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 EL CIRCO DE LA ALEGRIA. CUENTO

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luis tejada yepes
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EL CIRCO DE LA ALEGRIA. CUENTO Empty
MensajeTema: EL CIRCO DE LA ALEGRIA. CUENTO   EL CIRCO DE LA ALEGRIA. CUENTO Icon_minitimeDom Jun 01, 2008 9:18 pm

La Causa esta por encima de cualquier consideración de índole humanitaria.

1

El circo arribó en la noche, el gerente-propietario-maestro-de ceremonias llevaba puesto un raído chaleco de fantasía, seguramente desgastado en las mil y una presentación del soberbio espectáculo. Calzaba unas polainas de cuero negro, apuntadas con hebillas a los costados. Un sombrero blanco alón cubría una cabeza en donde se repartían el espacio no más de cien pelos canos. Un gran bigote blanco, entreverado con pelos negros, pendía a lado y lado de las comisuras de la boca.
Estacionaron el camión, en donde transportaban todos los enseres del circo, unos quinientos metros después de las oficinas del aeropuerto. Dos kilómetros antes de llegar al casco urbano de Remedios, población del nordeste antioqueño, un poco más allá del reten-peaje instalado por los paramilitares, también recién llegados a esta región.
A pesar de la oscuridad de una noche sin luna, que convertía a las personas, animales y cosas en siluetas difusas, el hombre pudo vislumbrar con mucho esfuerzo un claro de monte bastante llano, con la ventaja de no estar alambrado, lo que facilitaba su ocupación por parte del personal del circo con el vehículo incluido. Le pareció ideal para levantar la carpa. En la mañana haría las diligencias necesarias para su alquiler o préstamo de uso. El lugar seguramente tendría un dueño y necesariamente había que contar con él.
Además de los paramilitares, había autoridades municipales ante las cuales tramitar los permisos necesarios para presentar el espectáculo.
Minutos antes los paracos, como los llamaban popularmente, lo habían detenido cateándole minuciosamente los corotos. No eran muchas las posesiones materiales, aunque el dueño presumía con ser el continuador de famosos circos de Estados Unidos ( el Barnum & Bayley pero en especial del más grande circo de todos los tiempos, el Ringling).
En el retén su nombre de pila fue confrontado con otros impresos en una lista de varias páginas portada por un muchacho de unos veinte años, de pantalones camuflados y camiseta verde oliva, pistola al cinto y fusil AK47 en ventolera.
Tarea demorada y minuciosa debido a que los nombres de la lista, con sus respectivas cédulas al frente, no estaban en orden alfabético. El cirquero preguntó ingenuamente, colocándose detrás del muchacho que alumbraba el papel con una linterna china, de unas que tienen el botón de encendido rojo y un tigre de bengala grabado en las tapa del depósito de las baterías (se podría afirmar que cada uno de los militares irregulares colombianos de todas las tendencias posee una de estas):
-¿Y esa lista?-
El paramilitar le lanzó una mirada, en son de reproche por la impertinencia del civil, una de esas que se adquieren en los trajines de la guerra y después de haber asesinado a varias personas.
El hombre, no se amilanó y pensó:
-Más feo me han mirado en otras ocasiones y en noches más oscuras-.
Se quitó el sombrero alón y le dijo con tono de presentador de circo:
-Permítame presentarme señor comandante y al elenco de artistas: Yo soy el Gran Gabú, empresario y propietario del Circo de la Alegría-.
Los aquí presentes son:
Chirola, como usted puede observar mi respetado comandante, enano, ¡pero cuidado!, no se deje llevar por las apariencias, ahí donde lo ve, chiquito y todo, es el best the best en la sagrada tarea de hacer reír a las gentes nobles que nos premian con su presencia. Es el mejor clown del país y del mundo-.
-¿El mejor que?
Preguntó el paramilitar, suavizado ante la presencia de tan coloridos e importantes personajes, formados como disciplinados militares, ante sus ojos.
Haciendo un gesto de conmiseración ante tanta ignorancia le respondió en un tono que sonaba a maestro de idiomas:
Clown, en lenguas extranjeras y traducido al español, quiere decir payaso, mí querido comandante!-.
Una vez se dio cuenta de que el paramilitar había quedado satisfecho con la explicación continuó con toda la solemnidad que el momento ameritaba:
-Este es Arturo, el gran trapecista y el siguiente, Alberto, Domador. Víctor, malabarista, y mis dos asistentes aquí presentes son princesas hindúes- .
Estas dos últimas eran realmente dos jóvenes prostitutas recogidas en uno de los pueblos del recorrido. Vestidas con algunos mantos de utilería podrían pasar, como mucho por extrañas, pero por ¿extranjeras? Se preguntaba alguno de los ayudantes de El Gran Gabú, el cual sabía que la gente suele creer lo que su imaginación le demande.
Debido a la difícil situación económica de la región, motivada por la guerra en primera instancia y en segunda por el fracaso de una empresa azucarera del estado, centenares de campesinos habían perdido sus tierras embargados por los bancos prestamistas. Esto motivó un bajón muy grande en las demandas de estas mercancías. Lo que puso a las pobres muchachas a aguantar hambre. Eran muy bonitas, y al Gran Gabú se le hizo, cuando fueron a ofrecer sus servicios de prostitutas al personal del circo, que vestidas con los velos de utilería, las podía presentar como nobles princesas venidas de lejanas y exóticas tierras. Además no les pagaría ningún salario. Que se contentaran con la comida y la vivienda, bastante escasas en estas épocas de desorden social.
El paramilitar cada vez más ablandado con los personajes presentados, en especial con las dos muchachas que le coqueteaban abiertamente, se alejó de El Gran Gabú un poco, volteándose de una manera algo infantil, para obstaculizar el ángulo de visión del cirquero empeñado en curiosear la lista.
Al Gran Gabú le bastó un segundo para observar en la lista varios nombres ya tachados. Supuso eran los correspondientes a personas localizadas y pasadas a mejor vida como responsables de algún delito de acuerdo a la óptica de ese ejército irregular. Este detalle, además de causarle cierta impresión e indignación, le hizo intensificar el dolor de estómago que lo había mortificado por todo el camino.
Los paramilitares sospechaban de todo forastero empeñado en arribar a ese pueblo. Era la consecuencia de las instrucciones impartidas y las historias contadas en torno a Remedios. Antes de ocupar posiciones en ese perdido lugar habían sido advertidos que era un nido de comunistas y había que tener mucho cuidado con sus habitantes. Todo forastero era sospechoso de ser guerrillero con intenciones de infiltrarse. Ese criterio se había convertido en una obsesión para los patrulleros paramilitares. A este se le debía el que varios ciudadanos inocentes fueran fusilados por el solo hecho de tener cara de guerrillero, aunque nunca se había aclarado cuales eran los rasgos faciales y craneales determinantes de esa cualidad, si eran innatos o se adquirían en el oficio.
“Frecuentemente dan de baja fuera de combate a un pobre diablo nervioso y que no puede explicar con claridad cual es el motivo de la visita. O porque al paramilitar se le antoja que está ante un guerrillero y quiere cumplir la cuota asignada de matar al menos uno diario, o por deporte o por ver caer. Faltando los de las listas. Condenados a muerte de antemano, sin derecho a la defensa, sin saber el porque están en esa ignominiosa lista y cual fue su pecado. Sin derecho a protestar, ejecutados sumariamente con un tiro en la frente, cuando estaban de suerte. Cuando no, eran llevados al campamento cercano para ser interrogados y morir de todas maneras, hablara o no hablara y en medio de espantosas torturas. Después de muerto podían ocurrirle todavía más desgracias. Una, que fuera convertido en carne picada a machete. Posteriormente si había un río cercano lo arrojaban allí para que los peces se dieran un gran banquete. No propiamente por motivos ecológicos, sino porque esto era una forma de desaparecer cualquier prueba del crimen. Otra ser enterrado pero desmembrado para ocupar poco espacio. El procedimiento era siniestro. Se le cortaba la cabeza, los brazos y las piernas, se hacía con las partes un solo atado y se arrojaba a un hueco vertical no muy grande. Era un invento macabro para economizar calorías y tiempo. No tenía fin político alguno como cuando los cuerpos sin cabeza eran dejados en los caminos de tránsito de personas para así aterrorizar a los labriegos de la zona (cuando no jugar un partido de fútbol con alguna de las cabezas). Sin necesidad de más argumentos la población abandonaban la tierra, que posteriormente eran ocupada por los señores o cómplices de los criminales o adquiridas legalmente a precios irrisorios”.
Anotaba un artículo periodístico de la época y en el cual se hacía una critica y denuncia al accionar de estos grupos.
El paramilitar satisfecho con las explicaciones se decía para sus adentros:
-Valió la pena botarles corriente a estos payasos, creo que quebré con las princesas, además sirvió como para variar la rutina de parar vehículos sin ningún interés distinto a quitarles el impuesto de tránsito-.
-Pueden seguir pero antes pague los diez mil pesos del peaje-.
Lo gritó al Gran Gabú cuando notó que se estaba encaramando al vehículo haciéndose el loco con la plata del peaje.
Les dijo bruscamente, dando por terminado cualquier tipo de conversación. De inmediato su mirada recobró la dureza de siempre. En ella se dibujo el aviso de peligro de muerte.
En la situación económica deplorable en que se encontraban los miembros de El Circo de la Alegría esa cantidad era mucho dinero. Los últimos denarios los habían gastado llenando el tanque del doble troque.
Entre toda la nómina a duras penas lograron reunir lo preciso para pagarlo. Después de mucho hurgar en todos los bolsillos del personal, solo el clown pudo contribuir significativamente. (Siempre estaba ahorrando porque aspiraba a comprarle el circo al Gran Gabú. Era la víctima preferida de todos en la época de vacas flacas, o sea casi siempre, y por lo tanto nunca había logrado reunir lo suficiente para realizar su sueño, pues nadie tenía la delicadeza de pagarle).
El impuesto era cobrado a cada uno de los camiones y a toda clase de vehículos que circulaban por esta carretera, sin excepciones. Lo producido no se destinaba al mantenimiento de la misma; destino esperado para los recaudos estatales en las carreteras. En este caso parte se iba para la guerra y la otra, para engrosar las arcas de los señores de la guerra.
El cirquero y sus saltimbanquis, con su dignidad de artistas muy en alto durmieron como pudieron esa noche. Improvisaron los cambuches en cualquier lugar considerado adecuado para ese fin. Afortunadamente la noche se dibujaba despejada de nubes y estaba cálida. Noche de verano.

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