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 El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (3)

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aldochapa
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El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (3) Empty
MensajeTema: El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (3)   El Legado del Hechicero - Capitulo 1 (3) Icon_minitimeMar Mayo 25, 2010 10:49 pm



PRIMERA PARTE

CAPITULO I
Centro de Salud Mental “Lourdes Romero”









(3)

Es un cuarto acogedor. Siempre pensaba la enfermera Dolly cuando entraba a la habitación de doña Lala. Las paredes estaban adornadas de pinturas artísticas y amuletos cristianos, sin olvidar el altar que le tenía a la virgen de Guadalupe, y el santo San José. Las innumerables reliquias que poseía eran elegantes artificios de madera —una obsesión de coleccionista— como una silla mecedora postrada al lado de la mesita de tejer, y un rostro de Cristo hecho de Tectona Grandis (Teca) importada de un país extranjero; la mayoría, objetos antiguos del siglo XVI.

— Acuéstese doña Lala —Pidió de favor la enfermera Dolly, mientras la ayudaba a sentarse en la cama.

— Arrima la silla que está en el escritorio hija —Ordenó doña Lala seguido de un ademán atractivo señalando la silla.

La mente de la enfermera recorría mil ideas. “Una vez más va a contarme sus pesadillas y profecías, no es suficiente con la tormenta y lo asustados que están los pacientes y el personal”. Pensaba durante arrastraba la silla y provocaba una aflicción ruidosa.

— Hija cuénteme lo que le paso a Juanito —Puso sus manos sobre las de Dolly mirándola grácilmente.

En instantes Dolly sintió recorrer un escalofrío por toda su espalda, abarcando la cintura hasta la cabeza. No podía explicar tal motivo, no podía concentrarse, y por primera vez sentía incomodidad en la habitación.

El cuarto era inmenso y muy amplio. Unas velitas sentadas en la cabecera del escritorio se extinguieron repentinamente y la luz sofocó el dormitorio. La enfermera Dolly intentó encenderlas, pero una vez que regresaba a su asiento la llamarada de la vela moría instantáneamente. Una pequeña risa burlona se escuchó en el cuarto, y fue originada por doña Lala, la cual se disculpó y explicó que no era extraño en su habitación ya que solía ocurrir en las noches de tormenta. Sin embargo, la justificación fue más incomoda de lo que parecía, pues el comentario le hizo temblar los pies y sentir irritación en la presencia de su querida amiga.

El intercambio de miradas y la candidez de doña Lala no fueron suficientes para apaciguar el nerviosismo. Y fue extraño, pero el vistazo de la anciana era desapacible cuando fue observado detenidamente. Sin razón alguna, el cuarto desprendió un frio intenso, como si el aire central se posara totalmente alrededor de ellas, las paredes blancas comenzaron a rociarse de diminutas gotas cristalinas y el miedo evocó insatisfacción en ambas personas; pero doña Lala era lista e intento persuadir a Dolly del dilema provocado en santiamén.

— ¿Qué le pasó a Juanito? —Preguntó una vez más. La enfermera Dolly no despertaba de su trance y doña Lala chasqueó sus dedos para avivar a su amiga.

— Se tropezó con unas piedras y se pegó con las rocas de la orilla del camino.

Contestó un poco despierta, pero aun ceñida por el miedo de la habitación.

— ¿Eso es todo? —Preguntó decepcionada. Doña Lala no estaba convencida de su respuesta e intuía que ocultaba algo. Sabía que la intensidad del cuarto no la había nublado el pensamiento lo suficiente como para olvidar los hechos acontecidos, y tarde, pero seguro, se dio cuenta que ya no le tenía confianza, o peor aún, ya la consideraba completamente loca.

Hubo un silencio. Dolly, manipulada por la turbación bajó la cabeza, después suspiró profundamente para tener control en sí misma. Ella, contempló el aire gélido que exhibió al sacarlo de su boca y pensó en no seguirle el juego a la anciana.

La enfermera retiró las manos de doña Lala y se levantó, la miró dulcemente y la arropó.

— Buenas noches —Le dio un tierno beso en la frente y entregó la ultima sonrisa de la noche.

Dolly se encaminó hacia la puerta, cada paso que daba sentía retorcijones en su estomago. No era la primera vez que le ocultaba cosas a doña Lala, y tampoco era la primera vez que ella la miraba decepcionada. Cuando dio vuelta a la perilla, el chillar de la vieja chapa la torturó en lo más profundo de su ser, sentía una gran culpa incomprensible, y en sus más recónditos pensamientos imaginaba un féretro cerrado, y a ella en rodillas pidiendo absolución con lagrimas endebles.

Inmóvil en el umbral de la puerta, de pie con la mirada perdida hacía la nada. Intentó explicar el porqué las emociones tristes lograron conquistarla, y nuevamente fue inútil, los siniestros acertijos infalibles la castigaron y la doblegaron a la petición de la pregunta pasada.

— ¡Perdí! —Se decía ella misma— Perdí con mi paciente más querida, perdí con la más loca del hospital —Decía sigilosamente, cuyas palabras se infringían a casi nada de distancia.

Con un inmenso dolor punzante abrió la boca.

— ¡Diluvio! ¡Diluvio! ¡Se acerca la tempestad! ¡Más muertos y desaparecidos! ¡El ciclo del nacimiento de la nueva bestia ha sucumbido! ¡Es triste! ¡Muy triste! ¡En la lejanía del horizonte la bestia ha llegado, no se salvará nadie! —Dijo con palabras entrecortadas.

— ¡Dios mío! —Doña Lala brincó de su cama. Comenzó con ataques de pánico que la hacían jadear en cada respiro que daba y le era imposible entrar a la realidad. En su mente llegaron a pasar mil imágenes del pasado y palabras evocadas por los miedos más profundos del infierno: Bestia, Bestia, repetía continuamente en movimientos violentos que hacia delante y hacia atrás.

— ¿Qué le pasa doña Lala? —La enfermera corrió hacia ella para auxiliarla.

La palabra bestia resonaban en sus oídos, como si fuera una orquesta encerrada en una habitación pequeña para dejarla sorda. Doña Lala tomaba con fuerza el hombro de Dolly durante que ella pretendía despertarla, pero su lucha fue escasa e inalcanzable lograr su objetivo. Entre su dificultad para respirar y sus ataques de histeria logró decir con esfuerzo: “Ve al cuarto de Juan Esteban y tráeme un libro llamado La luz de la verdad, es un libro viejo con cubierta de piel de cerdo, hazlo rápido”. Sus palabras la hicieron perder el aliento y exhalo abundante oxigeno para pronunciar las siguientes palabras con un tono estricto y de suma delicadeza.

— Y que nadie te vea entrar a su habitación y tampoco con el libro en la mano. Puede haber muchos problemas…

— ¿Qué? Usted debe de descansar, no voy a hacer nada de lo que me pide —Intentó recostarla, pero otro fallido intento. Cada vez que usaba toda su fuerza para impulsarla hacia la cama un empuje descomunal emergía obstruyendo su propósito, es como si estuviera poseída por un demonio, al menos eso pensó Dolly —¿No me escuchó? — Gritó para tener el control de la situación; pero de una manera u otra consiguió quitarse de encima. Inmediatamente sujetó con cuantiosa fuerza una mano de Dolly haciéndole una llave marcial logrando hincarla al piso.

— ¡Tu eres la que no escucha! Ahora ve a hacer lo que te pido o serás maldecida por los cinco demonios —Las últimas palabras fueron muy claras, el retumbe de la frase perpetró los oídos de Dolly haciendo chocar el miedo de realidad con el terror del averno.

Dolly se levanto rápidamente con los ojos bien abiertos, se encaminó lo más rápido para salir del cuarto, saliendo de él con dificultad y dejando su alma abandonada por el temor que vivió.

No se privaba en entender lo ocurrido, lo hacía mientras vagaba por los pasillos y observando su mano agredida. “¿Cómo es posible que una anciana de 60 años haya podido lastimarme y hacerme pedir a gritos que me soltara? ¿Dónde sacó tanta fuerza? Qué miedo con doña Lala, su voz se distorsionó toda cuando dijo que sería maldecida por los cinco demonios, como si estuviera poseída por el diablo, ¿y si lo está? No, no, no, no puede ser… “. El pavor la invadía cruda y lentamente, su razonamiento era manipulado por la aprensión. Cuando miró hacia adelante y vio el pasillo que conecta con el centro del hospital un poco antes de dar vuelta, se detuvo para contemplar las ideas de cómo realizar las órdenes satisfactoriamente, contó hasta tres y giró. El corredor por donde paseaba se hacía más largo a cada paso que daba, y no solo eso, sino que la luz se desvanecía haciendo el paso más incierto y sombrío; con su mente empachada de ilusiones repugnantes no se percató que deambuló donde estaba la reunión del personal antes de haber sido interrumpida por la protagonista del miedo.

Pasó por la cafetería, por algunos pasillos, y ahora se encontraba en la entrada de la morada del diablo, así le llamaban los corredores de los dormitorios de los pacientes, y sobre todo los guardias en turno. Dicha travesía consistía en horrorosos gritos de ayuda, de sacrilegios y de la bestia tan nombrada, ahora comprendía el temor de los enfermos y del porque la demencia los venció; pero esté día era diferente, nunca antes se había presenciado abundante alboroto y los gritos lastimeros que estrujaba los pasillos era: “La bestia, la bestia”.

Al fin, en la puerta del dormitorio de Juan Esteban. Dolly intentó abrir la puerta y estaba con candado, se preguntó porque Don Juan tenía una habitación digna y diferente a todos los dormitorios de la morada del diablo. “¿Por qué éste cuarto tiene baño, una sala, un ropero y escritorio? ¿Qué habrá detrás de ésta puerta?” Se preguntaba curiosa. En fin, la recamara abarcaba una distancia de 5 cuartos a comparación de los dormitorios convencionales del hospital y tenía en la puerta grabada una placa de metal con su nombre en letra cursiva y abajó de éste, el mensaje de: No entrar.

La enfermera Dolly sacó las llaves de su bolso, un conjunto de 20 al menos. Todos los enfermeros contaban con su juego. Una llave era maestra, para todas las habitaciones de la morada del diablo, y las otras eran para abrir las puertas tales como: La sala, el comedor, salas secundarias, cocinas, baños, etc. Pero de todas las llaves que tenía en la mano, hacía falta la de la dirección general, la habitación de doña Lala y la del cuarto del viejo Juan Esteban. Dolly emprendió los intentos con su juego, cuando llegó a sus últimas tres llaves tomó conciencia que eran: La de su casa, la copia de la oficina de su padre, y la del auto, pero aun así no dudó en hacer el intento.

— ¡Maldición! ¿Y ahora qué haré? —Se preguntó mientras controlaba sus miedos en el orvallo de la pesadumbre.

El raciocino de opresión, regida por maldad, temor y demencia, todas situadas en un punto vital, la muerte. Su pensamiento la enloquecía en cada segundo, meditando en torturas siniestras más allá del dolor, la maldición de los cinco demonios dominaba la pendencia del mundo real, con temor a que caiga sobre su familia, y más que eso, que todos sean pacientes del lugar donde ha trabajado más de diez años.

— ¡Nooo! —Gritó chillante— ¡Concéntrate, Dolly! ¿Dónde están guardadas las copias de las llaves? —En su mente apareció su hijo Cristóbal, un pequeño niño de siete años, sonriente ante las adversidades que se topaba en el camino, el irradiaba un gran confort con su gesto gentil al mostrar sus dientes blancos apacibles que calmó a la enfermera; pero lamentablemente solo duró por unos instantes, el rostro de Cristóbal se volvió envuelto en una pantalla roja que emitía un vigoroso calor y llamaradas proferidas del mundo infernal, debajo de él, unas manos que esperaban su caída para arrastrarlo hasta los cimientos del abismo.

— ¡Cristóbal! —Gritó desesperadamente.

Cuando regresó en sí, lanzó las llaves al suelo y unas lágrimas cayeron de sus mejillas, se dejó desmoronarse sobre el piso, fatigada ante la malicia de su mente. Agarró las llaves y las presionó fuertemente como si fuera el cuello de doña Lala.

— Estas personas han sido hospitalizadas por ver demonios y fantasmas —Dijo Sollozando— que no existen —Gritó con estruendo para que fuera escuchada por todo mundo. El sucinto de la desesperación y terror psicológico ya estaba marcado eternamente en ella.

— ¡Dios mío, ayúdame por favor! Nunca te he pedido nada en este mundo.

Dolly cerró los ojos exponiendo sus ideas de un modo muy tajante. Respiró profundamente orientando su mente totalmente en blanco, solo divisaba una cortina pálida y sin color, no existían imágenes, dolor, angustia y demás vicios de estragos. El ruego que citó fue respondido, su imaginación comenzó a llenarse de láminas del pasado y la voz de aquel hombre de tercera edad. El conserje que se había cambiado de pueblo por asuntos personales que no comentó, le dijo a Dolly un secreto antes de marcharse: “Solo hay un juego de llaves para las puertas que nadie tiene acceso libre, y las copias están…”

— ¡En la bodega!

Se levantó del suelo con inconsistencia, se limpió su rostro y rió irónicamente. “Que estúpida, dejarme vencer por mis miedos, já”. Caminó con prisa evadiendo a los guardias en turno y cuidando que nadie la siguiera. En cada esquina se detenía calladamente y observaba el corredor si no había señales de vida, después corría con los tacones en la mano para ser más silenciosa. La adrenalina de hacer por primera vez una acción confidencial la traía activa y su corazón latía a mil por hora; pero percibía que alguien la seguía y por más que volteaba atrás a medio pasillo y al final no veía a su acosador, pero en ese instante, en el cual daba giro en el ultimo corredor escuchó unos cencerros provenientes de su retaguardia. Se detuvo con un extenso miedo, “la bestia, la bestia”, y en segundo su mente originó el rostro de Cristóbal tan radiante que sacó las fuerzas para correr lo más veloz posible. Tomó las llaves, nerviosa y buscando la correcta, en una versátil maniobra de control logró meter la llave, giró, y al sacarlas fueron a dar al suelo, las patío y entro al cuarto con un miedo descomunal cerrando la puerta detonada mente.

— ¡Maldita sea! —Dijo al dar un fuerte suspiro— ¿Pero qué diablos fueron esos sonidos? Enfócate Dolly, las llaves deben de estar por aquí.

La bodega no era un cuarto enorme como el que acostumbra tener la mayoría de los hospitales y centros de salud mental, éste, solo era un pequeño alojamiento de utensilios de limpieza, no más de dos metros x tres. Había una abundancia en detergentes, escobas, trapeadores, líquidos des manchadores, etc. “¿Por dónde empiezo?” Se preguntó mientras movía unas pequeñas cajas que estaban en el estante izquierdo y buscaba ciegamente y sin ánimos de encontrar algo. “Si éste apretado lugar hubiera un juego de llaves, lo más seguro es que estuvieran escondidas hasta el rincón más profundo”. Al dar un paso adelante y después de haber movido algunas escobas, miró un destello que reflejó el foco, se dirigió hacia el centello, y se paró con las puntas de los pies para pode alcanzar el brillo que procedía en el último piso del estante. Los trapeadores cayeron al suelo escuchándose vesánicamente.

Antes que su cuerpo perdiera total equilibrio y se resbalara, logró tomarlas y se tropezó con unas cajas, haciendo un escándalo despreciable.

— ¡Ya las encontré! —Exclamó al tenerlas en las manos.

— ¿Qué encontraste?

A Dolly se le heló la sangre, un sudor transparente le escurría por la frente y una vicisitud de problemas yacía en la espalda de donde nacía la voz.

— Doctor Zaldívar, no es que… estaba… yooo…

— Tranquila primor, parece que Doña Lala te haya maldecido con los cinco demonios.

Los ojos de la enfermera resaltaron absortamente.

Intentó tragar saliva y lo logró, haciendo un ruido molesto que hasta el doctor Zaldívar llegó a percibir. Su respiración era intensa, que desprendía ligeros gemidos de nerviosismo por ser descubierta por su amigo, colega y ex amante; pero no se limitaba en pensar en pequeñeces como estar a solas en un cuarto lejos del personal médico, sino, lo que la acongojaba era el hecho de ¿Cómo se enteró que doña Lala la había amenazado? “¿Acaso a él también lo amenazó y pidió que me siguiera? No, no es posible, ¿quizás...?”

— ¡Mi amor! ¿Ya tan rápido te excito? —Dijo el doctor Zaldívar mientras la sujetaba de la cintura. Se inclinó para darle un beso en el cuello y navegar por todo su cuerpo. Dolly estaba más que asustada, se le notaba a simple vista, sus temblores eran amagados a deteriorar su voluntad de luchar— Estas muy sabrosa —Las manos del doctor ya estaban postradas encima de las nalgas de la doctora. Un ultimó gemido se le escapó a la enfermera Dolly y no fue precisamente de excitación sino de miedo al reaccionar a la realidad. Empujó al doctor con vehemencia para que no estorbara en su camino y Zaldívar intentó retenerla pero fue baladí ante sus intentos— ¿Qué tienes dulzura? ¿No quieres estar conmigo como el año pasado cuando lo hicimos en el bosque? ¡Cuando le fuimos infieles a nuestras parejas!

Dolly es una chica muy bella con un rostro angelical y bien cuidado a pesar de sus 29 años. Sus espirituales ojos celestes como el resplandor del agua en el antártico cuando es iluminada totalmente por el sol, y su cuerpo, frágil pero perfectamente formado la hacía verse como la mujer perfecta para cualquier hombre.

— Lo siento, será para otra ocasión —Tartamudeó en todo lo que había dicho, y escapó por la puerta.

Las primeras pisadas que dio al poner pie en el pasillo fueron de un atleta nato. Cuando el doctor Zaldívar salió del cuarto Dolly ya estaba doblando vuelta hacia el siguiente corredor, y en un intento impacientado le gritó que regresara. Obviamente la enfermera hizo caso omiso a su pedido y siguió corriendo. A lo lejos y muy ahogadamente se escuchó “Se te olvidaron tus llaves”. Dolly se detuvo frenéticamente y buscó las llaves dentro de sus bolsas y las únicas que encontró fueron las de su juego. Su cuerpo incitó a tambalearse cuando regresaba caminando desabridamente, pues, era nuevamente verle la cara al tipo que amaba y odiaba intensamente.

— Malditos sean los cinco demonios —Murmulló antes de estar frente a Zaldívar— ¿Cómo es que tú tienes mis llaves? —Preguntó muy molesta extendiendo su mano.

— ¡Mi amor! Estaban en el piso y las vi cuando te andaba agasajando, estabas muy excitada que ni te diste cuenta —Zaldívar dejó caer las llaves en la mano imperiosa de Dolly— Mejor no pregunto para qué sirven estas llaves, después no me vayan a maldecir —Terminó la frase con un tono sarcástico.

Dolly cerró su puño con una ira impávida. Quería romperle la cara al doctor Zaldívar, si antes sentía amor y desprecio por él, ahora estaba más lejos de tener relaciones con una persona tan déspota, pero logró contenerse y se dio la vuelta para marcharse, en su camino y antes de girar le gritó: “Estúpido”.

— Abróchate la blusa, tienes unos lindos senos.

Antes de dar vuelta al pasillo, su abstinencia de temores se quebró. Una vez más escuchaba los cencerros, ese sonido espeluznante que de niña llegó a oír, ese sonido que en pesadillas solo aparecían. Las siguientes campanadas se percibieron más cerca de ella, su cuerpo vibraba aguadamente como si un toque de hoja definiera en que rumbo sería el derrumbe. Se guardó las llaves en el bolso asegurándose que no se cayeran, posteriormente se tapó los oídos con las manos y corrió sin ver a pos de ella.

Recientemente el miedo la apoderó, una gran cantidad para ésta noche, pensaba mientras corría sin prestar atención si alguien la seguía o se encontraba con un guardia en su camino. “Malditos cinco demonios” vociferó lo más ruidoso que pudo. Ahora tenía una preocupación más encima, aunque el doctor Zaldívar no le pregunte directamente acerca del juego de llaves, lo haría con alguien que no fuera ella.

Hace un año, cuando fue infiel y se le entregó a alguien que no fue su esposo, la persona que inicio todo el escándalo fue el doctor Zaldívar. El se encargó en disipar el chisme mientras se ponía ebrio en una cantina con sus colegas y amigos de colegio; la única persona que ayudó a Dolly en salvar su matrimonio fue doña Lala, siempre atenta a los problemas y desafíos de sus amigos.

Por segunda vez, extenuada frente a la habitación del viejo Juan Esteban, mordiéndose su labio inferior y deseando que ya acabara todo. Sacó las llaves de su bolsillo, y contó “una, dos, tres y cuatro. Una de éstas debe de ser” miraba las llaves rogando que no estuviera equivocada.

— ¡Cuatro intentos! Si una de éstas llaves logra abrir el cuarto ¿para qué será útil ésta cuarta? —La incógnita y curiosidad fuera del común denominador, a paso veloz despojó su mente de estupideces y preguntas que en estos momentos no servirían de nada, pero las imágenes del conserje la invadieron— Otro loco más afectado por las historias de este maldito hospital —Se dijo Dolly en un intento de controlar su pulso y escoger la primera llave.

Entró la llave a la perilla y suavemente la giró. Acertadamente, en su primer intento abrió la puerta y la empujó hacia adelante. El sonido que desprendía imprecaba los oídos del que abriera esta maldita puerta. Algo adentro de ella la hacía dudar a que entrara a la habitación y por otra parte sentía gran curiosidad por ver uno de los cuartos restringidos del centro de salud mental.

Estaba totalmente oscuro y no veía nada, en la entrada buscó el interruptor pero no se encontraba alrededor de la puerta como es costumbre en todas las habitaciones. Camino adentrándose a la oscuridad indecible, era él cuarto más negro que haya estado jamás. Apenas, la ventana alcanzaba a atender el movimientos de las hojas de los arboles proyectando una sombra débil de luz dentro de la habitación, después, acompañado de un fuerte trueno, el relámpago iluminó apocadamente la recamara. Alcanzo a admirar una lámpara, se dirigió hacia ella y tropezó con algo, maldijo nuevamente a los cinco demonios, y en seguida la prendió.

Dolly sintió que se le salía el corazón de la boca, sentía el fuerte latir en su pecho e incluso escuchaba el núcleo de su vida.

— ¿Qué maldita habitación es ésta? —Dijo.



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