Café de artistas y gente de bien pensar.

-Entiendo, señor, que lo que más desea en este mundo ahora mismo es un buen café con leche, bien cargado, bien caliente.- El camarero, pulcro, de inmejorable presencia, perfectamente uniformado sorprendía así al cliente, el último en entrar en aquel café abarrotado, y que se hacía con la última mesa libre.
-Pero antes, señor, ha de ganárselo- y el camarero, recuperaba su postura erguida, manteniéndose inmóvil a pocos centímetros del hombre y obviando en todo momento su rostro estupefacto.
El hombre que no cesaba de mirar en derredor, contemplaba como las diez o doce mesas que componían la estancia se encontraban todas ocupadas. Algunas por una sola persona, otras por varias. No le dejó de sorprender el ominoso silencio, impropio de tales establecimientos.
Venciendo el aturdimiento inicial, compuso un gesto de dignidad en su rostro. Aquella actitud del camarero se le antojó ofensiva. Así y todo, en lugar de levantarse de su recién conquistada silla, y abandonar ante la vista de todos, conminó a éste a que se acercara de nuevo, haciendo un gesto con la mano.
-La carta, por favor- le expelió en tono serio y decidido al sirviente. Tenía que demostrarse a sí mismo que era capaz de aspirar a ganarse un lugar en aquel local tan prestigioso. Notó las punzantes miradas del resto de clientes, no ya solo los que se encontraban en el interior del establecimiento, sino de todas las personas que desde el exterior y a través de la cristalera, observaban cada uno de sus movimientos. De estos últimos podría decirse que aguardaban con impaciencia, con descaro, que alguna de las mesas quedara libre. Oteaban desde fuera como lobos inquietos la posibilidad de un abandono, para así, después de una pugna salvaje y enconada, acceder a la posibilidad de ocupar al fin una mesa. Cuando esto sucedía, en ocasiones incluso había corrido la sangre.
-Bien señor- escuetamente le respondió el camarero en tanto le tendía un cuadernillo.
El cliente recibió de las manos de aquel un cuaderno. Sin perdida de tiempo, se inició en su lectura, escrutando cada una de las opciones con estudiada parsimonia.
Cuando creyó haber concluido, de nuevo con otro gesto, reclamó la atención del solícito camarero.
-Probaré con “Sócrates y el diálogo económico”- le dijo, con aplomo, intentando mostrare convencido de su elección.
-Si me permite, buena opción, señor- A continuación le tendió lápiz y papel, que el hombre recibió con algo de desgana. Era importante ganarse un lugar en aquel café de intelectuales. Un club que concedía distinción y prestigio una vez se pertenecía a él, una vez superada la prueba de admisión.
Sin pérdida de tiempo comenzó a garrapatear sobre el papel, sintiendo como muchas miradas se clavaban, atentas, curiosas, tal vez envidiosas, en su nuca.

Me impactó la obra por la ironía que involucra. Bien es cierto que descubro una sociedad, la actual, tendiente al no pensar. Parece que doliera pensar, cuesta, nos sale como salpullido cuando nos ponemos a cuestionar, a buscar razones y alternativas a los paradigmas y al establishment que nos controla.

Estamos como tan involucrados en el sobrevivir que no nos importa ver más allá del pan diario de cada día. Tu historia es en este punto una verdadera alegoría del problema; alguien de pronto, te obliga a dar el paso, un paso que por natural no darías de no ser por una artificial presión social, el otro que quiere ocupar tu supuesto privilegio.

En el café que planteas no se viene a disfrutar desde luego, no te sirven; aquellos que elegiste para que te representaran y te sirvieran, te han fallado, ahora estás obligado a "garrapatear" tus soluciones...

Je, y nada más apropiado que regresar a los orígenes, a la ética en la actividad económica...¡que Sócrates nos ayude!

Bueno, casi no puedo decir mucho más. Estoy de acuerdo en cuanto a la situación actual que describes, que no añado más. Si cabe, una mieja de humor, poco más.
Gracias por leerme y comentar, un saludo