Crónicas del Primer Mundo III

Medicamentos:

                    Hola compañeros de Letras (ya me estoy pareciendo al Pocho Juan Domingo con el saludo), acá estoy otra vez, firme como barra de chocolate en submarino y servicial como azafata del tren fantasma, para interiorizarlos, una vez más, de cómo es realmente la vida en el primer mundo, así llamado vaya uno a saber según los parámetros de quién.

De todas formas, les cuento que me divierte bastante ver que mientras me entrenan para mi nuevo trabajo frente a una computadora, completando curso tras curso, usando un ratón y leyendo y escuchando las lecciones de un monitor, para que Dios no me permita restarle unos preciosos minutos de tiempo a alguno de los seres humanos que por allí pululan con cara de ocupados y preocupados; esos cursos hacen hincapié, una y otra vez, que tanto debo concentrarme en mi excelencia en el servicio de atención al cliente, como en prestar atención para que no me afanen las herramientas y los tornillos de los estantes.

Sí señor o señora. ¿Ustedes creían que teníamos la exclusividad del choreo en Argentina? Pues nada más equivocado. El señor gringo habla inglés, es alto, rubio, de ojos claros y tirando en tez a coloradón, maneja autos lujosos, morfa muchas hamburguesas, pero cuando me descuido un cachito, afana como si hubiese hecho un pos-grado en la universidad de La Cava. Y todo a pesar del millón y medio de cámaras, sensores, detectores y microchips instalados para evitar que se apropien de lo ajeno sin garpar. Cosa ‘e mandinga, pero aparentemente la ratería se ha convertido en una epidemia mundial.

Pasando ahora al tema principal de esta crónica, en los pocos momentos que dedico a mirar alguno de los cinco mil canales de televisión digital de alta definición, que me permite ver con una escalofriante nitidez los más mínimos detalles de las mismas gansadas (o peores) que pasan en la pampa húmeda, no pude dejar de notar los avisos comerciales de los distintos medicamentos que se ofrecen para variadas dolencias.

Todas las propagandas parecen haber sido cortaditas con la misma tijera, o bisturí, si se prefiere. Por estas latitudes es poco y nada lo que se consigue sin receta. Todo tiene que ser prescripto por un galeno, generalmente pakistaní o chino (aparentemente se rajaron todos para acá), para que no andemos metiendo la pata con la automedicación. Claro que el gringo, que es un poquitín hipócrita porque condena con muchas leyes escritas con la manito un montón de cosas que luego borra con el codito, tiene la obligación de describir tanto los beneficios como los posibles efectos secundarios de cada medicación.

Así, es muy común ver avisos con el siguiente formato: La acción transcurre casi siempre al aire libre, en medio de paisajes naturales maravillosos, con parejas de edad madura realizando alguna actividad bastante improbable a esa altura del partido, que representan el ideal de la plenitud, de buena estatura y complexión, con un estado físico impecable, una dentadura perfecta, pelo canoso pero abundante (nunca un petizo, pelado o panzón), que sonríen, se miman y le sacan hasta la última gotita de jugo a la vida. Mientras esto sucede, la voz del locutor, con alguna melodía apropiada de fondo dice algo más o menos así:

“No permita que el dolor en las articulaciones lo prive de hacer lo que más le gusta en su vida. Cartílagus le brinda un completo alivio dosificado las veinticuatro horas del día. Discuta con su doctor si usted puede ser un paciente apto  para la prescripción de Cartílagus.”

Y más bajito y rápido: “El uso prolongado de Cartílagus ha sido asociado en algunos casos con la aparición de molestias gripales, fiebre, dolores de cabeza, náusea, vómitos ocasionales y  sensación de vértigo.”

Otra vez con voz normal: “Recuerde consultar con su médico si Cartílagus es el medicamento indicado para que usted disfrute de la protección contra el dolor que necesita para desarrollar cualquier actividad con plenitud y libertad”

Nuevamente bajito y ligero: “En algunos casos aislados, la administración regular de triclorato fosfático de morondanga, ingrediente activo principal de Cartílagus, pudo estar relacionado con, pero no limitado a, úlceras del duodeno, complicaciones renales, malfunción hepática,  pólipos colónicos, diverticulitis, tos convulsa y ocasionales tendencias suicidas”

Resume la voz normal: “El tratamiento exitoso de los dolores articulares por artritis no es una posibilidad, sino una realidad palpable al alcance de su mano y su bolsillo. Hable con su médico de confianza y pregúntele si usted puede beneficiarse con el uso de Cartílagus .¡Viva la vida al máximo! ¡Déje que Cartílagus se encargue de controlar su malestar!

El aviso se va terminando, la pareja se abraza sonriendo luego de una jornada muy activa sobre un precioso fondo de sol poniente, porque ya no le duelen los callos ni los espolones, pero antes de terminar la escena se escucha, otra vez bajito y rápido, a modo de colofón: “En una minoría estadísticamente insignificante de los estudios clínicos de laboratorio, algunos pacientes medicados con Cartílagus experimentaron síntomas de acné senil, cólicos estomacales,  diarrea, oscurecimiento de las heces,  flatulencia, dolor testicular y olor a pata”.

Yo no sé qué hará el resto de la gringada. Yo, por las dudas, prefiero  seguir bancándome los dolores de cintura y que me chirrien las rodillas cuando me levanto después de estar un rato sentado…

Me alegra mucho si te he podido hacer reír un rato. Como todo lo que cuento acá, un gran porcentaje es realidad y otro poquito es lo que yo le agrego para hacerlo un poco más divertido. Mil gracias por visitarme y dejarme tu comentario, Any. Lo aprecio de verdad. Un abrazo,
José

Bueno amigo Jaime..., pues ese era el objetivo..., jajaja! Muy agradecido por el tiempo de tu visita y comentario, estimado compañero de letras, Un gran abrazo,
José