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 Plenilunio de mi juventud.(II Final)

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Jaime Olate
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Plenilunio de mi juventud.(II Final) Empty
MensajeTema: Plenilunio de mi juventud.(II Final)   Plenilunio de mi juventud.(II Final) Icon_minitimeVie Oct 30, 2015 9:47 pm

Aceptadas las condiciones empezamos el juego un total de dieciocho jóvenes, bajo la comprensiva mirada de la gente adulta que continuaron su "fiesta" aparte. No faltó el chusco que comenzó a pintarrajear con corcho quemado la cara de uno de los campesinos que se había quedado dormido en su silla; continuó la gracia con un gordo que también dormitaba y a ambos les dibujó cuernos en la frente, les ennegreció el extremo de la nariz, terminando con barba y bigotes. Acto seguido procedió a despertar a uno de ellos, diciéndole  con alarma:" ¡Amigo, amigo, despierte miren  que lo quieren agarrar pa'l  fideo !". La víctima del bromista despertó  sobresaltada y éste le señaló al otro dormilón igual de pintado, ya despabilado  dio inicio a estremecedoras carcajadas, burlándose de su compañero de infortunio; todos reían de buenas ganas y aumentó el jolgorio cuando señaló con  un dedo al rechoncho que roncaba y, tomando del brazo al chistoso, le dio las gracias por haberlo despertado. El gordinflón abrió los ojos con la chacota y comenzó a carcajearse también, mostrándose mutuamente ambos camaradas marcados por la chirigota.
    Algunas señoras salieron al patio, aparentemente para no orinarse con tanta hilaridad. La  comedia terminó cuando el flaco y desdentado campesino quiso secarse las lágrimas que brotaban de tanto reírse y vio que sus dedos resultaron teñidos; como no era tonto, se restregó toda la cara comprobando que él era uno de los involuntarios payasos. El regordete quedó "cachudo" y también se examinó su rostro y hubo un momento de suspenso porque ambos se mostraban molestos; pero el hábil ejecutor de la diversión se apresuró a llevarles sendos vasos de vino y los tres terminaron bebiendo aún estremecidos por los jocosos momentos recién pasados.
    Entre tanto, Elena, que así se llamaba la sobrina del dueño de casa, pidió que juntáramos las manos como si rezáramos; luego ella hizo lo mismo con un anillo escondido entre sus palmas y comenzó a recorrer el grupo, deteniéndose ante los participantes pasaba sus blancos dedos entre las extremidades de ellos, mientras decía:" Corre el anillo por un portillo..." y cuando su delicada piel pasó entre las mías, la traviesa movió su índice haciéndome cosquillas en una de mis palmas; por supuesto no tenía nada que ver con el juego y me ruboricé un poco.
      —¿Quién lo tiene? —Preguntó a uno de mis acompañantes; éste señaló a una chica rubia que lo miraba mucho, pero ella abrió sus manos y no estaba allí la alhaja.
    —¡Prenda, mi caballero! La tiene Pepe —uno de nuestros nuevos amigos mostró el anillo. El perdedor debió entregar su reloj que debía rescatar como parte del juego.
    La recuperación de las prendas tuvo ribetes muy cómicos. A mi amigo Mauricio la alegre Elena lo hizo beber una botella de vino como penitencia;  a una humilde chica lugareña le impuso como compensación besar en la cara a uno de los bien vestidos futres; le costó decidirse y aproximó sus labios a la mejilla, pero el muy tunante volteó el rostro y la pobre niña lo besó en plena boca, ante la burla de todos.
    La hermosa entregó el puesto a otra de sus amigas, quien siguió el juego con igual maestría, mientras ella se retiró.  Cuando la reemplazante pasó sus manos entre las mías, se inclinó y me susurró  al oído: " Elena te espera junto al fuego".  Sentí tanta confusión que mi rostro ardía, pero con disimulo miré hacia afuera y vi la figura de la buena moza recortada contra la fogata.
     Todos estaban muy ocupados en la diversión, mi corazón latía apresuradamente; mi natural timidez de adolescente intentaba detenerme, más la ingesta alcohólica había hecho su efecto. Con decisión salí, me acerqué a ella  y ambos caminamos en silencio hasta las crepitantes llamas; nadie parecía prestarnos atención, todo el mundo estaba entretenido en conversar y reír, en comer y beber, total se trataba de un velorio y había que pasarlo bien.
    —¿ Quieres contemplar la luna desde los sauces? Allá, junto al estero  —lo dijo mirando al fuego. Su voz me sonaba suave y dulce, ya no había burla en ella.
     —¡ Acompáñame! —Rogó quedamente, con su cabeza medio gacha como una niña culpable. Le respondí con un leve " Sí" que me salió estrangulado por el nudo que atenazaba mi garganta.
     —Te espero  —con mucha habilidad para su juventud, simuló dirigirse a la casa, pero la bordeó y la vi perderse entre los matorrales.
    En mi interior comenzó una lucha entre la cortedad de un muchachito que había robado besos a compañeras de juego en la infancia, tan cercana todavía, y el hombre que pugnaba por surgir con el natural instinto de preservación de la especie. Con la considerable ayuda de las copas de vino que había tomado, resuelto y mirando de reojo al resto de los "enfiestados", caminé rectamente hacia los sauces, deseando que si alguien me veía creyera que iba a hacer mis necesidades fisiológicas.
    Mientras mis tímidos pasos me dirigían hacia el estero, entendí confusamente que este era el preludio de algo que cambiaría mi vida de niño a hombre. La luna llena hizo su aparición majestuosa, iluminando el sendero, pero igual tuve algunos tropezones antes de llegar a los árboles y aún no lograba ver a mi amada Elena, pero su voz me llamó desde la sombra.
    Cuando estuve junto a ella, sus verdes ojos brillaban en la penumbra. Ya no reía, su mirada me examinaba y su respirar era anhelante; no me atreví a tocarla, comprendió que mi azoramiento era un obstáculo y no vaciló en tomar mis manos entre las suyas, cálidas y suaves.
    —Mira, ¡Qué hermosa está! —Murmuró, alzando su bello perfil hacia el rutilante astro. Su rostro estaba muy cerca, percibí su perfume y trémulo la abracé fuertemente con torpeza. Busqué sus rojos labios entreabiertos y los estrujé en beso ardiente; ella, muy sabia, introdujo su lengua acariciando la mía y me enseñó las delicias de su boca con aroma a menta silvestre. Cada célula de mi cuerpo estaba excitada,  la locura y la pasión se apoderaron de nosotros cuando mi primer amor se ciñó a mí; sentí sus firmes senos enhiestos, su vientre, sus duras nalgas y piernas. ¡ Ya nada ni nadie podía detenerme!
    La tomé en mis brazos con sorprendente facilidad y la llevé hasta la  cómplice sombra de los sauces, para depositarla suavemente sobre la hierba. Nos acariciábamos mutuamente, Elena musitaba apasionadas palabras; sentí que mi pulso aumentaba su ritmo y al besar su nacarado cuello escuché el frenético tambor de su pecho y su agitada respiración. Un gemido escapó de sus labios e impetuoso busqué entre sus delicadas ropas y sin darme cuenta, mi erguido miembro guiado por ella, la penetró llevándome al Walhalla que no conocía. Su constante gemir y su movimientos me hicieron recordar a un potro cruzando a una hembra y mi fantasía la asoció con cabalgatas sobre una briosa y blanca potranca, que jadeaba y murmuraba  palabras de amor que son sólo para mí y que, como un preciado tesoro, las guardaré para siempre  en el arcón de mis recuerdos.
    La pálida luz de la reina de la noche fue testigo del gritito de mi amada cuando llegó al clímax e hizo que en mí estallaran mil luces de colores y nuestros cuerpos fundidos en uno solo, se estremecían en oleadas de placer y poco a poco pasamos a un maravilloso relajo que nunca antes había conocido. Agitada respiración nos embargaba, mientras su sedosa cabellera descansaba en mi hombro. Todo había cambiado para el muchachito tímido, sentía que ella me pertenecía, que el mundo y la vida eran bellos.
    Percibí por entre las ramas de los sauces que la diosa Selene nos espiaba desde el cielo oscuro, rodeada de un séquito de estrellas que, cual gemas brillantes, nos guiñaban  parpadeantes. Hasta ese momento no había escuchado el cantarín deslizar de las aguas del riachuelo, más allá el croar de las ranas y el violín de un grillo; fue el comienzo de un concierto nocturno de seres invisibles que acompañaban nuestra felicidad, incluso el disonante chillido de un ave tenebrosa y el lejano mugido de un toro sonaron a música en mis tímpanos. Una suave brisa movió las ramas del bosque y los sauces iniciaron una suave danza para nosotros.
    Mis pulmones se llenaron del vivificante aire perfumado de flores silvestres y miré hacia la casona que parecía encendida por las fogatas que la rodeaban. Sí, allá junto a la muerta, oí la risa de los vivos, festejando a la pálida parca, en tanto que dos jóvenes amantes gozaban  la vida junto a la naturaleza que se niega a morir.
    Los festejantes se veían como sombras fantasmagóricas junto al fuego y alguien comenzó a cantar una vieja canción que terminó por ser coreada por todos: " Ay luna lunera, cascabelera, dile a mi amorcito por Dios que me quiera..."
    Sí, así ocurrió... en un verde lecho junto al estero, bajo la sombra de los sauces en una noche de plenilunio que aún evoco, como un bello sueño... muy lejano ya.
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