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 Ser ocho

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Ivo Marinich
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Virgo Cabra
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MensajeTema: Ser ocho   Ser ocho Icon_minitimeLun 11 Abr 2016 - 8:36

Yazco en este delirio desde el perfecto instante que logré advertirlo; que soy un ocho, ya no un hombre, sino un número baldío, estancado en la ociosa escala al diez. Es el ocho mi esencia prima que, a modo de susurros y sordos pasos a mis espaldas, me obligó a voltear para escrutarla de frente. “Esto eres”, pareció decirme, “lo has sido desde que arrastras memoria”. Me negué. No podía tolerar la idea de ser un dígito. Poco duró la negación. Terminó esta siendo la verdad que incineró las frágiles evidencias de quien soy. Quiero, mas no puedo evadirla; arremetió contra mis nociones con total desinterés e insensibilidad, tomó las riendas de mi juicio. Soy un ocho; mi nombre, altura y peso, mis ideas, debilidades, mis creencias, mis capacidades y potencial, ellos todos responden a la cifra que a dos estuvo de ser diez, también a dos de ser seis, el uno la eximición, el otro el repruebo.

Podría preguntárseme, ¿qué tiene de malo ser un ocho en una escala al diez? ¿No es más precario ser un dos, un lastimoso cuatro? Podría preguntárseme si acaso no soy otro cínico inconforme. Digo lo siguiente: un tres sufre menos desdicha, aún tan lejano al techo, porque por lo menos tiene identidad, el ocho, ambiguo e irresoluto, es la cifra indolente de la escala, el ocho es la confirmación lacerante de mi mediocridad; es neutro, un cero, no llega al insulso siete como tampoco al eximido diez, es un mediocre que no quiso ser menos pero careció del valor para ser más.

Mi condición de cifra estuvo siempre latente, sólo que yo no pude verlo. En el pupitre recibía los exámenes con el común denominador dibujado en rojo en la esquina superior derecha de la hoja, que sólo variaba decimales (lo máximo, un noventa y nueve). ¿Cómo no lo advertí antes? Siempre fui consciente del carácter numerario del ser humano, comienzo a pensar que adrede ignoré mi suerte.

Como yo en su momento, son incontables los que desconocen que son números; actúan, piensan, se desenvuelven y son a partir de una cifra, sólo que jamás se detuvieron a pensarlo. Aprendí que también están aquellos que lo saben y fingen ser más; por ejemplo, todo seis, casi con absoluta unanimidad, aclama ser siete con el subterfugio de que en realidad son seis con más de cincuenta decimales, y por ende les corresponde reconocerse como tales (se entiende la necesidad, el círculo de las oportunidades comienza a partir del siete, los que están debajo son emergentes estáticos). Es una lucha vana la del pobre seis, no hay facultad de ser más, se es lo que se es, salvo algún que otro caso de nepotismo que no convierte, sino disfraza. Esa palabra, disfraz, es pertinente cuando hablamos de números, ¡qué execrable como fingen su naturaleza! El peor sin dudas es el nueve, tan cercano a la cúspide está, que no lo tolera y se desvive por lograr ser una cifra más, y caerá en la frustración porque nunca logrará más de noventa y nueve decimales. También está el siete inconforme y vergonzoso, sobre todo envidioso, y eventualmente el diez que finge ser seis para sacar algún provecho coyuntural. A partir del siete, los números entablan una desenfrenada competencia, donde muchas veces entra en juego la propia identidad. La situación de los uno, los dos, tres, cuatros y cincos es diferente; ellos, cabizbajos, aceptan su realidad, y viven como les es posible vivir. No sería descabellado pensar que acaso son los verdaderos dichosos.

Una vez la verdad ante mí, logré decodificar mi vida a partir de esa cifra y todo tiene sentido. Trabajo en una oficina de sietes, para una empresa de sietes, ya cansado de que los nueves y dieces rechazaran mis postulaciones. Me tratan bien, para ellos soy uno más. Cobro un salario que no sobra, pero tampoco me priva. Me miran las mujeres como una figura atractiva que sin embargo carece de algo; reconozco esos ojos que en mí se detienen, sólo un segundo, y después se apartan en confusión. Tengo la fortuna de contar con Clara; preciosa diez que la vida arrastró a creerse un cinco. Espero, y aquí habla la porción más egoísta de mi ser, espero que jamás logre reconocerse. Mis padres, ochos también. Él, un admirable escritor que, por pavor a la crítica, jamás presentó un escrito (Sábato debe haber sido otro ocho), y trabajó toda su vida escribiendo lo que pensaban otros en un periódico local. Ella, incansable ama de casa que soñó siempre con abrir su restorán, y murió pensando que el próximo lunes comenzaría a cumplirlo.

La razón, por menester de consuelo, me llevó a una positividad débil respecto a mi frustrada condición de cifra. Llegué a pensar que el ocho cumple una dualidad de significaciones, ya que acostado representa el infinito. Esto dice que además de un ocho soy infinito, ¿o será que soy un ocho infinito, un infinito ocho? ¡Se burla de mí la razón! ¿Quiero una eterna reproducción de esta mediocridad? Es curioso que de todos sea ése el único número capaz de mutar en el infinito. Se burla de mi la razón, adrede me confunde. En verdad, la dualidad responde a una misma representación. Quizá sea eso mi vida, la eterna reproducción del ocho.
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