Bajo el azul del cielo diviso la montaña majestuosa, rodeada de corpulentos árboles, con un hilo de plata en sus entrañas que cae vertiginosamente hasta el suelo y de cascada, en su constante recorrido se transforma en un río caudaloso, que brinda afectos y se desnuda todo derramando virtudes y bondades.
En su orilla, el pescador sonríe, el poeta suspira emocionado, la lavandera estrega su vestuario mientras el agua fría le acaricia los muslos. La vegetación se abre lozana, las ramas le hacen reverencia y los pájaros se adormecen con el canto sonoro que produce el fluir de su torrente.
Y yo, sentada sobre la grama, frente a la contemplación, callo mis palabras bulliciosas, sólo hablo en susurros como si las voces se quedaran adentro.
El tiempo es infinito como su espacio, como el mismo cielo. Él besa las flores maravillosas, limita las estaciones del año, pule las rocas y les da verde limo. Siente que nunca hay días ociosos y que jamás ha perdido el horario, porque se abre, se da sin hambre ni mezquindades. Retrata los colores, los rayos de luz y sirve de cuna al arco iris. Es su deseo, su diversión, aunque a veces se adormece en la oscuridad o en una sonrisa de la mañana blanca o en una frescura de pureza transparente para meditar porqué si hay tantos que se entregan enteros, reciben en respuesta el egoísmo, la incomprensión, no consiguen los dividendos que producen las ganancias del cariño.
El egoísmo es como la sombra que pretende opacar el brillo de las estrellas. Pero … tú río cantarino, no te dejas vencer por ese defecto y levantando los hombros, sacudes la tristeza, piensas en Dios que fue crucificado por ese mal que carcome al que cumple las leyes del “embudo”… y estallas otra vez en esa perfección inquebrantable para seguir encantando mis ojos, pulsando las cuerdas de mi corazón en su múltiple armonía de placer y pesar.
Persiste la carrera de tu caudal día y noche, como la sangre por mis venas, creciendo y bajando, desde el nacimiento hasta la muerte.
Siento que mi cuerpo se glorifica… ¡al Diablo con los egoístas!. .. ¡que se consuman en sus propias miserias!. Ellos nunca abren sus velos a la claridad de la mañana, ni se dan, ni saborean la dulzura de la vida, pero tampoco permitirán que tú mi río melodioso, opaques tu voz, ni apagues tu lámpara. Nunca estarás solo, ni a oscuras, aunque fallezca en el ocaso la luz del día, o tengas un farol y la noche te robe su lucecilla o aquella se te eche encima… pero tampoco pretendas prestarle tu flama, porque tienen el alma tan mezquina que ésta sólo va a temblar inútilmente en el vacío.
Sigue corriendo río, no te amilanes, que yo pondré matices a tus crestas de espuma. Con la musa que me brota del alma, cantaré para que bailes y juntos alabemos a Dios por sus proezas.
TRINA