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 HUELLA DEL RETORNO VI/XII

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Jorge
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HUELLA DEL RETORNO VI/XII Empty
MensajeTema: HUELLA DEL RETORNO VI/XII   HUELLA DEL RETORNO VI/XII Icon_minitimeMiér Ene 21, 2009 6:54 pm

Por recomendación de la familia del viejo, Efrén se empleó en un hotel de la ciudad. Inicialmente lo destinaron a servicios varios pero en poco tiempo logró que le asignaran un puesto de responsabilidad dada su experiencia.

Una tarde mientras tomaba un breve descanso, su jefe se le acercó y le pidió que le acompañara al Centro de la Ciudad lo cual aceptó gustoso.

Su nombre era Carlos; contaba con veinticinco años pero al escuchar su voz pausada y observar su andar sereno, reflejaba un poco más...

Tomaron un taxi, y en el trayecto abordaron sólo temas laborales..

Su jefe le contó que hacía dos años había terminado sus estudios universitarios y que apenas estaba dando los primeros pasos en el ámbito laboral; que provenía del seno de una familia de medianos recursos y que su permanencia en la Empresa sería corta porque tenía otras aspiraciones.

Mientras Efrén le escuchaba atento, el conductor aminoró la marcha para dar paso a un anciano que en forma imprudente cruzaba la vía y aprovechó ese instante para deleitarse con el paisaje que ofrecía aquel atardecer dominado por un sol veraniego proyectando su luz mágica sobre un mar verde poblado de espumas blancas.

El taxi se detuvo frente a una tienda de abastos donde Carlos hizo algunas compras.
De regreso, fue más informal.

Mientras charlaban le obsequió una lata de cerveza.
–Tómala – le dijo esbozando una sonrisa.
La mereces...

Efrén jamás olvidaría ese detalle. Nunca había ingerido licor.


AROMA DE MUJER

Días después siendo las cuatro de la tarde, llegó su relevo.
Luego de asegurarse que todo estaba dispuesto para el segundo turno, salió del hotel.
Caminó algunas cuadras y al doblar en una esquina vio a una joven que corría tratando de alcanzar una hoja que el viento había sacado de su agenda.
En un hábil movimiento logró tomarla y al entregársela fue gratificado con una cálida sonrisa.

-Gracias- musitó un poco tímida...

Efrén quedó inmóvil contemplándola. Era hermosa…sencillamente hermosa.

Al verla partir, se quedó parado observando su silueta perderse en la distancia. Su cabello negro bajaba por su espalda en un vaivén sensual que invitaba a la caricia...
Mientras los vientos alisios azotaban sin tregua y las encrespadas olas morían destrozadas entre los malecones, apuró el paso con la esperanza de alcanzarla entre los transeúntes cosa que no fue posible.

Vio morir aquel día desde la ventana de su apartamento agobiado por una extraña soledad.
Ya entrada la noche, el silencio se adueñó de las angostas calles y el mágico brillo de la luna se posó en los rincones de la ciudad para esperar el nuevo día…

Es hora de dormir: - pensó- Algo me está sucediendo.

Una mañana, Carlos lo sorprendiò dicièndole en tomo burlòn:-Alguien te espera en el lobby-

Al escucharlo, le solicitó permiso para retirarse diez minutos antes de terminar el turno y acudió al llamado.
Allí estaba sentada acariciando con sus delicadas manos un osito de peluche. Al verle, sintió una extraña sensación…

-Hola-¿se acuerda de mí? Claro que sí joven... ¿puedo servirle en algo?

No hubo respuesta: sus mejillas adquirieron un tono color rosa y el brillo de sus ojos deslumbró hasta el más oscuro rincón de su existencia…

La miró en silencio tratando de inmortalizar aquel instante y comprendió que esa cosa extraña que le estaba sucediendo desde la noche en que vio morir el día a través de su ventana, no era otra que un preámbulo a lo que llaman amor…

No es nada especial. –Dijo-

Ayer pasaba por aquí y le observé ingresar al hotel lo que me hizo suponer que era su lugar de trabajo.
Alguien me lo confirmó y decidí venir a verle para presentarle disculpas por mi falta de cortesía el día que nos vimos por primera vez.

Agradezco su gesto – Le dijo Efrén- Y anotó: no era necesario pero viniendo de Usted, lo considero grato.¿Puedo saber su nombre? Yo soy Efrén del Carmen Alvarado.

Y yo, Irina del Rió Agamez. –Dijo- mostrándose un poco nerviosa.

Como si se tratara de una cita formal, salieron del hotel y caminaron en silencio hasta llegar a la orilla de la playa desde donde contemplaron el embrujo de una tarde que moría lentamente arrullada por las olas.

Efrén no supo cuánto tiempo estuvieron allí ni las promesas que hicieron; cuando llegó a su departamento, sólo era consciente de su imagen y del sol amarillento dejándose seducir por el apacible oleaje de la mar mientras el manto de la noche cubría paulatino el horizonte.

De regreso, prometieron verse cada día a la misma hora y lugar...

Desde la esquina donde se encontraron la primera vez, la vio partir silenciosa acariciando con su larga cabellera los rayos de luna.
Era la primera vez que sentía algo tan maravilloso; todos los caminos parecían conducir a sus brazos y el menor soplo de brisa, traía a sus sentidos un aroma de mujer.

Ciertamente fue el preámbulo...

Al día siguiente Irina llegó puntual. Era una tarde de domingo.
Tomados de la mano, dejaron que el sol matinal les guiara..

La suerte estaba echada...

No hubo tiempo ni ganas de ponerle freno a ese corcel que avanzaba veloz llevando en su lomo el deseo que inexorable les conducía al lugar donde él disfrutaría por primera vez las mieles del amor.

Sin tregua, sedujo sus labios y enredó sus sueños en el mágico rizo de sus cabellos negros dejando silente el espío lujurioso de las verdes palmeras que en su vaivén parecían disputarse el privilegio de grabar aquel idilio.

Antes de partir, escribieron sus nombres en la arena. Caminaron en silencio despidiéndose al llegar a lo que llamarían por siempre “su esquina secreta”.

Era un sitio especial; lo llamaban tres calles.

La primera se inclinaba caprichosa y moría en la cima del puente que unía la ciudad con un islote llamado Isla de Pájaros,
La otra, se extendía imponente entre balcones floridos y paredes blancas semejando un río cristalino en mágico reposo... le llamaban calle larga y formaba una intersección con un callejón ciego donde moría el eco de las olas que en tiempos de brisa chocaban inclementes contra los pilotes del puente.

Iluminado por el brillo de esos ojos que daban luz a la noche,a paso lento continuó su marcha hasta llegar a la soledad de su alcoba.


Jorge 21/01/2009 DRA
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