El carro

Pensando en que el Loco sería feliz subiéndose a un carro, lo invité a dar un paseo.
Entonces me dijo:
—Un carro siempre debe tener un conductor—
—Empezó por el principio, hoy, está muy cuerdo—, pensé
Le dio la vuelta varias veces al carro y no se subió en él. Lo miré sin entenderlo.
—No necesito subirme ahí, mire mi carro, se tocó su cuerpo. ¡No lo haré!—, me gritó.
Más calmado me dijo:
—Yo manejo mi propio carro, soy su conductor y sé donde ir—
—Vaya, me encanta que me hagas la comparación del carro con el cuerpo, entonces hay que saber manejar y dónde ir. Para vivir lo que queremos, hay que tener metas claras para poder llegar a ellas—
Parece que lo que dije no le importó, empezó a comer un mendrugo de pan. Luego empezó a reír. Me quedé en silencio.
—Una vez que tenga lista ésta (me mostró la cabeza) prende el motor y deja que las ruedas o los caballos marchen—
— ¿Caballos?
—Sí, tiene que aprender a manejarlos, porque uno tira para un lado y el otro para otro— y con estas palabras se fue.
El Loco me enseñó la voluntad para realizar las acciones de manera planeada. Unificar y reconciliar los opuestos con fuerza y decisión, sin reprimir o forzar las situaciones para continuar nuestro camino.

Otro relato perfecto de la serie y con una enseñanza que llevas en la forma correcta, en la figura del carro, la de nuestro cuerpo en donde el loco dice una verdad irrefutable, el dominio de nuestra cabeza, planear las cosas muy bien, el desenvolvernos nde la mejor manera para que nuestro carro, que muchas veces veces es llevada por estos caballos que si no los sabemos guiar con la sabiduria puede llevarnos a una confusion interna relevante, sin que nos lleven para un lado y otro...el equilibrio mental, racional y visceral, llevado en relato ameno y reflexivo, excelentemente bien escrito...muy bien Etel...

Besos,

Ignacio