Hay días para todo; y por ello los hay de ésos en que casi no valen la pena comenzarlo sino intentar ver sí, en el mejor de los casos, pasan y acaban lo antes posible para ver si el próximo es mejor, o diferente.
Me acaba de llamar por teléfono un amigo de toda la vida, un amigo de los de verdad, de los de antes: de aquéllos compañeros de luchas y sentimientos por cambiar un mundo que ya de entonces veíamos jodido y lo sigue estando , más ahora que antes. Me ha dado una noticia que no sé calibrar bien las reacciones que me produjo, sobre todo porque fueron varias: su hijo acaba de alistarse al ejército. Primera reacción: perplejidad.
No lo entiendo. No lo entiendo porque esta sensación que siento ahora la estudiamos años atrás juntos y nos preguntábamos como poder evitar, si llegara, que ello sucediera; en algo hemos fallado porque al menos él no ha sabido evitar que su hijo un día fuera carne de cañón para un sistema que nos quiere como balas humanas para saciar sus más ingratos e instintos criminales.
Este sistema, esta democracia tan idolatrada por unos y más que dudosa para otros, es cruel, muy cruel. Siento en mi interior una gran tristeza por mi compañero, amigos desde antes de la juventud y que sé qué está pasando por su mente. Querría pensar que es un consuelo decir que al menos, como se dice en estos casos, ahí tiene un sueldo, “un plato de comida”; pero no. No ROTUNDO. No es así. Pienso que éso no es sino un tremendo fracaso, no sólo de un sistema, sino de un país y de una sociedad jerarquizada hasta el tuétano que impide con reglas y leyes adaptadas a unas necesidades de conveniencia que el futuro no sólo de nuestros hijos sino del conjunto de la sociedad esté y quede hipotecado de por vida, o casi.
Yo, con hondo pesar y tremenda tristeza, le diría – no a mi amigo - , sino a su hijo lo siguiente: “ cuando aceptes que te endosen un uniforme y que te coloquen una bandera al pecho, ya no tendrás batallas que ganar: las habrás perdido todas”.
Diría más: “ Tontería por tontería: si pudieses volver del reino de los muertos diciendo...Hijos aquí hay un carajo bueno, no te creerán. Para entonces la imbecilidad ya es una institución creditativa “
¡¡ Qué tristeza...!!
Teknarit, África.