Crónicas del Primer Mundo II

Mi Ciudad:

              Hola nuevamente, queridos compañeros de letras, o quizás, ya que llevo algunos meses acá, deba ya empezar a agregar un granito de esnobismo y decir « Hello », que queda mucho más paquete y cachetudo.

Ustedes saben que tengo la suerte o la desgracia de vivir en la ciudad de Hollywood, donde tengo mi ranchito. La ciudad es linda, no lo voy a negar, limpia y con mucho verde y palmeras por todos lados. Y cuando digo por todos lados, me refiero literalmente « por todos lados », porque hay unos tipos a tres cuadras de casa que tienen un buraco en el medio del techo del living, por donde asoma la copa de un árbol. Se ve que cuando estaban construyendo la casa, o le erraron fiero el vizcachazo con los planos, o les dio lástima tirar abajo un árbol tan lindo y tan lleno de ramas, hojas y nidos de pajaritos, por lo que decidieron hacer el living a su alrededor y compartir la vida diaria con la naturaleza en una de sus mejores expresiones. Eso sí, tienen dos problemas fundamentales : La lluvia que por suerte acá no es tanta y como máximo llueve 360 de los 365 días del año, y el Bobby, que para qué va andar saliendo afuera para ir al baño, cuando tiene ese hermoso tronco privado en la comodidad de su propia cucha y encima con aire acondicionado.

En fin, cada loco con su tema. Pero a lo que quería llegar después de toda esta perorata, es a los vecinos. Uno trata de ser educado y considerado con sus congéneres, especialmente cuando se viene de un país como Argentina donde la buena convivencia es casi una religión. Y El Señor sabe que no miento cuando digo que algunos caballeros delincuentes hasta tienen la deferencia de apuntar bien con sus armas para pegarnos el tiro en las partes blandas del cuerpo, que es donde generalmente menos duele.

Bueno, la cuestión es que unos días atrás, mientras con mi media naranja, tempranito, recién levantados, compartíamos unos mates (costumbre muy difícil de abandonar) y la cara de Rottweiler que acompaña a los primeros momentos de lucidez cada mañana luego de muuuuchos años de feliz connubio, suena el timbre y, usando las pantuflas de chancletas, me levanto de la silla y voy hacia la puerta de entrada ya casi mostrando los colmillos. Menos mal que antes de atender, mi señora me pegó el grito : « ¡Viejo…, por lo menos ponete los pantalones antes de abrir ! Acepté la sugerencia y abrí la puerta de un tirón. Allí estaba, como un mortal común y silvestre, sin los Grammys, los Emmys, los Oscars y el glamour de un vestuario y maquillaje espectacular, doña Julia Roberts. Al principio me fue un poco difícil reconocerla con los ruleros puestos, el batón floreado y las ojotas hawaianas de plástico transparente. Pero claro, por más estrella que sea, me imagino que también tiene su derecho a estar de entrecasa. Andaba mangueando un poco de harina de mandioca y un cacho de queso Mar del Plata para hacerse unos chipás, a los que se hizo adepta después de andar visitando a unas tribus del norte de nuestro país. Porque indio que anda boyando por ahí,  indio que la doña visita. Cuestión de imagen. ¿Vió?

Pero ayer…, y aquí sí que a alguna se le va a venir un ídolo abajo como calzón de meretriz. Ayer, después del mediodía, el que se apareció tocando el timbre con cara ojerosa y barba de dos o tres días, que antes era señal de croto y ahora es una condición indispensable de galán (aunque ni con tres vasos de whisky me lo puedo llegar a imaginar así a Atilio Marinelli), era don George Clooney, que además, tenía unos pelos largos y grises que le asomaban por las orejas y la napia. Según él, había estado filmando por varios días y cuando llegó a su casa, lo único que encontró en la heladera, fue un salamín tandilero picado grueso que estaba por fuera verde como la esperanza y por dentro duro como una cachiporra. Pero yo no me la creí. Andaba vestido con un birrete en el marote hecho con hoja de diario, como el que usan los albañiles. Tenía unos pantalones Topeca cortados por las rodillas a puro tijeretazo, y la camisa, de mangas cortas, era de color azul, toda estampada con caritas a color de Pelopincho y Cachirula. Como hacía calor, calzaba unas sandalias Skippy color marrón. Y para ser completamente franco, tenía las patas bastante sucias. El tipo quería saber si le podía dar algo de pan con mortadela, queso de chancho, paleta sanguchera o fiambrín. Lo que fuese. Estaba realmente muerto de hambre. Y después las minas se creen que el chabón anda de smoking todos los días morfando caviar con champagne como la Charlotte Caniggia.

Otro día, capaz que les cuento como Brat Pitt se las rebusca juntando latas de aluminio vacías por los tachos de basura del barrio.

La verdad sea dicha, Hollywood me tiene medio repodrido. Un día de estos me agarra la viaraza, levanto campamento y me mudo con la prole a Ibiza…!

Jaa..., ya lo creo que todos somos iguales, Any. Por eso me da tanta bronca el cholulismo, cuando alguien ve a un famoso y quiere ir a saludarlo o tocarlo como si fuese Dios en persona. Ahora a los efectos de no querer engañar a nadie, yo no vivo en Hollywood, California (donde están los artistas) sino en Hollywood, Florida, donde somos todos más o menos gente comunacha. Sólo utilicé el recurso del nombre idéntico de la ciudad, para hacer este escrito un poco más divertido. Mil gracias por tu visita, estimada amiga. Un abrazo,
José (argentino hasta la médula)

Interesante como el relato muestra el lado menos glamoroso de los famosos. Con el dinero que tienen, es difícil pensar que van de casa en casa en busca de alimento, pero todo es posible.

Saludos.

Sólo en mi imaginación Titán, sólo en mi imaginación. Pero aquí todo es tan distinto a lo que al menos yo estoy acostumbrado, que no puedo menos que tomarlo con un poco de humor. Gracias por tu visita. Recibe mi saludo,
José