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  El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (5)

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aldochapa
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MensajeTema: El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (5)     El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (5) Icon_minitimeLun Jun 28, 2010 9:50 am

PRIMERA PARTE
Capitulo I
Centro de Salud Mental "Lourdes Romero"





(5)

La opilación de los alaridos pasillos de la morada del diablo era una anomalía execrable. Los gritos de terror, el desdén contundente y el suplicar de los internos por sacarlos de su habitación iban más allá de un ambiente asediado de la tranquilidad.

— ¡Sáquenme de aquí! ¡Oooh! ¡Mi hermano me necesita! ¡Por favor, nooo, no te me acerques hijo del diablo! —Se escuchaba claro en el pasillo A.

— ¡Aléjate de mi! ¡Nooo me mires, no me sonrías así, Aaah, odio tu sonrisa fría! ¿Perdóname si te abandone en el subterráneo y dejé que te ahogaras? ¡Perdóname por favor! ¡Desaparece! No quiero volverte a ver a pie de mi cama —Rogaba un paciente del pasillo B.

— Abuelita deja de mecerte en tu silla. No me gusta ese sonido, no me gusta escuchar el chirrido de la madera podrida de tu silla. Tu silla me habla, y me pide que tome una siesta encima de ella para llevarme al mundo del sueño eterno. Tu silla me pide dormir, ¡abuelita despierta por favor y deja de acunarte! —Decía una joven, lamentando la pérdida de su abuela en el pasillo C.

— ¡Que miedo! —manifestó Raúl, el vigilante que estaba en busca de la enfermera Dolly— cada uno tiene su historia, y no me gustaría saber la de alguno.

Al pasar al lado del pasillo C, casi en la esquina se detuvo a pensar. “Que intenso está la noche de hoy. ¿Dónde estará Dolly?”. Se quedó de pie por unos minutos. Cuando decidió seguir su camino, al dar su segundo paso escuchó un sonido que le dejó la piel de gallina.

— ¡Imposible! Estoy alucinando —Dijo— ¡A buscar a la enfermera! —Sonrió y de nuevo atendió al sonido— No estoy escuchando una mecedora. Los pacientes de la morada del diablo solo tienen una cama —Gritó confundido.

Raúl ignoró totalmente el sonido de la mecedora. Entre sus cavilaciones también escuchó una voz anciana que lo llamaba incitándolo a que se sentara en su regazo.

— Una tormenta, los más locos del pueblo y de otros lugares, le grité a mi esposa y cometí adulterio, ofendí a mis padres y le robe dinero a mi hermano, y ahora escucho sonidos provenientes de las puertas del infierno y la silla de la abuela de una chiflada. ¡Dios, no lo vuelvo a hacer! —Dijo mientras se alejaba de la morada del diablo.

Al dar vuelta por el corredor 1, Raúl escuchó otros sonidos distintos a los que ya había oído anteriormente. Estos eran diferentes, eran más ruines, y eran más belicosos a toda gracia coligada hacia la ironía.

La doctora Psiquiatra Josefina Pérez salió de la cocina. Ella, dio comienzo a su caminata por los pasillos de la institución, de igual manera percibió los horrores y las inquietudes de la noche; todos sabían que la pesadumbre era desemejante al de las otras tormentas. Ninguno comprendía la causa de los llantos, unos juraron escuchar a las paredes murmurar zozobras, otros que la iluminación bailaba al son de la tempestad y unos últimos que habían oído su nombre repetidas veces cuando daban vueltas en los corredores.

Josefy —Cuya pronunciación es en ingles— psiquiatra encargada del control de los calmantes usados en las noches de tormenta vagaba por el pasillo 2. El control de su mente era impresionante, no se dejó llevar por las habladurías de sus colegas y mucho menos alcanzó a escuchar fuera de lo común; pero si se le hizo extraño ver de pie a Raúl Sánchez, que estaba fuera de sí.

— ¡Hola! —Saludó la doctora con una sonrisa para despertarlo de su trance.

— Sssh —Alzó la mano en forma de amenaza para que Josefy guardará silencio— ¿Escuchas los cascabeles? —Preguntó Raúl con un nerviosismo impecable.

— Tú también estás loco. Debería internarte inmediatamente.

— ¿A dónde se dirige doctora? —Preguntó para evadir su comentario agresivo.

— Voy a mi oficina. El doctor en jefe me pidió que levara la tabla de la base de datos de los medicamentos usados por esta noche.

— No es necesario doctora —Dijo.

— ¿Por qué dices eso? —Preguntó la doctora mientras examinaba su rostro de dilema. Raúl Sánchez ya estaba en mediana edad, la evidencia más clara eran sus cejas color gris y su cara arrugada por la parte frontal, sus ojos atisbaban cansancio y sus ojeras eran la certeza de no errar en la descripción. Su estatura era normal, aproximadamente un metro setenta, y un poco corpulento a pesar de tener brazos delgados y piernas flacas.

— La doctora Mariel me pidió de favor que fuera a buscar unos tranquilizantes y la caja estaba vacía.

Josefy se quedó en shock. Ella estaba esperando una explicación de Raúl, pero el silencio los cubrió a los dos a no decirse nada por minutos, el, no entendía cual era la preocupación, de todos modos era noche de tormenta y todos gritaban por el terror desatado por el medio ambiente.

— ¡No puede ser! —Gritó ultrajando el mutismo— Aun quedaban diez inyecciones, y tres botes de pastillas ¿Cómo fue posible que desaparecieran de la caja? ¿Buscaste bien? —Preguntó molesta acribillando sus ojos.

— ¡Sí! —Contestó sin dudar— Busque por el escritorio, por cada caja, en cada estante y todo estaba vacío.

— ¿Usaste la llave para abrir el compartimiento secreto?

— No había nada —Respondió sin temor.

La doctora apartó a Raúl y prendió paso veloz.

— ¿Doctora, ha visto a Dolly? —Preguntó antes que diera vuelta hacia el pasillo 0.

— ¡Sí, pero fue hace mucho!

— ¿Por dónde?

— No sé, creo que iba a su cuarto, tenía algo extraño en las manos, un libro o una caja, no la miré bien.

Y después dio vuelta.

El guardia se quitó su gorra para rascarse la cabeza. ¡Malditos drogadictos! Raúl vociferó y después regresó por el mismo camino por el que había recorrido antes.

En la caminata por el pasillo 0 era entendible, la conciencia de Raúl se deliró, y no por las supersticiones descompuestas por el trayecto antes hecho, sino por un pasado que ocultó en su curriculum vitae que entregó ya hace años. El, siendo el capitán de guardias, encubría un pasado sombrío, un pasado que el solo conocía y nunca revelaría fácilmente.

Raúl Sánchez ya estaba en el centro de la morada del diablo. Precisamente en el pasillo 0 viendo hacia el final del corredor B. Escuchaba claramente el quejar de todos los pacientes y la histeria que desabocaba los innumerables gritos de piedad. “¡Aquí es!” Se dijo así mismo sin quitar vista a la puerta del privado túnel de 18 puertas. “¡Aquí es donde descansas mi pequeña colibrí!” dijo ansioso y excitado.

El guardia en jefe sonrió malévolamente, su mente actuaba mil por segundo y su rostro se transformó exageradamente; de ser apacible a mondar los ojos por una ferviente estimulación.

Raúl Sánchez, es un nombre falso con el que consiguió ingresar al instituto hace seis años atrás. Su verdadero nombre se desconoce, hasta él mismo no recuerda como sus padres lo bautizaron.

Ya hace tiempo, antes de incorporarse a la seguridad del plantel, Raúl trabajaba como guardia en otro centro de salud mental, llamado: “La Esperanza”, el cual está ubicado a 10 horas en camión. Dicho lugar se presentaron varios casos de violación hacia los pacientes enfermos y a él se le acusó de ser el perpetrador de los actos. Días después logró escapar antes que la policía lo tomara en custodia y nunca más se le volvió a ver.

— Extraño a mis pichoncitas, mi niñas, con ellas me divertía en las noches de terror —Hizo mofa en sus pensamientos a sus víctimas pasadas— pero tú, tu eres diferente, tu eres la más hermosa, desde la primera vez que te vi ahí sentada, en la sala de espera con la mirada perdida hacia la nada, con tu rostro perfecto y tu cabello largo y lacio como si fuera la propia seda ¡Magali Cuevas! —Suspiró profundamente después de mencionar su nombre— Hoy será nuestra primera noche, hoy será cuando nuestros cuerpos se conecten en una insania brutalidad, hoy te haré mía —Su exasperación de poseerla activó su intelecto espontaneo— ¡Colibrí! Estás en el pasillo más inmoral, nadie se dará cuenta cuando abuse de ti.

Raúl Sánchez avivó camino hacia la última puerta del pasillo B, donde estaba el recinto de Magali; pero, una mano sujetó el cuerpo del perpetrador antes que entrara al umbral del corredor.

— ¿Qué hay Raulo?

El guardia voltea frenéticamente para saber quien fue el que lo detuvo en la fechoría.

— Doc… Doc… ¡Doctor Zaldívar! —Su aliento emanó una cortina de humo blanco.

— ¡Vaya! El frio ya te hizo efecto. Todos nos estamos muriendo de frio, al menos estamos a 14 grados y seguimos descendiendo. Nadie sabe que le sucede al aire, y nadie quiere ir a checarlo, hoy será una noche muy fría.

— ¡Eso parece! —Repuso inmediatamente.

— ¡Adiós! —Dijo en tono de burla.

El doctor dio marcha. Raúl regresó a su salvajismo habitual, y cuando dio inicio a seguir con su felonía lo voltearon del lado opuesto a la primera vez.

— Escuché que escoltaste a la sobrina del viejo Juan Esteban. Nunca antes la había visto por aquí, y eso que tengo trabajando los mismos años que tú. Y tú y yo tenemos casi los mismos gustos y tendencias.

— No le entendí doctor, explíquese más claramente —Un sudor nunca antes experimentado bajó por su frente hasta los entrecejos.

— Claro que me entendiste, pero te haces del oído sordo —Sonrió descaradamente— ¿Cómo está la muchacha?

Raúl suspiró profundamente descansando del temor de ser descubierto por uno de los doctores más astutos del hospital.

— Está muy bien, tiene unas lindas caderas y unos pechos redondos, un poco mas bajita que yo y trae una blusa y pantalones ajustados.

— ¡Pervertido! —Rió el doctor como nunca antes lo había escuchado.

Al guardia no le pareció gracioso el comentario de Zaldívar, pero sabía que se lo tenía muy merecido.

— Discúlpeme doctor ¿pero ha visto a la enfermera Dolly?

Zaldívar volvió a echar a reír, pero esta vez más burlonamente.

— Te intercambio la información, si me dices donde está el nuevo doctorcito y la sobrina de Juan Esteban —Una última carcajada y después de eso, una pasada con clínex encima de sus ojos llorosos.

— En la sala principal —Dijo cada palabra con desprecio, cada palabra con acento de enojo e ira exaltando su tono cada vez más— Ahí los encontrara, ahí me dijeron que los buscara después de hallar a la enfermera Dolly.

— Te tardaras más, porque no sé dónde diablos este Dolly —Se volteó y se encaminó hacia la sala principal— Ja, pechos redondos, más bajita que yo —Sus burlas eran dolencias a la actitud de Raúl. El, obtuvo lo que se merecía, nunca antes lo habían humillado de tal manera; apretó fuertemente la linterna que sacó de su bolsillo izquierdo y antes de cometer una locura se le vino en su mente los recuerdos de su pasado y el favor que le pidió el doctor Issaís. Rápidamente dedujo las probabilidades que tendría en salirse esta vez con la suya. “Si el doctor Zaldívar se dirige hacia la sala principal, es probable que mande a llamar a otro guardia para que encuentre a Dolly, y de paso a mi también”

— ¡Maldición, tengo que ir a buscarla a lo que de lugar!

Decidido en ir a buscarla, dio pie hacia el corredor 7, pero una vez más lo voltearon.

— Cuando encuentres a Dolly, dile que me vaya a ver a la cocina, ahí le estaré esperando con una taza de café caliente —Dijo Zaldívar.

— Será un placer.

Raúl sonrió por última vez y se dio la vuelta. Caminó dos pasos y antes que sintiera una mano en su espalda u hombros, el mismo decidió dar giro. Su rostro se congeló, su mandíbula emitía pequeños seísmos de miedo, un nuevo sentimiento se apoderó de él, un nuevo sentimiento nunca antes percibido, lo único con lo que lo podía relacionar era temor. Frente a él, de pie, con las manos en sus costados y con una mirada fría estaba el doctor Zaldívar, quien no se había movido ni un solo centímetro cuando Raúl se emprendió. El guardia era observado detenidamente, como si el diablo lo estuviera escrutando para ponerlo en su categoría de sirvientes o peor que eso; Raúl intuía que el médico podía leer sus pensamientos y su forma de acecharlo sobrepasaba limites de tención.

— ¿Qué estás planeando Raúl? —Dijo con voz sarcástica y una sonrisa perversa— Tu dilación ha sido comprobada, sé lo más cauteloso posible. Adiós mi amigo —Una última sonrisa, una amenaza clara a sus futuros actos.

Raúl Sánchez estaba temblando de los hombros hasta los pies, dominado por el miedo que le causó el doctor; intentó en cuantiosas ocasiones moverse, pero sus pies no aceptaban órdenes de sus pensamientos alarmados. Y por si fuera poco, el doctor aguardaba el primer movimiento de su presa. La luz de los corredores comenzó a bailar, difundían cierta cantidad de energía y después se debilitaba a casi no transmitir luz. En algunas lanzas de iluminación, sin dar aviso de despedida, el doctor Zaldívar había desaparecido en su presencia. Los ojos de Raúl se agrandaron y los fuertes gritos de los pasillos acuñaron el silencio.

Cuando el guardia estuvo convencido de que nadie lo acechaba y dispuesto ahora si en actuar bajo sus instintos, caminó hacia el final del recorrido; pero, una voz a distancia hizo que se le helara la sangre y estuviera una vez más en la situación de hace momentos.

— ¿Estás seguro que se acabaron las drogas?

Raúl, inmóvil frente al cuarto B-1 y B-2. “Ya es demasiado” Intentó dominar sus pensamientos, esa voz nunca antes la había escuchado, aunque semejaba la voz del doctor Zaldívar, pero no aseguró nada.

El sabía que el médico es sarcástico y temerario, pero nunca lo había puesto en ese nivel de conciencia. Las luces empezaron su vals una vez más. Y pensó rápidamente. “Eres tú”. Una ira se apoderó de él, ahora sí era de armas tomar.

— ¿Y a usted qué? —Se quedó a medio decir algo, no era conveniente amenazarlo, ya que el saldría más perjudicado si se llegaba a enterar alguien de sus planes, pensó.

Violentamente se regresó al punto de encuentro y las luces, que bailoteaban al eco de la lluvia decidieron dar fin a su presencia. No se veía nada, todo era una obscuridad aguda, es como si la negrura se usurpara la iluminación del instituto. No tardó en encender su linterna y alumbró los dos lados de los pasillos, y no había nadie.

Rápidamente caviló y estudió los tiempos de caminata, la distancia al punto de encuentro y el trayecto hacía un corredor que no fuera de la morada del diablo. No existía cordura, no existía razonamiento, si Zaldívar hubiera sido el que habló a casi espaldas de él, obviamente hubiera escuchado el caminar o correr.

Iluminó una vez más, de izquierda a derecha pero esta vez más arduamente. No había nadie. “Sin duda, estoy solo”. Cuando dio la vuelta, una vez más escucho que le hablaban a pos de él. Otra vez frente a las habitaciones B-1 y B-2.

— ¿Piensas usar los sedantes con tu colibrí? —La pregunta fue clara y fuerte.

Sin pensarlo dos veces, corrió en la entrada del pasillo B. Iluminó con su lámpara. Un zumo enojo lo embestía desde su estomago hasta su corazón. Su fuente de vida latía exageradamente y el nerviosismo ya evocaba más que cólera, ya había decidido en atacar físicamente al doctor Zaldívar. “Sé que eres tú Zaldívar” pensó sin dudar.

Se escuchó una puerta cerrar proveniente del corredor vecino.

— Ya me la pagarás después doctorcito —Dijo con voz burlona y desabrochándose la bragueta de su pantalón.
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