VIDA PERRA... ++++DESTACADO SEPTIEMBRE DE 2009++++

DESTACADO

VIDA PERRA...





Dos seres anónimos, Juan sin nombre y Cegatón, su perro ciego, piden limosna en una esquina cualquiera de Bradford. Sentado en posición yoga con las piernas cruzadas, el hombre espera que de lo alto le caigan las monedas sobre lo que un día fuera una manta militar y que hoy es un trapo doblado en cuatro, hilachento y descolorido. Cegatón, ajeno al ajetreo que les rodea, dormita al lado de su amo quien es uno de los tantos vagabundos atrapados en la indigencia que solos o en compañía de sus perros han llegado a ser una parte indeseable, un punto negro en la escenografía suburbana. Ellos son el despojos humanos, los desposeídos que han ido quedando abandonados a su suerte en las calles de la Gran Bretaña, nación en proceso de disolución, una sociedad de consumo sumida en una crisis galopante.

El hombre ignora que ese día la fortuna de ambos va a sufrir un cambio inesperado. Y la responsable será aquella niña que se la ve salir sollozando del edificio donde el mendigo tiene apoyada la espalda

Juan sin nombre puede que tenga treinta años -como puede que tenga cuarenta. Es un hombre mestizo, en parte blanco de ojos celestes descoloridos por el licor. Sus labios negroides, carnosos, casi se pierden debajo de su barba. Tiene la piel curtida y los cabellos castaño grisáceos los tiene amarrados con un elástico formando una masa de pelos que le caen por la espalda. Su vida transcurre lentita, quieta, sin hacer ruido, tal como cuando ya no se tiene nada más que perder, y cuando los únicos refugios ciertos con que puede contar son la caridad pública y los rincones a la intemperie en donde acomodarse a mendigar, o a pasar la noche. No tiene lazos efectivos que lo amarren salvo Cegatón, un perro Golden Retriever ciego, que medio año atrás se allegó a su lado y desde entonces han compartido la vida de la calle. Cegatón pareciera estar mejor alimentado que su amo, pero su pelaje color crema dorado, ahora se esconde bajo una patina de mugre grisácea y grasienta, que hiede…

Hoy, es el mediodía de un frío sábado de entrada de otoño. El hombre y su perro se encuentran instalados en un espacio semi circular cercano a una parada de buses y a metros de una Clínica Veterinaria. El lugar donde mendigan está situado en una conjunción de tres calles, que es la arteria comercial más concurrida de un populoso barrio suburbano multirracial. Desde su improvisado lugar de trabajo, el vagabundo mira desfilar piernas y zapatos que van movilizando gentes de rostros sin expresión, que preocupadas sólo de sus asuntos parecen no verlo. Pasan en silencio o hablando en algunas lenguas incomprensibles. En su mayoría son hombres y mujeres que visten ropajes exóticos, y que huelen a comidas sazonadas con especies de geografías remotas. Como hormigas van y vienen. Circulan. Entran y salen de los negocios. Unos con mercaderías del supermercado, otros con compras del negocio pakistaní, o de la tienda hindú, o del mini mercado jamaicano. Aquí pasa uno comiendo un Fish and Chips que venden a la vuelta de la esquina; allá viene otro hincando el diente en una hamburguesa del Mac Donald que queda al otro lado de la calle, frente a los semáforos. Es el mediodía de un sábado de fin de mes

Desde el negocio disquero, a su izquierda, se escucha el ritmo reggae y la voz de Bob Marley cantando “No, woman, don’t cry”, que se mezcla con el ruido de motores, de frenos, de bocinazos impacientes, con el taconear de los peatones y con el llanto de un niño y de la madre que lo reta; y de las risas de un grupo de bulliciosos adolescentes que tontean entre sí mientras esperan el bus. Sobre los vidrios trizados de un local vacante hay pegados varios posters superpuestos: uno, con la caricatura de Margaret Thatcher y de Reagan ha sido rajado por la mitad; hay otros con consignas contra el desempleo, acá un llamado a una marcha de protesta y varios volantes que anuncian grupos musicales. Un graffiti neo nazi…

Un penetrante olor a pescado frito domina la esquina donde se confunden los gases de los vehículos con la pesada atmósfera fría y húmeda que presagia lluvia segura para la tarde.

Sobre la manta se ven las monedas que el mendigo ha logrado recolectar: unas, las de menos valor, son de cobre opaco y están en mayoría; el resto, las más bienvenidas, son plateadas. Al lado de las monedas, frente al perro, tiene puesto un letrerito con un sentencia escrita a mano copiada de una campaña solidaria cristiana:


Mientras cuenta las monedas a ojo, se le ocurre pensar cuánto dinero le cobraría el veterinario por examinar los ojos de Cegatón que está echado durmiendo, o tratando de dormirse. Así reflexionaba mirando hacia la Clínica Veterinaria, cuando de allí ve salir a un hombre con una niña llorona. El hombre trata de consolarla. Con el pañuelo le seca las lágrimas y la toma en brazos. La niña llora desconsolada, con su carita perdida en el hombro de quien debe ser su padre.

Desconcertado, consciente de las miradas inquisitivas de los transeúntes, el hombre se ha detenido frente al semáforo sin decidirse cuál dirección tomar. Como un sonámbulo cruza la calle y se queda en la esquina tratando de consolarla. Un payaso de traje amarillo con una sonrisa roja sobre la cara pintada de blanco, se acerca a la niña y le ofrece un globo naranja. Con gestos de entusiasmo exagerados les cierra el paso y les indica el Mac Donald. El hombre se arrodilla, y al oído le consulta a su hija. La niña apenas asiente con la cabeza. Con las palmas se seca las lágrimas. De malas ganas toma el globo y se deja llevar de la mano del payaso bailarín.

Absorto en observarlos entrar, Juan sin nombre siente caer una moneda de cincuenta peniques que luego de tintinear en las otras monedas se queda mostrando la cara de la Reina Isabel. Junto con exclamar una bendición de gracias, el vagabundo recuenta con la vista el dinero que se ha ido amontonando en la manta. Son más de tres libras, (que pueden ser cuatro) dinero que le alcanza para comprar tabaco y algo para darle de comer a Cegatón. Calcula que si no llueve, durante la tarde logrará juntar por lo más bajo, otras dos libras. Con ello tendría asegurada la comida del día, el tabaco y dos botellas de cidra para pasar la noche. Mientras cuenta con la vista, de reojo ve que el perro se ha incorporado, se sienta, y atento, moviendo la cola, está haciendo gestos raros con la nariz y las orejas. Y tiene la nariz apuntada en dirección al Mac Donald.

--¿Qué estas mirando, Cegatón? –le dice, palmoteándole la cabeza. --¡Ahhh!, que te quieres comer un King, ¿eeeh? ¿Como uno de esos que esa niña mimada y llorona no se quiere comer, y que no deja de mirarnos? Mira lo tonto que es ese papá. Además de dejarla que no coma, la consuela…

-Riéndose, le coge el hocico para que lo mire.

--¡Oye, socio!... ¿Qué tal si tú también te pones a llorar para que nos lluevan más reinas?... Mira, -le dice bromeando-, si con tus aullidos de pena logramos juntar diez libras antes que comience a llover, te compro un Súper King. ¡Yo me zampo las papas fritas, y los dos le damos el bajo a la Coca-Cola! –El perro le mueve la cola, como si entendiera.

Juan sin nombre así esta bromeando con su perro. Mientras tanto, la niña y su padre han salido del Mac Donald y esperan la luz verde del semáforo. Ahora están cruzando la calle y caminan directo hacia ellos. El hombre del perro los ve venir y espera con una sonrisa de gracias y la mano tendida. Pero en lugar de depositar una moneda, la niña se va directo donde está el Cegatón moviendo la cola, como aguardándola. Ella le pasa su hamburguesa. Y mientras el perro se devora el Súper King, la pequeña lo abraza y le acaricia la cabeza.

El padre de la niña lo llama a un lado con un gesto de súplica.

--Amigo-, -le dice en voz baja con voz educada y acento extranjero. --Le compro su perro…, por el momento ando con sólo treinta libras en el bolsillo. Pero si llegamos a un trato le prometo que la semana próxima nos juntamos aquí, y yo le pago el resto de lo que usted me cobre…

Juan sin nombre no sabe qué responder, sorprendido por la oferta tan insólita como inesperada. Observa a Cegatón que feliz está engullendo su King, a la niña que mientras lo abraza le conversa; y al padre que le ruega con los ojos.

--Mi perro no está a la venta, -le contesta, también en voz baja, con gesto agrio. –Éste perro no tiene precio…, ni está a la venta. Si quiere un perro, vea en la Sociedad protectora de animales, donde tienen perros abandonados. Allí puede elegir uno a su gusto y que no le va acostar ni un penique. Y busque uno que no esté ciego…

--¿Cómo se llama su perro? –le pregunta, tratando de mantener su atención.
–Cegatón, –le responde evitando mirarle.

--Su Cegatón es de la misma raza que era el nuestro…, –trata de explicarle, sin hacer comentario sobre la ceguera del perro. --Fue el regalo que le compramos a Lorenita en su primer cumpleaños. La semana pasada, en un descuido nuestro, salió a la calle y fue atropellado por un vehículo. Lo internamos en la Clínica pero nos han dicho que no tenía recuperación y que tuvieron que ponerlo a dormir… Estábamos en el Mac Donald cuando vio a su perro en la distancia. Está confundida… No me explico de dónde sacó la idea que nuestro perro se ha mejorado y que usted nos lo está cuidando.

Sin responderle, Juan sin nombre vuelve a su puesto junto al perro. Mientras le acaricia el lomo piensa en la oferta que acaban de hacerle:

Mientras lía un cigarrillo, escucha al hombre tratando de explicarle a su pequeña que Cegatón es un hermano ciego de su perro. Que ese señor es su dueño y que si se lo llevan a casa, él se va quedar muy solito. La niña se desprende de los brazos del papá, va hacia donde está el mendigo y le pregunta incrédula, a punto de llorar: --Señor, ¿es verdad que su perro es hermano de mi perro?... En el preciso momento cuando prende el cigarrillo, evitando mirarla a la cara, Juan ve caer una moneda de dos libras, es nuevita, desprende fulgores de oro viejo entre las otras monedas sin brillo.

--Señor, ¿es verdad que su perro es hermano del Bemba? –escucha que le pregunta sollozando y tirándolo de la manga.

--No, niñita. Creo que mi perro no es hermano de nadie, - le contesta con una sensación de pérdida hasta ahora casi olvidada; tratando de ocultar con una sonrisa juguetona la súbita angustia de desprendimiento que le invade el rostro.

--¿Sabes que si te dejas de llorar podríamos preguntarle a él mismo? Va hacia el perro, le coge de las orejas con las dos manos le pregunta mirándolo a los ojos: --Cegatón, ¿así que tienes un hermano tan feo como tú?...

Cegatón permanece estático, sin expresión. Juan sin nombre mira a la niña y con las manos le hace un gesto de desaliento mezclada con pregunta.

Un par de monedas de color oro rebotan en la manta. Con un sonido metálico caen sobre el resto. Una suave llovizna ha comenzado a humedecer el pavimento y que cae atenuando el olor a pescado frito y haciendo apurar el paso de la gente. En la esquina de enfrente, el payaso ha abierto un paraguas de colores. Las luces del semáforo se reflejan en el pavimento y también en los vidrios de los vehículos… Una brisa favorable hace que la voz de Bob Marley domine por sobre el bullicio de la esquina.

--Cegatón, si tienes un hermano mueve la cola. Apúrate, mira que tu amiguita se va a quedar toda mojada… -Pega el oído al hocico del perro.--¿Qué dices?… ¿Que sí? ¡Que eres hermano de Bembo!... Y que quieres que Lorena te lleve al doctor…

Se pone de pié. En la mano tiene la punta del cordel que el perro lleva al cuello. Se lo ofrece a la pequeña. Y le ruega:--¿me podrías dejar tu globo? A Cegatón le gusta que lo tiren del cordel con las dos manos.

Juan sin nombre, sin mirar hacia donde se aleja la niña al trote con su perro. Temiendo arrepentirse, recoge con prisa el montón monedas, desdobla el poncho raído y se lo echa sobre la cabeza a modo de paraguas. Con la vista nublada enrolla el cartelito. Sordo al bullicio, a la lluvia, con la ausencia de Cegatón recién penetrándole el pecho, escucha a su espalda la voz de una vieja que le recrimina en voz alta: --- ¿No tienes vergüenza?... ¡A tu edad vivir del trabajo de otros!... ¿No te da vergüenza?>

Sin mirarla, ni ánimo de responderle, seguido por una mirada torva y provocando los esquives de los transeúntes, Juan sin nombre, ya sin más lazos afectivos que atender suelta el globo, dobla la esquina de la Clínica Veterinaria y se interna en la lluvia.


FIN

S. CAMINANTE
Con el ‘ser o no ser’ en mi mochila
voy por Avenida Pablo Neruda
hacia la Alameda Salvador Allende

Sheffield, Abril 11, 2008[/size]











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Ufff,amigo,que me hiciste lagrimiar.
Una historia humana hasta la médula, a la cual enfatisas con los detalles,la ambientas tan bien,que pude sentir el olor a las papafritas de mac Donal,la lluvia,y ese tema...uff mi tema favorito.
Terminaba la lectura,y me preguntaba que hubiera hecho yo?,me preguntaba por que el perro se fue sin molestarse,me preguntaba tantas cosas amigo.
Me gusto mucho,me entristecio,pero me gusto mucho.

Que las hadas te acompañen

Gracias por tu comentario Cynthia. Me alienta a seguir escribiendo. Solo para sugerirte que profundices mas en tu compresion del contenido, y tu corazon va a entender que no es tan triste como pareciera: porque es un trozo de generosidad el que mueve toda la trama.
Un abrazo carinoso, companera.
Sergio

Me he quedado encantada con este relato, es muy bueno y lo haces estupendamente para que el lector tenga todos los ingredientes que necesita. Un saludo cordial. Elisa.

Gracias por tu visita y comentario amiga Elisa.
Un abrazo
Sergio

Realmente me encantó el relato, las descripciones hacen imaginar perfectamente la escena y estar en el momento exacto del suceso. A mi parecer Juan sin nombre, a pesar de no tener nada salvo a su perro, prefiere saber que al menos su compañero va a estar en buenas manos con los nuevos dueños y va a tener mejor vida.

Una historia muy bien contada, muy humana y si bien deja algo de tristeza al final, pensar en que Cegaton tendría mejor vida es superable a la emotividad que puede producirnos la ausencia que sufrirá su amo...
Mis felicitaciones, una historia llena de escenas que permiten al lector hasta escuchar la vzo de Bob Marley.

Un excelente relato Sergio, si provoca una cosita dentro, emoción y te mueve los hilitos. Buen trabajo, objetivo logrado: sentir el texto y vibrar con él. Abracitos desde mi sur chileno hermoso.

Solo felicitarte, has logrado un texto impresionante.

Ya había leído este texto...y no sé cómo o por qué no había dejado mi comentario. Pues...no hay otra forma de denominarlo...como dice Cynthia: "humano hasta la médula" Un abrazo. Muy bueno y gracias por compartir...

Felicitaciones Sergio por ser Destacado del foro, con este relato muy bien hecho. Merecido reconocimiento.

Un abrazo,

Ignacio

Felicitaciones por el reconocimiento. Un abrazo.

Sergio... un relato conmovedor, sin dudas.
Aunque nos deje con un saborcito amargo.. se puede disfrutar desde principio a fin y atrapa!
Felicitaciones, Sergio.
Un merecido reconocimiento.
Un abrazo, amigo!!

Felicidades Sergio por "VIDA PERRA" Y ser destacado del mes.

Como dicen todos mis compañeros una historia muy bien contada y que te atrapa.

¡¡Excelente amigo!!

Con cuanta emocion recibi tu critica, viejo perro. Ya pensaba que te habia conquistado el tal Pineira y que le habias agarrado fobia a los Rogelios. Por eso me mantenia en el molde contigo, sin decir ni pio..., pero he seguido tus huellas como un perro sabueso, hasdta que nos chocamos al dar vuielta la esquina. Bienvenido a la hermandad en espiritu, del que viene de arriba, y tambien del que llena las copas, querido compatriota.
Un abratazo a la didistancia
Sergio

Jaime, apenas tenga la ocacion de viajar a Chile, te aviso, tu me vuelves a dar la direccion de tu casa y que locomocion tendria que tomar; yo compro la carne; tu pones el patio, las ensaladas, el pebre, y los paracahidistas que se pongan con el tintolio, que sea del bueno, de la cosecha 73', Casillero del Diablo. !Ah!, casi me olvido: la fiesta pa' mi no termina hasta que este muertro de curado, asi que hace una camita en el gallinero pa' que tu compadre duerma la mona.
Un abrazo a la distancia
Sergio

pese a la sobrecarga de explicaciones, a veces redundante, y a una descripción lugareña que no aporta, el final es contundente y redondea un buen trabajo.
"lentita" me rechinó.