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 Historia de un Detective (3)

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Jaime Olate
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MensajeTema: Historia de un Detective (3)   Historia de un Detective (3) Icon_minitimeJue Oct 06, 2016 3:40 pm

Exámenes para Ingresar a la Escuela de Detectives.

Después de haber estado como ayudante de cerrajero, intenté trabajar en diversos oficios y hasta de comerciante ambulante. Había dejado de estudiar pues no tenía dinero para ingresar a la universidad.
Como pintor de brocha gorda, una labor bien pagada, en especial por mi habilidad para combinar colores, tenía largos espacios de tiempo que aprovechaba para ayudar a mis tíos como vendedor en la tienda.

Un día mi tío Juan leía la prensa y me gritó “Mira este aviso, Flaco, están llamando a efectuar un curso para Detective y sólo piden la Licencia de Enseñanza Media”.
Me dirigí a Concepción y allí tuve la agradable sorpresa de encontrarme con mi condiscípulo del Liceo de Coronel el “pequeñín” David, con su estatura que me superaba fácilmente por más de veinte centímetros. Nos habíamos presentado sesenta postulantes de toda la región del río Bío Bío; los penquistas (gentilicio de los habitantes de Concepción) nos superaban ampliamente, pero eran despreciados por los que vivíamos en las ciudades bravas (Talcahuano, Coronel, Lota y otras ciudades carboníferas). Ocurre que estúpidamente toman aires de superioridad por vivir en el “Gran Concepción”, segunda capital de Chile y, al igual que los santiaguinos, “no somos rotos campesinos que se agarran a puñetazos por cualquier cosa”. Suena raro en labios de un penquista, pues con mi hermana melliza nacimos en esa hermosa ciudad, pero los habitantes del carbón no soportamos a los cobardes que son “corderitos” víctimas de los delincuentes y matones.
Fue muy interesante el proceso de admisión a la Escuela de Investigaciones. Recuerdo que me presenté a la Prefectura de Concepción ( sede de la superioridad de todas las unidades de la actual PDI de la Octava Región) y tuve la mala pata de encontrarme con el “Malo”, el apodo más suave que tenía el Prefecto regional.
Con su cara de gánster de películas antiguas estaba en la Oficina de Partes, de atención al público, leyendo la prensa local; un “arrastrado” o “culebra” (nombre que después supe se les daba a los policías cobardes que se refugian detrás de un escritorio) me preguntó qué buscaba, Respondí que deseaba el prospecto y demás documentación para ingresar a la institución. El “Malo” dejó de leer, apartó el diario y me preguntó: “¿Desea ser Detective?”, ante mi afirmación me miró de pie a cabeza y lanzó una breve carcajada de burla y con un ¡Ja! de desprecio continuó su lectura.
El viejo policía no sabía que estaba ante un contumaz, cabeza dura por naturaleza y, peor aún, por criarme en una región bravía; en vez de sentirme humillado ardió en mí el deseo de demostrarle quién era yo. En el fondo vaya mi agradecimiento al “Malo” (tenía otro apodo que era apocope de tres palabras que no doy a conocer por delicadeza a mis compañeras escritoras), pues su actitud despectiva me dio fuerzas para superar las difíciles pruebas físicas e intelectuales que debíamos sortear para ser dignos aspirantes a Detectives.

En mi memoria quedaron para siempre los tres días de extensos exámenes a nuestro intelecto. Como éramos una gran cantidad de postulantes, comenzaron con la prueba más difícil para jóvenes como nosotros, dirigida, con seguridad, a la personalidad y capacidad de presentarse solos, como corderitos ante una manada de lobos.
La comisión examinadora estaba compuesta por seis señores adultos muy serios, excelentemente bien vestidos, quienes, atrincherados detrás de varios escritorios desde donde nos disparaban diferentes preguntas, algunas normales para ver nuestros conocimientos y cultura, pero no faltaron aquellas absurdas destinadas a desequilibrarnos o atemorizarnos.
Esto lo supimos por los primeros corderos que entraron a la inmolación, pues entrábamos por orden alfabético y yo fui el sexto.

Viejos desgraciados, al abrir la puerta cuando llamaron mi nombre, vi que había que atravesar una enorme sala (después supe que allí se daban conferencias). Comprendí que querían ver nuestra manera de caminar en situación de presión, en fin nuestra timidez; pero, estaba tan furioso contra “El Malo” que estaba al centro de los inquisidores, entré con paso elástico y mirándolo a los ojos con desenfado increíble en mí, les hice una venia junto con decirles “Buenos días, señores”.
Había una silla, que me recordó las películas policiales donde sentaban a los interrogados.
-¿Puedo? – Al tiempo que toqué el asiento.
Uno de ellos me dijo que sí, podía sentarme. Crucé mis piernas y fui examinando uno a uno … tan furioso estaba. ¡Ja! Nunca supieron que yo era el rey de los tímidos, menos cuando me enojaba.

Comenzaron con preguntas fáciles para mí, acerca de geografía y capitales del mundo. ¡Cuánto agradecí a mis tíos haberme regalado un mapamundi, cuando tenía unos doce años de edad! Me lucí, mirando sereno a quienes me interrogaban, me pareció que rivalizaban para ponerme nervioso. Tuve un tropezón en mi respuesta a que nombrara las veinticinco provincias de mi país, de norte a sur, me equivoqué.
Tomó la palabra el profesor de gimnasia, un pequeño de 2.04 metros quien estaba de pie, y con voz ronca y fuerte como militar, me preguntó cuántos millones de dólares habían ingresado al país ese año incluido el aspecto turístico con el Campeonato Mundial de Fútbol. Recordé vagamente que se trató de gran cantidad de dinero y lancé un número.
–¡Noooo señooor! – Me gritó casi en mi oído– Fueron … (y me nombró una cantidad hasta con centavos).
–Eso es, señor, me equivoqué por algunos miles– repuse con descaro.
El mismo grandote quedó muy molesto con mi respuesta casi insolente, continuó el interrogatorio acerca del Presidente de la República de ese entonces. Con desfachatez preguntó por el nombre de su esposa, respondí que era soltero; creo que estuvo tentado por preguntarme por el nombre de la abuela del Presidente, se paseaba como león enjaulado. Pero, el Director de la Escuela de Investigaciones, lo supe después, ordenó que llegaran hasta ahí porque afuera esperaba la mayoría de los otros postulantes.

Salí dando largos y elásticos trancos y nombré en voz alta, llamando a quien seguía el examen de los inquisidores. El pobre entró pálido, mientras mis compañeros de sufrimiento me rodearon y me preguntaron qué diablos había sucedido que me demoré tanto; uno de ellos, el más despierto, comentó “A éste lo van a aprobar; es cuestión de fijarse como mascan y escupen al resto”.
El ”Nene” Sandoval, muy avispado, me llevó a un rincón. Tenía harto tiempo para prepararse y escuchó con atención el relato acerca del interrogatorio inquisidor de los viejos pesados.
–Compadre, entre con pasos decididos y mire a estos gallos; métase en la cabeza “¡Soy ganador!” y enójate, pero responde con respeto.
Me hizo caso y al rato salió sonriendo. Nos fuimos felices a nuestras casas, para continuar en la tarde los exámenes de capacidad de observación, sicológico y de respuesta rápida.

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