Todos los días se sentaba a la orilla del lago a esperar al jaguar. Antes de que el sol saliera había afilado su lanza y se había encintado la cabeza con un pedazo mal cortado de tela roja. Era, decía Zazil, lo primero que miraba el jaguar cuando salía de la maleza en el extremo opuesto del lago. Su madre la reprendía diciendo que Ixchel dejaría de conferirle la habilidad de tejer. La luna me acompaña siempre, le respondía a su madre, incluso de día.
—Me gustan sus ojos, y su andar. Siempre camina con tiento, posa su vista en mi cinta y comienza a beber a lengüetazos sin bajar la mirada. Luego se sienta y me observa a distancia. Lo miro mientras como un Tuk’ y él parece interesado. Quizá se pregunte dónde y porqué me habré hecho de una presa tan pequeña. Nos quedamos así largo rato, yo sentada fingiendo seguir comiendo el fruto y él atento al movimiento de mi mano. Una vez levanté la lanza porque escuché el movimiento de las ramas a mis espaldas, Resultó ser un ma’ax que salió despavorido cuando me vio en guardia. Báalam debió pensar que mi garra era mucho más grande que la suya, y de un salto se metió a los matorrales.
—Ese animal va a perder la paciencia un día y sin dudarlo nadará para hacerte su presa, Zazil.
—Báalam no es así, despreocúpate, madre.
Zazil salió justo al amanecer, y en el camino se topó con el mismo mono que se había espantado con su lanza. Llegó al lago, se sentó en la orilla y, al poco rato, sintió a su lado un roce ligero. Miró de reojo, tratando de no hacer movimientos bruscos y ahí estaba él, el jaguar que con sigilo se paró a la derecha de la joven. Movió su cabeza hacia la de ella, dejando sentir su aliento. Ella permaneció inmóvil, con entereza, confiando en que los largos ratos de mutua observación habrían creado un vínculo. El jaguar se sentó y dirigió la mirada hacia el extremo opuesto del lago, justo al sitio desde donde tantas veces había observado a Zazil. La silueta de la luna todavía era visible en el despuntar del día, y a Zazil le pareció que Ixchel sonreía. Un conejo asomó del otro lado, miró a la joven y al jaguar, y se metió entre la hierba, alejándose. Cuando el conejo se hubo marchado, ella volvió la cabeza buscando al jaguar, pero ya se había ido.
—Buena caza, báalam — murmuró.