Gatito

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Barcelona, Junio 2013

Esa noche se dedicó a pasear por el puerto, como despedida.

De pequeño le encantaba bajar con su padre cuando ya era oscuro y ver como los yates y las barcas se balanceaban suavemente sobre el mar en calma, en un baile con una sincronía perfecta.

Le gustaba observar los pescadores del muelle cuando tiraban la caña y como el corcho jugaba, travieso, en medio de la oscuridad, con los pequeños movimientos de una agua turbia y oscura.

Recordó viejos momentos: cuando compraban aquellos cucuruchos de vainilla que le hacían la boca agua o aquellas bolsas de pipas saladas que más de una vez terminaban creando alguna que otra indigestión. Y las coca-colas que de tan rápido que se las tomaba también inflaban la panza de mala manera. O aquel calor tan fuerte y húmedo de los veranos donde por la noche las sábanas se pegaban a las piernas por el sudor incontenible.

Después pasó por delante de los restaurantes marineros de primera fila del mar. Sí, aquellos tan románticos que sólo se llenan las noches de verano y que en las fechas en que nos encontrábamos prácticamente estaban vacíos, pero siempre con alguna pareja perdida que cena acompañada por la brisa marina, con la vela en medio de la mesa. Tal vez, al no ser verano, podrían pasar un poquito de frío, pero justamente esta no estaba siendo una noche demasiado fría.

Cuando llegó hasta el mollet, al final del puerto, hizo un gran suspiro y se decidió a volver a casa haciendo atajo cortando por en medio del pueblo.

A medio camino, al llegar a la plaza de la iglesia, después de comprobar la hora en el campanario aún iluminado, volvió la vista calle abajo y pudo observar cómo la luz roja del faro del martell se encendía intermitentemente, como toda la vida lo había visto.

Entonces decidió bajar en dirección al mar y continuar camino a casa subiendo por la subida nombrada la "Costa d’en Blau".

Mientras subía continuó observando la belleza de la playa cubierta de noche, y las pequeñas cuevas a la izquierda, tenuemente iluminadas por luces artificiales.

Una vez en a casa, y justo antes de encender la luz sonó el móvil, era su hija mayor:

-Papá, papá, escucha.
-Ante todo buenas noches, no te parece? -Espetó él mientras encendía la luz.
-Hola papá, una cosa papá, una cosa.
-¿Cómo estáis todos por allí? ¿Me echáis de menos? -La cortó.
-Todo bien, papá, todo bien. Una cosa...
-¿Y mamá?
-Ahora te la paso, escúchame.
-Qué quieres? Qué prisa puedes tener a estas horas? Dime.
-Emm... euh... ¿quieres que tengamos un gatito, papá? Como el otro día lo hablamos...
-Y por eso tanto alboroto? Ahora no me hagas decirte lo que ya sabes.
-Pero es que Marina me ha dicho que su gata está preñada y que nos da uno, para no tener que hacer una tontería si nadie los quiere.
-Mira, ahora pásame con mamá y cuando vuelva lo hablamos, pero ahora no...
-Vaaa, vaaa, di que sí, papá, por favor!

Al día siguiente había quedado para ir a comer con los tíos como última escala antes de coger el bus que lo llevara al aeropuerto.

Golpeó enérgicamente la puerta de la entrada de casa de sus tíos, que después de unos pocos segundos se abrió apareciendo al otro lado su tío con aquel semblante alegre y entrañable que lo caracterizaba. Mientras le hacía el gesto de entrar lo invitó a pasar a la salita de la tele.

Se sentó en una de las butacas y su tío se fue a la cocina a buscar un par de cervecitas y unas aceitunas.

-Estas son las aceitunas que sé que te gustan. Están "olé", ya verás. La tía ha ido a comprar fruta, siempre voy yo pero hoy me ha pedido que te esperara. No tardará mucho, ¿cómo va todo?

Un rato más tarde entraba por la puerta su tía, con dos bolsas cargadas de fruta fresca, de la mejor del mercado.

Se levantó, se dirigió hacia ella y le dio un abrazo acompañado de un beso bien tierno:

-Vamos, quédate un rato más con el tío que yo voy a la cocina y os llamo dentro de un poquito, ¿valen?

Pasaron unos minutos más hasta que desde la cocina se oyó:

- ¡Ya podéis venir a comer!

Después de comer él se dio cuenta que desde el patio junto al comedor se oían unos pequeños maullidos y entonces preguntó:

-¿Tenéis gatitos? Se oyen maullidos muy pequeñitos.
-¡Vaya! sí que tienes buen oído. Sí, hace cinco días que nacieron- dijo la tía.
-Son preciosos, ya verás- continuó el tío y entonces se levantó y le cogió suavemente del brazo.
-Ven que te los enseño, ya verás qué maravilla- dijo el tío con entusiasmo.

Entonces salieron al patio y, a la derecha, dentro de la alberca, donde habían depositado en el fondo una toalla vieja, se encontraban cuatro gatitos de pocos días, mirándolos fijamente, con esa cara de lástima enternecedora que tienen cuando son tan pequeños.

-La gata debe haber ido a buscar algo de comer, los deja mucho tiempo solos y se ponen a maullar sin parar. La tía no puede con ellos, ¡ja, ja, ja! - Se reía
-Son insoportables, son insoportables- renegaba la tía.
- ¿Quieres uno? Te lo puedes quedar, en serio, nosotros algo tendremos que hacer con ellos.
- ¡Ni hablar! ¿Cómo voy a llevármelo? ¿En la mochila de mano o en la mochila de la ropa? Imposible. ¡Qué casualidad! Justo esta noche me ha llamado la mayor para pedirme si quería uno de una gata preñada de una amiga suya- y esgrimió una sonrisa de complacencia.

Una hora y media más tarde salía con la mochila de mano y la del equipaje a buscar el bus para ir al aeropuerto.

Era la hora de la cena cuando llegaba a su casa. Al abrir la puerta vino a recibirlo la pequeña, con esa mirada y sonrisa tierna. Él dejó las dos mochilas a un rincón del recibidor, la abrazó con fuerza y se dirigió al comedor.

-Holaaa! -Gritaron todos, prácticamente al unísono y ya sentados en la mesa para empezar a cenar.
-¡Papá, papá! ¿Ya has pensado lo del gatito? ¿Verdad que le puedo decir que sí a la Marina?
-Luego, después, ahora me pongo las zapatillas y vengo a cenar.

Unos besos y abrazos y se fue hacia la habitación, se puso las zapatillas y salió para cenar juntos.

Ya entrada la noche, sentado en el sofá con la mujer a su lado, el silencio sólo roto por el bajo volumen de la televisión, le pareció que desde el recibidor se oía como un chirriar extraño.

-¿No oyes? -Le preguntó la mujer.
-Sí, es como si sonara un móvil o un despertador en la entrada. Voy a mirar.

Conforme se acercaba al recibidor el corazón se le agitaba más y más, y un mal presagio le comía las neuronas, no puede ser, no puede ser, golpeaba en su cabeza.

Una vez en la entrada buscó las llaves del candado de la mochila grande en los bolsillos del abrigo, apenas logró poner la llave... y al abrir la cremallera se encontró lo que se esperaba y no deseaba:

UN GATITO DE POCOS DÍAS QUE LO OBSERVABA MAULLANDO DESESPERADAMENTE ENTRE LA ROPA ESTRUJADA

Un relato cargado de ternura que me dejo pensando como sobrevivió el gatito de cinco días en una mochila.
Un lindo cuento.
Un abrazo

Este cuento me conduce al deseo de mi nieta de tener una mascota, cosa que cada dìa se imposibilita porque las casas modernas no cuentan con mucho espacio. En verdad, un cuento tierno que forma parte de la cotidianidad y el anhelo de muchos infantes. Al lado de mi casa, precisamente, hay un nIño que ya ha recogido dos perritos regalados y su abuelito no lo deja tenerlo porque despuès nadie va a querer limpiar, jajaja, y se lo llevan a la abuela paterna que queda lejos, en otra localidad.
Gracias por compartir.

TRINA

Marioes escribió:

Un relato cargado de ternura que me dejo pensando como sobrevivió el gatito de cinco días en una mochila.
Un lindo cuento.
Un abrazo

Ja, ja, ja!! Mario, quizás tengas razón y debería haber puesto alguna semanita más de vida, me lo pienso. Sobre cómo sobrevivió, te puedo asegurar que se basa en una historia real y sobrevivieron, pues fueron más de uno.
Gracias por leer mis pequeñas incursiones "relatistas".
Un fuerte abrazo.

Trina Leé de Hidalgo escribió:

Este cuento me conduce al deseo de mi nieta de tener una mascota, cosa que cada dìa se imposibilita porque las casas modernas no cuentan con mucho espacio. En verdad, un cuento tierno que forma parte de la cotidianidad y el anhelo de muchos infantes. Al lado de mi casa, precisamente, hay un nIño que ya ha recogido dos perritos regalados y su abuelito no lo deja tenerlo porque despuès nadie va a querer limpiar, jajaja, y se lo llevan a la abuela paterna que queda lejos, en otra localidad.
Gracias por compartir.

TRINA

Querida Trina.
Aquí hay una mezcla de historia real(la del gato en una maleta) y ficción, pero mezclada con vivencias reales de mi vida.
Por ejemplo, es cierto que mi hija mayor me pide un gatito, mi tío en realidad ya falleció, los momentos vividos en Mallorca, describo paisajes de ella, también han existido.
Gracias por leerme.
Muchos besos, querida amiga.

Se aprecia bien el relato.
saludos Gabriel

Martín Renán escribió:

Se aprecia bien el relato.
saludos Gabriel

Uau, Martin.
Ni recordaba este relato.
Gracias por leerlo.
Un abrazo grande.