Primero cabe felicitarte, hay visos de buen escritor: imágenes originales que son lo que los distingue.
Luego, tratar de darte una opinión que te ayude a esclarecer.
La idea no es original pero no te asustes porque nada lo es. Hace siglos que todo está escrito y no importa lo que se dice sino cómo se dice. Has elegido el tono y el personaje correcto para la historia. Es, por ejemplo, el de los policiales negros, aquellos de los cincuenta. El cliché del perdedor que sabe que lo es y por un momento toca la gloria.
Si algo necesita es más claridad para que el lector no se pierda. Tratamos de escribir para todos y no sólo para los lectores avezados. Ése todos te dará un público fascinado, los avezados en cambio, te dirán que falta un motivo que justifique leerlo.
No soy tan experto como se podría, falsamente, suponer. Por cuanto, sólo puedo decirte cómo lo habría hecho yo dejando de lado mis gustos personales y ateniéndome al manual del cuentista, que no está del todo escrito pero que sirve para guiar.
Primero pongo la idea por escrito con la simpleza de una redacción escolar. Me fijo que responda todas las preguntas que el cuento hace (quién, cómo, cuándo, dónde, por qué…). Algunas no son importantes y pueden soslayarse o apenas pespuntarse; otras son indispensables.
Una vez satisfecho de que tengo todo lo que quiero decir, la voy sustituyendo por la redacción de estilo (ésa que hiciste muy bien).
La técnica sería hablar del sueño de entrada, de lo más fermental, para que el lector se prenda. El truco es que el lector no corra el tren por el andén porque eso lo aburre, sino que sea pasajero del viaje, que esté comprometido con lo que pasa: eso lo prende, le hace sentir las emociones que justificarán leerte.
Haces bien en empezar con el sueño como gancho, porque es el motivo. Luego basta con que avizore que se cumple, sin redundar. Ya viajando en el tren del cuento, querrá saber cómo termina, le importará saberlo.