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 El Terremoto más Grande Registrado por los Sismógrafos… llegó (Reeditado 2/3 )

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Jaime Olate
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Jaime Olate


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MensajeTema: El Terremoto más Grande Registrado por los Sismógrafos… llegó (Reeditado 2/3 )   El Terremoto más Grande Registrado por los Sismógrafos… llegó  (Reeditado  2/3 ) Icon_minitimeMar Mayo 14, 2019 9:17 pm

Cuando supimos que ninguno de nuestros familiares había sufrido lesiones con el terremoto de Concepción el día anterior, sábado 21 de mayo de 1960, sólo daños relativamente pequeños en sus viviendas, mi prima Zunilda nos ofreció su hogar para acomodarnos en una casa de madera muy sui generis, a la que no le dio ni la tos con el fuerte sismo. Fue construida por Pedro, su marido, un hombre muy trabajador y capaz de hacer muy buenas casas; la verdad es que él era un obrero de la Empresa Maderera de Colcura, a pocos kilómetros de Lota y recibía madera en bruto (no pasada por las máquinas pulidoras). Esa vivienda, que parecía una cabaña de la montaña donde explotaban los bosques, era de enormes dimensiones y, por lo tanto, cupimos todas las familias de apellido Olate.
 
¡Ja, chilenos al fin! ¡Asábamos carne de cerdo y cordero en el gran patio posterior! Parecía que estábamos de fiesta en medio de los sacudones (temblores fuertes); todo muy regado con buenos mostos.
No obstante, nuestras mentes no dejaban de estas pendientes de los sismos que no pasaban ni cinco minutos y se presentaban, lo que hizo que nos acostumbráramos poco a poco a esa vida.
 
Aparentemente la cosa no daba para más: el fuerte terremoto había pasado y …¡Ya! A reparar daños y continuar nuestras vidas. Pero … PERO NO SABÍAMOS QUE LO PEOR TODAVÍA ESTABA POR LLEGAR.


Mientras los demás hombres de la familia fueron a reparar las paredes de la tienda de mis tíos en la calle central del puerto, me quedé a cortar leña y mantener encendida la fogata; en el fondo era el ayudante de mi madre, mi querida tía Elisa y mi prima Zunilda.
La tierra se sacudía prácticamente en todo momento. Mientras tragaba emparedados con carne asada y huevos fritos, vigilaba con preocupación la taza de café llenada a medias ante el peligro que los movimientos sísmicos hicieran saltar el agua caliente y me quemara. Tengo entendido que ese mediodía hubo otro terremoto que nos sacudió fuertemente cuando se sentaron las mujeres junto a mí en el comedor; escuché sus ruegos a Dios porque en toda su vida nunca habíamos pasado por tal situación.


Me encontraba cada vez más preocupado por quienes estaban en la tienda de mis tíos haciendo las reparaciones y cerca de las tres de la tarde no soporté más y les manifesté que iba a pedirles a los hombres de la casa dejaran de trabajar en el segundo piso de material sólido, pues existía el peligro de un derrumbe.


Salí a la calle, saludé con una débil sonrisa a los vecinos del sector que me conocían e incluso estábamos emparentados; recuerdo a un primo lejano, tal vez en tercer grado, quien era dueño de una “bodega de vinos” (no botillerías como ahora). Lanzó una satánica carcajada, seguramente con ayuda de una gran cantidad de vino ingerido, y me gritó “¡Flaco, me estás decepcionando, siempre fuiste un “choro” sin miedo!” Agregó que los chilenos estábamos acostumbrado a los temblores y me quiso dar vino que no acepté. Le conté que iba a buscar a mi tío y primos que estaban haciendo reparaciones; estuvo de acuerdo que era una gran tontería exponerse así ante la tembladera que no quería parar.
 
Una Pesadilla que Nunca Más Quisiera Sufrir.
 
Ese día domingo 22 de mayo de 1960, continué mi camino hacia la calle principal, donde saludaba a los vecinos y preguntaba cómo estaban, que nosotros estábamos bien.  Llegué a la esquina de la Cárcel, donde había apegado a la enorme muralla que la circundaba, un edificio de dos pisos, muy antiguo (después supe que ahí estaba el Cuartel de la Policía de Investigaciones y el Juzgado del Crimen).
Ahí me quise “hacer el lindo” cuando en frente vi a la hija del Director de la Escuela Superior de Niños, señor Carrasco, donde terminé mis estudios primarios; estaba con sus padres en la puerta de su preciosa casa. La hermosa muchacha con quien cruzaba algunas palabras igual que a su hermano, quienes eran muy gentiles y no se “creían la muerte en bicicleta”; cuando me disponía a saludarlos …  LA TIERRA SE VOLVIÓ LOCA.
Había comenzado el Terremoto de Valdivia … el más fuerte registrado por los sismógrafos, grado 9,5 en la escala Richter. Las dos mujeres se abrazaban tapándose la boca, tomadas por el señor Carrasco; el trío permanecía en la esquina un tanto alejado de la vivienda por temor a que se derrumbara o fueran heridos por los vidrios de las ventanas que reventaban y las tejas de los techos que caían con frecuencia. En mi mente persiste la escena de la familia Carrasco, abrazados para evitar caer al suelo y con una cara de terror imposible de olvidar.
 
Desde el frente, al lado del edificio de dos pisos, del cual ignoraba en ese entonces que se trataba  del Cuartel de la Policía de Investigaciones donde poco más de tres años después sería mi lugar de trabajo, contemplaba a esa familia tratando también de equilibrarme para no caer al suelo. Supongo que instintivamente miré la edificación, cuyo enorme balcón comenzó a caer casi  sobre mí; me desplacé al medio de la calzada caminando como ebrio. Así vi como la vereda se separaba de la calle pavimentada unos cincuenta centímetros; mi terror se acrecentó ante la idea de ser tragado por la tierra, pues esa abertura era tan grande que se perdía a lo largo de la vía.
 
Allí contemplé la acción destructiva de la naturaleza enfurecida.  Nunca olvidaré la calle principal que era recta, ondulaba cual gigantesca serpiente. Pensé que estaba teniendo una pesadilla, pues tanto la calle como las edificaciones y postes de energía eléctrica a lo lejos desaparecían como si fueran ondas del mar, para luego aparecer allá arriba como gigantes y desaparecer nuevamente, en un juego maligno que me dejó petrificado. Ni en el cine había visto escenas tan espeluznantes que nunca saldrán de mis recuerdos y que espero no volver a ver.
Traté de caminar, pero parecía un borracho dando pasos con las piernas abiertas y fue poco lo que avancé. Quedé a pocos metros de los Carrasco, esperé lo que Dios dijera y observé que, en ese lugar de la ciudad, muy transitado normalmente, éramos los únicos seres humanos; pensé que los vecinos estaban en los patios interiores, como sucede aquí en Chile ante tales eventos, para evitar en especial que algún vehículo descontrolado nos atropellara. Sin embargo, nadie conducía vehículo alguno.
 
La gritería de los presos de la Cárcel, cuyo techo saltaba como la tapa de una olla hirviendo, acompañaba al enorme ruido del sismo. De nuevo escuché la siniestra melodía de los cables aéreos que sonaban cuando los postes de servicio eléctrico se separaban; era semejante a las cuerdas de una guitarra que eran tensadas como un juego desde sus clavijas.
 
No sé cuánto duró el terremoto, sólo supe que ya podía caminar, aun cuando el suelo seguía moviéndose. Unos cincuenta metros adelante, vi algunas personas que, enmudecidas por el miedo, salieron a mirar la calle. En una calle corta, antes de llegar a la plaza, había un grupo pequeño de mujeres que trataban de calmar a una señora que, de rodillas, lloraba histérica con gritos desgarradores, pidiendo la ayuda de Dios.
 
Continué mi difícil marcha, teniendo a cien metros la visión de la plaza. En una de sus esquinas un joven algo mayor que yo estaba impertérrito equilibrándose y mirando su reloj pulsera. Cual borracho me aproximé y le escuché decir “Han pasado diez minutos y esto continúa”. Miré a la gente refugiada en carpas en los jardines; algunos estaban de rodillas en una plegaria sollozante, las mujeres levantaban los brazos al cielo.  Mientras la gran campana de la Iglesia no cesaba sus tañidos, arriba del techo del negocio de doña Rosa, una especie de pequeño restaurante, un desarrapado individuo se sujetaba de las tablas; trabajaba poniendo en su lugar las tejas que, como en la mayoría de las techumbres, estaban desordenadas. Era un borrachín que me sorprendió mirando su tarea; jactancioso cogió una botella con vino, gritando “¡Viva Chile, mierda!” y se la empinó hasta vaciarla. Tuvo que sujetarse con ambas manos, pues un nuevo y muy fuerte movimiento de la tierra que arrancó gritos de terror en la plaza, casi lo hace caer.  
 
El suelo continuaba sus movimientos sin cesar, aunque eran suaves comparados con la máxima demostración de su poder que nunca habíamos visto. Curiosamente en esta vívida pesadilla, las calles estaban prácticamente vacías y de vez en cuando se escuchaba el crujido y su casi inmediato estruendo de alguna casa o árboles de la vía pública que caían como soldados heridos de muerte en una guerra fantasmal de la que nosotros éramos simples y aterrorizados espectadores.
 
Continué mi marcha como si estuviera soñando, creo que ya me estaba acostumbrando a la pesadilla de tan enorme desastre. El fuerte rumor de la tierra con sus estertores de moribundo había decrecido; eso permitió escuchar los alaridos de dolor de los sobrevivientes por sus seres amados fallecidos en tan funesta catástrofe.


En mi terrorífico trayecto pasé frente a mi Liceo nuevo, donde estaba cursando el último año de enseñanza media y que ocupa una cuadra entera, es decir está rodeado por cuatro calles. Con alivio lo vi entero, pese a que muchas de sus ventanas grandes ya no tenían cristales; observé que los vidrios habían caído a la vereda peatonal.
 
Las antiguas casas que otrora fueran muy elegantes, en su gran mayoría estaban destruidas. Continué esa marcha grabada para siempre en mi mente y ya había gente, igual que yo, podían caminar como borrachos; a muchos de ellos saludé e intercambiamos frases cortas para saber cómo estábamos. Así me enteré que varias familias habían fallecido al quedar atrapadas en las viviendas destruidas.
 
Al mirar hacia mi destino, la edificación del negocio de mis tíos;  vi al grupo marchando de vuelta, después de  reforzar las paredes con gruesas tablas de madera. Esto me recuerda agregar que los saqueadores (desalmados que andaban con sacos robando todo lo que podían) no podían entrar a la vivienda y negocio, pues sólo habían caído las paredes del segundo piso, correspondientes a los dormitorios y había que ser idiota para escalar e ir a robar, exponiéndose a quedar sepultados por los desplomes esporádicas de los materiales ante el incesante temblor que era una pesadilla infernal que rara vez daba una pequeña tregua por algunos segundos.
 
Una vez que nos saludamos y nos enteramos que toda la familia estaba bien, regresamos a casa de mi prima lo más rápido que nos permitía el incesante y poderoso sismo.
Sin embargo, debido a mi continuo actuar con los Carabineros ( Policía uniformada), vi pasar a un Sargento, nos saludamos y dijo que le habían ordenado observar el comportamiento del mar ante un POSIBLE MAREMOTO.  Permanecimos en la arena de la playa, tan conocida por nosotros los jóvenes, y no vimos ningún signo por lo que nos retiramos después de quince minutos, un tanto aliviados. A pesar de todo, los pescadores estaban retirando sus embarcaciones y las arrastraban hasta los postes clavados profundamente en la arena ante la eventualidad de un tsunami. Quedé algo “saltón” cuando observé que los barcos surtos en la bahía prudentemente se estaban alejando mar adentro.
 
(Sigue “El Maremoto que Viene”  3/3).
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