RIO DEL COMENTARIO DEL AMIGO ANTIFAZ,JAJA SI NO TE CONOCIERA TE FELICITABA, Y LO ENTIENDO,PORQUE HE NOTADO QUE UNO AL LEERTE PARECE DESPUES DECIR SIEMPRE LO MISMO, NOS REITERAMOS EN FELICITACIONES Y EN DECIR QUE EL CUENTO ES GENIAL, YO AL MENOS ME SIENTO MEDIO BOLUDO DICIENDO LO MISMO,PERO NO ENCUENTRO MUCHO MAS PARA DECIR.
ME ENCANTA COMO ESCRIBES, COMO RESUELVES ESAS COSAS COTIDIANAS EN NARRACIONES QUE ATRAPAN Y QUE NOS DAN OTRA VISION DE LA REALIDAD.
ME GUSTO MUCHO ESTE CUENTO,

Muy buen cuento, terrible situación la que vivio el hombre y por que no la escritora, ufa, un punto de vista femenino de seguro le hubiera dado otro final a la historia, y el que se hubiera llevado la puteada seria ese señor que entro a aempujones, que la dejo axfixiada contra su pecho y que de seguro algun otro aprovecharia tambien el apreton, suele suceder que no saben donde queda el pasamano en algunas situaciones.
Muy buen cuento, que me hizo sonreir.