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 Fantasmas en el Bosque de Abedules (3/5)

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Jaime Olate
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MensajeTema: Fantasmas en el Bosque de Abedules (3/5)   Fantasmas en el Bosque de Abedules (3/5) Icon_minitimeSáb Mar 19, 2016 6:03 pm

El capataz Pedro Bielsa, que sirvió de guía, les manifestó que no se preocuparan por el retorno si los sorprendía la noche, pues él conocía el camino hasta con los ojos vendados.
–Veo que este bosque es de gran belleza en medio de este agreste paisaje –manifestó Carrados.
–Sí, es cierto –respondió el amo de tan hermoso lugar–, fíjense que hasta los pintores, me refiero a los artistas, acuden a pintar cuadros o telas, de tan singulares árboles que se destacan contra las azules montañas.
–Perdón, don Gumersindo, usted habla como si su esposa estuviera viva y regresara en cualquier momento.
–Pues, señor Inspector, estoy seguro que volverá cuando se canse de viajar, sólo Dios sabe para dónde fue. Total, no es la primera ni la segunda vez que sale a recorrer el mundo sin avisarme; esto lo puede ver en sus salidas del país en la Oficina de Extranjería de su admirable institución.

Los cuatro hombres se recostaron a la sombra de los abedules, con el fin de descansar, pero terminaron por dormirse y con sorpresa despertaron cuando ya era de noche.
–Ja ja ja já –la risa del capataz les llamó la atención– ¡Pensar que los campesinos cercanos no quieren ni acercarse siquiera a estos árboles! Le tienen miedo a los fantasmas que andan entre los árboles.
–Pues, mire usté –habló con ese tono cantarino de la gente de campo–, juran y rejuran que andan ánimas penando y … que vuelan. ¡Habráse visto tamaña tontera, iñor! –Y lanzó una estruendosa carcajada. Su risa se detuvo bruscamente y se le escapó una exclamación de terror "¡Qué ... diantres!".
–¿Qué ocurre, Pedro? –Preguntó su patrón.

Pese a la oscuridad los policías vieron que los ojos del campesino estaban grandes y fijos, mirando el centro del bosque. Lanzó un fuerte juramento y se persignó.
Sus acompañantes miraron y quedaron estáticos. En medio de los troncos ya oscurecidos aparecieron dos fantasmales figuras blancas que se movían como danzando. Curiosamente no tocaban el suelo, más bien se elevaban alrededor de medio metro. La escena vagamente recordaba a un par de flamas de velas moviéndose por una corriente de aire.
González, el joven ayudante del Inspector, estaba entre asombrado y con un deje de temor ante lo desconocido. Carrados observó al patrón de la finca, quien estaba evidentemente inquieto y murmuraba palabras inteligibles, mientras se tomaba con fuerza su mandíbula. Ni que hablar del capataz Pedro, se santiguaba a cada rato y rezaba a la Virgen María.

El Inspector Carrados, siempre imperturbable, encaminó sus pasos hacia los dos fantasmas del bosque, que estaban a unos cincuenta metros.  Don Gumersindo al ver la intrepidez del sabueso, le gritó que no fuera, que tuviera cuidado. Fue inútil su ruego, pues el investigador continuó sus pasos hasta alcanzar las flamas blanquecinas  y se vio rodeado por las fantasmagóricas figuras; extendió sus brazos y giraba sobre sí mismo, tomó una roca y la depositó a sus pies, para finalmente apartarse un par de metros y contemplar con curiosidad el fenómeno que momentáneamente había desaparecido.
Cuando regresó al lado del aterrado grupo guardó silencio ante las diversas consultas que le hacían sus asustados acompañantes.
–Mañana volveremos y examinaremos este curioso acontecimiento.
Su voz tranquila impresionó a los otros y comenzaron el regreso hasta la casa patronal. Antes voltearon su mirada hacia el extraño bosque y vieron la suave danza de los dos fantasmas.

Esa noche, algo cansados, se acostaron en un amplio dormitorio, con varias camas destinadas a las visitas.
Al amanecer el Detective González despertó sobresaltado. Miró la cama de su jefe y no lo vio; sus ojos tropezaron con una gran nota sobre el velador.
“ Colega, lo espero urgente en el bosque de abedules”. Firmaba sólo su apellido: Carrados.
Intrigado se apresuró en vestirse y salió al enorme patio. Se encaminó a las caballerizas y en su camino encontró al capataz Pedro, en cuyo rostro había una mirada de interrogación.
Cuando el joven policía le dijo que debía ir inmediatamente al bosque, el campesino corrió a ensillar dos caballos y minutos después estaban galopando hacia aquel extraño lugar. Poco antes de llegar a la extraña arboleda, encontraron otros dos caballos amarrados a los retamos.

Desde lejos notaron la atlética figura del Inspector, quien ya los había visto; entre los hermosos árboles, con sus brazos cruzados, miraba el suelo. Para cuando estuvieron a su lado con sorpresa comprobaron que tenía  esposado sobre la tierra a don Gumersindo, quien lo amenazaba hasta con palabras obscenas, sin que el investigador se inmutara.
Don Pedro el capataz, absolutamente sorprendido, guardó silencio.

El joven González sonreía con satisfacción, pues daba por descontado que su jefecito tenía resuelto todos los misterios. Lo conocía demasiado bien.

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