Poco importaba el frio, el olor a formol, la poca iluminación y el espeso silencio. No sentía miedo por lo sobrenatural, no era supersticioso, ni demasiado escrupuloso, era apenas medianamente inteligente, simple. Sin complicarse la existencia –un hombre debe tomar sus oportunidades- decía para justificarse. Así que ahí estaba, con los pantalones a las rodillas, metido bajo la sabana, con su boca pegada a esos labios lívidos, rígidos y fríos. Penetrando el cadáver, la carne blanca y muerta de lo que en vida había sido, sin duda, una hermosa chica.
Terminó rápido, le hubiera gustado disfrutarla mas, pero no podía arriesgarse a que le descubrieran, nunca lo entenderían.de nada valdrían sus motivos, las explicaciones no pretenden explicar sino dar un consuelo. Perder el trabajo sería el menor de sus problemas, le llamarían degenerado y enfermo. Lo mirarían con asco, con miedo, como si fuera un monstruo. Las personas no le gustaban tanto, por lo menos no mucho cuando estaban vivas. Le resultaban tan aburridas, sus platicas tan predecibles, esas risas enfermas y afectadas. Lo peor eran las caras, caras estúpidas que no reflejaban nada. Por lo menos los muertos reflejaban un estado de calma y una paz profundas.
El sexo era ocasional, sólo cuando el cuerpo o el rostro de una chica le excitaba demasiado, la mayor parte del tiempo sólo hablaba con ellos. Les contaba las trivialidades del día, le gustaba hablarles de los procedimientos técnicos o médicos que haría con ellos. Les cantaba con su voz monótona, y se reía de lo ridículo que le parecía todo. No estaba loco, no esperaba que le respondieran, era simplemente que estaban tan callados. Todos esos cadáveres tan serenos, con toda esa paz y ese silencio, con la fría luz resaltando la palidez de sus rostros, eran extrañamente hermosos.
Se estaba tan bien ahí, lejos de la humanidad y de sus moldes, de sus ruidos, de sus parloteos. Lejos de las reglas de una sociedad enferma y estandarizada. Lejos de los toma y quita de los flirteos y los romances. Lejos de las promesas y las traiciones. Lejos de todas las emociones y sensaciones indefinibles y sobrevaloradas. Lejos del amor, del odio, del dolor, lejos de la esperanza. Lejos, y eso era suficiente.
Lamentaba no poder quedarse más tiempo y tener que salir a mezclarse con ellos, con la humanidad ahí afuera. Aunque era un tipo solitario se comportaba de manera normal, era agradable y educado, buen conversador cuando se requería serlo. No despertaba ninguna sospecha. Y así debía serlo para poder esconderse entre ellos, se camuflaba con sus costumbres, sus hábitos, sus prácticas, sus ritos. Nada oculta mejor a un hombre que la medianía, hacer lo que esperan que hagas, lo que ellos harían, te miden según sus propias (in)
capacidades. Ver el fracaso los calma, los mantiene serenos. El mundo está lleno de seres insatisfechos.
Pronto llegaría su reemplazo. Omar estudiaba medicina, soñaba con rubias de silicón y Ferraris, sería un medico estupendo. Para el los cadáveres eran sólo carne que cortar, no veía belleza en ellos, ni misterio, tranquilidad o cualquier otra cualidad que la de ser carne sobre la plancha. En eso se asemejaba mucho a un carnicero… no lo quiso esperar, fue a lavarse, a intentar desprenderse del olor reconocible de la muerte. Se sentía un poco cansado, algo ligeramente le molestaba, no sabía bien que. Solo sentía esa ligera molestia, como la ocasionada por un mosquito, sólo que sin el sonido y sin el mosquito. Era algo no identificable, algo que revoloteaba a su alrededor y lo molestaba. Decidió que pasaría a tomar una cerveza, quizá eso le podría ayudar para tranquilizarse. Un par de cervezas y tal vez se masturbara pensando en la chica que había preparado.
El lugar parecía agradable. Entró. Estaba semi-vacio, escogió un lugar en la barra y pidió una cerveza. El cantinero parecía aburrido y demasiado viejo. Afortunadamente no intentó hacer conversación, se fue hacia el otro extremo a servirle a un grupo de jóvenes que celebraban (ruidosamente) algo, alguien, cualquier cosa. Entre ellos había una chica que destacaba, tenía el cabello rojo y la piel blanca, y luz, demasiada luz y energía. Hablaba, bailaba, reía, gesticulaba, manoteaba más que todos. Pero lo hacía con una naturalidad exenta de pretensiones. Lo hacía de esa forma porque estaba demasiado… viva.
Llamaba mucho la atención, tanto que no podía evitar verla de la forma descarada en la que lo estaba haciendo, sin disimular y con sus puestos en ella. Inevitablemente las miradas se encontraron. A ella no lo desagradó, como le diría después su cara le pareció bellamente trágica. De alguna manera se acercaron pasaron del típico saludo y comenzaron a besarse. Sus besos sabían a alcohol y a vomito y a chicle de menta.
—Eres tan raro— le dijo.
— ¿lo soy?
—Sí, tienes una cara tan trágica.
—Sólo quiero beber.
—únete a nosotros es cumpleaños de Lucy… la chica de azul.
—Vine por un par de cervezas. No me gustan los cumpleaños.
—Ándale, no seas así. Vamos con ellos…—
Y dejó de escucharla. Ella se volvió una boca que se movía y soltaba carcajadas. Siguió bebiendo y ocasionalmente captaba frases y risas. Parecían personajes de una película
absurda. La miraba y ahora le parecía mas bella. Sus ojos estaban llenos de luz. Su cuerpo perfectamente constituido, imaginó su esqueleto y la carne bajo la piel, casi tuvo una erección.
Jajaja estudio administración La luz morada te favorece Jajaja Tu camisa está genial Esa canción me encanta. Jajaja. Jajaja.
La belleza se le fue yendo, era como ellos, superficial y vacía. Con todos los defectos y todo lo que le repugnaba de las personas vivas. La vanidad, la cháchara sin sentido, los balbuceos. << ¿Por qué habla tanto? ¿Acaso no se da cuenta que me aburre? >> pensaba mientras la cara le dolía bajo aquella mueca disfrazada de sonrisa. <>.
— ¿quieres salir de aquí?
Quizá pronto lo estuviera.