El Forastero - (Cuento)
Cuando le pregunté de donde era, me contestó.
- De ningún lado. La gente pertenece al lugar donde nació y pasó gran parte de su vida, y yo siempre fui del camino, del viento de las siestas bajo un árbol en verano y del fuego para calentarme en las noches de invierno, continuó… mientras encendía un cigarrillo a medio fumar que sacó de uno de los bolsillos de la campera.
Me costó sacarle a simple vista la edad, tenia el pelo largo atado atrás como cola de caballo, algunas canas, barba y gigote con la desprolijidad de quien lo deja crecer naturalmente, la piel curtida y una mirada que podía traspasar kilómetros llevada por quien sabe que pensamientos.
Su ropa estaba gastada, sin embargo, se la notaba limpia al igual que sus manos y lo poco que se le veía del rostro cubierto por la espesa barba y un bigote que se mezclaba como una sola cosa.
Como único equipaje llevaba un portafolios de cuero negro tan gastado como su ropa.
Se sentó en la última mesa del salón, justo debajo de una luminaria que coloqué tiempo atrás, porque ese rincón tenia un aspecto triste y se perdía a la vista de los clientes del bar.
Me pidió un sándwich de jamón crudo y un vaso de vino tinto, abrió el portafolio y sacó un libro grueso como el de Cien años de Soledad de García Márquez.
El tipo me parecía tan extraño que me moría de ganas de saber a que se dedicaba. No era un pordiosero ni tenia especto de borracho ni de demente, más bien se lo notaba culto e inteligente detrás de unos anteojos gruesos de pasta color caramelo que utilizó para leer mientras esperaba lo que supuse que era su cena.
Luego de un rato leyendo, cerró el libro, se quitó los anteojos guardo todo en el gastado portafolio negro, pagó y se marchó dejándome con la intriga.
Al día siguiente llegaban a desayunar los clientes habituales, entre ellos el dueño del geriátrico quien comentaba la desafortunada muerte del hombre de barba y bigote atropellado por un auto justo enfrente del geriátrico.
- Pobre tipo, siempre para esta época venia a contarle historias a los ancianos, yo le daba unos pesos y le ofrecía una cama para que pase la noche. Su vida era esa, recorrer los geriátricos y llevarle a los viejitos algo de distracción.
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Ricardo "Cocho" Garay
"Sólo soy un soplo de vida en la eternidad"