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 Serenata para Turquesa

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Etelsaga
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Etelsaga


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MensajeTema: Serenata para Turquesa   Serenata para Turquesa Icon_minitimeMar Jul 25, 2023 5:00 pm


(En colaboración Osvaldo-Etelsaga)

Fue en una mañana de primavera, el sol a medio camino en su carrera hacia el medio día. Un gentil morador de las orillas de un estanque, a quien todos creían no ser más que un sapito común de simpáticos modales, pero sin delicados gustos y de poca obsequiosidad, demostró no ser ese con quien lo confundieran durante toda su niñez, su adolescencia y su temprana juventud.
Solía venir todos los domingos desde primeras horas de la mañana, a tomar los rayos del sol, tumbado sobre una piedra aplanada que vivía cubierta de húmedo musgo verde negruzco que acolchaba la superficie dura del mineral. A poca distancia de la piedra, a una grada más abajo, llegaban las aguas del estanque cubierto de lotos y lirios que florecían todo el año.
Este caballero no cerraba los ojos ni parpadeaba, contemplando las ondas más tenues que se producían en la superficie serena del agua por la brisa, o por pequeñas hojas secas que caían de los árboles, y las corrientes provocadas en el seno de las aguas a causa de los movimientos de los pececillos y anfibios que se deleitaban como delfines. Nuestro amigo sabía que a eso de las nueve de la mañana siempre aparecía en el centro del estanque, sobre la hoja más grande y más redonda y reluciente, una bella ranita de color verde turquesa. Al momento en que surgía la ranita ante su mirada, todas sus fuerzas se le venían abajo. Y debajo de su mandíbula inferior, la piel casi transparente se le estiraba y se le encogía con gran rapidez.
¡Qué desdichada me siento!, dijo la ranita. Hoy, cuando más alegre amanecí y esperaba encontrar a muchas amistades, por ser mi cumpleaños, ha sucedido todo lo contrario. De tantos pececillos de colores que suelen estar por aquí hoy cuesta tropezarse con uno. Las libélulas, ¿Dónde están? Por qué las plantas alrededor del estanque están marchitas, sus hojas lucen cabizbajas y agobiadas, las cigarras no cantan; ni siquiera el viento susurra entre los árboles. Todo ha enmudecido. Qué más puedo lamentar, si ni siquiera el mozuelo presumido de la piedra está. Y si estuvo, ya se fue. ¿Quién sabe a cuál de mis amigas vendría a ver y al no encontrarla no habrá querido que hicieren mofa de él? Debo de tener fiebre o alguna otra enfermedad que explique este sufrimiento. Entre tanta tristeza y soledad, siento que he perdido toda mi alegría, al punto que hoy me hubiera rebajado a dirigirle la palabra hasta a ese chico.
Acababan de pasar como una nube por su mente débil estos pensamientos, cuando un suave soplo de aire fresco suspiró entre la fronda verde y húmeda. Una tropa de mosquitos se levantó de la piedra donde habría estado el ágil saltador de abiertos e inexpresivos ojos, dejando escapar sus agudísimas y notas, suaves como el preludio de una sinfonía. En el acto apareció desde atrás de la piedra el apuesto caballero con sus mejores vestimentas, incluyendo corbata y una barita dorada en la mano derecha. En un sólo salto cayeron tres docenas de apuestos grillos pulsando al unísono sus afinados violines. Mozheart, el apuesto caballero, batía su barita al tiempo en que miles de cigarras empezaron a desgarrar el aire con sus notas. En la rama de un arbustillo de colores otoñales se distinguió la silueta luminosa de Pavaronny, el rey de la melodía de aquellos bosques, un canario de bellísimo plumaje amarillo como un sol. Jamás había cantado con tanta armonía y tanto eco. Parecía como si hubiera reservado todas sus fuerzas para este día. Miles de libélulas danzaron en el aire y tocaban esporádicamente con sus patitas la superficie líquida. A ellas se sumaron miles de pintorreadas mariposas aplaudiendo con sus alitas frágiles y sonoras. Un pájaro carpintero empezó a tronar su tambor. Todas las ranitas que pendían por debajo de las hojas saltaron al agua croando alegres, permitiendo que las plantas lucieran alegres y no como aparentando estar marchitas. Los pececillos salieron de sus cuevas y danzaron como sirenas.
Entre tanto Mozheart le declaraba su amor a la ranita Turquesa, mientras la invitaba a danzar sobre la piedra donde tanto tiempo había soñado entregarle su corazón entero y palpitante. Después de danzar estrechamente unidos por sus ventosas, sobre sus largas y flacas piernas, se lanzaron al agua a disfrutar de su suerte anfibia.

_________________

La alegría se multiplica cuando la dividimos...
Richard Bach....


Te invitamos a que dejes comentarios en los post de tus compañeros. Al igual que tú, también ellos merecen ser comentados.  Gracias
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Alejandra Correas Vázquez
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MensajeTema: Re: Serenata para Turquesa   Serenata para Turquesa Icon_minitimeDom Jul 30, 2023 9:01 am

Nosotros tuvimos también en nuestra casa de Talahuasi un sapito que llamábamos Felipe. No se juntaba con los otros sapos que estaban afuera en un fuenton, el era de la casa siempre en la galería metido en el cajón de los gatos. Un príncipe encantado. Si lo llevábamos al fuentón se volvía. Nos duró tres años. Aun lo extrañamos.
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Etelsaga
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Etelsaga


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MensajeTema: Re: Serenata para Turquesa   Serenata para Turquesa Icon_minitimeLun Ago 07, 2023 7:36 pm

Gracias por tu respuesta. Felicidades.

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Josefina Camacho
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MensajeTema: saludar comentar   Serenata para Turquesa Icon_minitimeMar Ago 08, 2023 7:10 pm

[quote="Etelsaga"]
(En colaboración Osvaldo-Etelsaga)

Fue en una mañana de primavera, el sol a medio camino en su carrera hacia el medio día. Un gentil morador de las orillas de un estanque, a  quien todos creían  no ser más que un sapito común de simpáticos modales, pero sin delicados gustos  y de poca obsequiosidad, demostró no ser  ese con quien lo confundieran  durante toda su niñez, su adolescencia y su temprana juventud.
Solía venir todos los domingos desde primeras horas de la mañana, a tomar los rayos del sol, tumbado sobre una piedra aplanada que vivía cubierta de húmedo musgo verde negruzco que acolchaba la superficie dura del mineral.  A poca distancia de la piedra, a una grada más abajo, llegaban las aguas del estanque cubierto de lotos y lirios que florecían todo el año.
Este caballero no cerraba los ojos ni parpadeaba, contemplando las ondas más tenues que se producían en la superficie serena del agua por la brisa, o por pequeñas hojas secas que caían de los árboles, y las corrientes provocadas en el seno de las aguas a causa de los movimientos de los pececillos y anfibios que se deleitaban como delfines. Nuestro amigo sabía que a eso de las nueve de la mañana siempre aparecía en el centro del estanque, sobre la hoja más grande y más redonda y reluciente, una bella ranita de color verde turquesa. Al momento en que surgía la ranita ante su mirada, todas sus fuerzas se le venían abajo. Y debajo de su mandíbula inferior, la piel casi transparente se le estiraba y se le encogía con gran rapidez.
¡Qué desdichada me siento!, dijo la ranita.  Hoy, cuando más alegre amanecí y esperaba encontrar a muchas amistades, por ser mi cumpleaños, ha sucedido todo lo contrario. De tantos pececillos de colores que suelen estar por aquí hoy cuesta tropezarse con uno. Las libélulas, ¿Dónde están? Por qué las plantas alrededor del estanque están marchitas, sus hojas lucen cabizbajas y agobiadas, las cigarras no cantan; ni siquiera el viento susurra entre los árboles. Todo ha enmudecido. Qué más puedo lamentar, si ni siquiera el mozuelo presumido de la piedra está. Y si estuvo, ya se fue. ¿Quién sabe a cuál de mis amigas vendría a ver y al no encontrarla no habrá querido que hicieren mofa de él? Debo de tener fiebre o alguna otra enfermedad que explique este sufrimiento. Entre tanta tristeza y soledad, siento que he perdido toda mi alegría, al punto que hoy me hubiera rebajado a dirigirle la palabra hasta a ese chico.
Acababan de pasar como una nube por su mente débil estos pensamientos, cuando un suave soplo de aire fresco suspiró entre la fronda verde y húmeda.  Una tropa de mosquitos se levantó de la piedra donde habría estado el ágil saltador de abiertos e inexpresivos ojos, dejando escapar sus agudísimas y notas, suaves como el preludio de una sinfonía.  En el acto apareció desde atrás de la piedra el apuesto caballero con sus mejores vestimentas, incluyendo corbata y una barita dorada en la mano derecha.  En un sólo salto cayeron tres docenas de apuestos grillos pulsando al unísono sus afinados violines. Mozheart, el apuesto caballero, batía su barita al tiempo en que miles de cigarras empezaron a desgarrar el aire con sus notas. En la rama de un arbustillo de colores otoñales se distinguió la silueta luminosa de Pavaronny, el rey de la melodía de aquellos bosques, un canario de bellísimo plumaje amarillo como un sol. Jamás había cantado con tanta armonía y tanto eco. Parecía como si hubiera reservado todas sus fuerzas para este día. Miles de libélulas danzaron en el aire y tocaban esporádicamente con sus patitas la superficie líquida. A ellas se sumaron miles de pintorreadas mariposas aplaudiendo con sus alitas frágiles y sonoras.  Un pájaro carpintero empezó a tronar su tambor. Todas las ranitas que pendían por debajo de las hojas saltaron al agua croando alegres, permitiendo que las plantas lucieran alegres y no como aparentando estar marchitas. Los pececillos salieron de sus cuevas y danzaron como sirenas.  
Entre tanto Mozheart le declaraba su amor a la ranita Turquesa, mientras la invitaba a danzar sobre la piedra donde tanto tiempo había soñado entregarle su corazón entero y palpitante. Después de danzar estrechamente unidos por sus ventosas, sobre sus largas y flacas piernas, se lanzaron al agua a disfrutar de su suerte anfibia.
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Placer de leer y comentar tan gracioso tema , la ranita feliz. Ideal para los niños por lo simpático y pintoresco. Gracias por compartir , desde este rinconcito del Sur, abrazo fraternal.
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