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 Historia de Un Detective (7)

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Jaime Olate
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Historia de Un Detective (7) Empty
MensajeTema: Historia de Un Detective (7)   Historia de Un Detective (7) Icon_minitimeDom Oct 16, 2016 11:49 am

Tuve que Mostrar los Colmillos.

Cuando nos enseñó el profesor de Defensa Personal el deporte del judo, poco a poco mis compañeros nos fueron dejando solos. Cuando pegunté qué pasaba que nadie quería ser compañero de práctica, me manifestaron que David y yo éramos locos que “peleábamos de verdad”; no sabían de dónde veníamos ni nuestras costumbres, tuvimos que terminar nuestra preparación para ser policías practicando entre nosotros dos.

Llegó el calor en el mes octubre y el profe de gimnasia nos ordenó que al día siguiente debíamos llevar pantalón de baño para enseñarnos a nadar en la gran piscina de la escuela. David y yo nos miramos sonrientes, porque ningún habitante de la orilla del mar podía ignorar la natación, de lo contrario nos moríamos ahogados con las bromas de volcar los botes o que nos lanzaran al agua en los muelles.
Esa mañana nos desvestimos en los camarines y yo debí soportar la conocida broma de amarrar las mangas de mis ropas. Por lo tanto, fui el último en salir, atándome el cordón de mi pequeño pantaloncillo elástico; quedé sorprendido cuando miré a los desordenados muchachos que se divertían chapoteando en el agua, quienes detuvieron su recreación para quedarse mirándome al momento que me aproximaba a la pileta. Con la mirada baja, haciendo como que seguía amarrándome el traje de baño, los espié con disimulo.

Al fondo estaba el gigante profesor junto a David, riéndose de la actitud de mis compañeros que comenzaron a salir del agua. Me senté para mojarme los pies y lanzarme unos manotazos de agua en mi pecho y los volví a mirar; todos callados, se oía la risa del profesor y de David.
Me lancé el milésimo clavado que practicaba desde pequeño, procurando que fuera lo más perfecto y levantar escasa agua. Nadé estilo libre hasta el extremo donde se habían juntado todos mis compañeros y cuando salía se aproximaron muchos que me tenían simpatía; me tomaban mis brazos y uno de ellos, gordo y alegre, me dijo : “¿Cómo podía haber desarrollado tanta musculatura y parecía tan flaco? “y lanzó una sonora carcajada: “ De la que se escaparon los tontos molestosos. Ahora me explico por qué los mirabas desafiante”.  Cuando salí me contemplaban con curiosidad y expresaban claramente su admiración, mientras examinaban mi cuerpo trabajado en dura gimnasia y luchas bárbaras desde mi niñez. Hoy, cuando voy camino para los setenta y seis años de edad, aún me cuelgo en la barra fija para mostrarle a los jóvenes que el alcohol, cigarrillo y las drogas son malos para la salud y que la muerte y las enfermedades están próximos a ellos.
Los “pinganillas” que tanto me molestaban estaban apartados de mis otros queridos compañeros de estudios, me miraban con enojo y murmuraban palabras sueltas como “Cachiporra” (jactancioso) dedicado como los amanerados a practicar ejercicios con pesas.

Sobra decir que nunca más fui molestado. Sé que no debí escribir esta parte de mi vida, pero … ¡Por favor, dejen recordar a este ancianito anécdotas que le dieron tanta satisfacción! Je je je jeee.






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