FASCINADOR LUCERÍO

Pasa el fiero día y al anochecer resplandecen las rutilantes lágrimas celestes; muéstranse sin orgullo, hallándose apegadas a la animada desvalidez que longos años hechos de luz no mitigan. En unos durmientes prados, reposados en la salsa oscura del oracular silencio, diríase que yacían dos de los lamentos quedos en alentador descuido descolgados de la techumbre infinita; dos discretos puntos luminosos, dos diminutos luceros, amigables referencias, involuntarias turbadoras de antagonistas tenebrosidades que, en efecto, tiéndense en la coyuntura asociándose con la sombra, mecida para ser desvestida por la recatada luz, salvadora de su cegadora e intemperante versión. Dos arrumacadas luciérnagas se desperezan.

- ¿Por qué vuelas tan alto? Vuelve conmigo, no estropees la pasión que nos une, déjame paladear la sintonía de la emoción que te domina sin subyugarte, tan plena del entusiasmo arrollador surgiente de esta unión sincera, pero hazlo a mi lado, pues si incautamente hemos de quedar transidos quedémoslo desde el apegado sosiego.

- No vuelo únicamente impulsado por la alegría de tenerte, ni por las fehacientes consignas dimanadas de las ánimas que nos bendicen; vuelo para sentirme más cerca de las hermanas.

- ¿A quiénes te refieres? La tranquilidad nos ampara, en ella retozamos y en ella nos amamos. No necesitamos que nos perturbe la envidia, no si podemos evitarlo, y siempre se puede.

- ¿Permitirás que el egoísmo se inmiscuya? El amor existe para ser compartido, aún sin haber nacido quien enteramente sea merecedor de él. El conjunto de las cosas es su Ser, ellas lo saben.- señaló hacia arriba -, desde lo alto nos contemplan; las caliginosidades las quieren apartar de nuestros sinos y al no valerse para hacerlo se interponen en obcecada obstinación que en primera persona perjudica; pero las hermanas siguen ahí, hermosas, incólumes mas, tan accesibles como las frescas briznas en las que nos recreamos engrandeciendo el vulgar frenesí, que es más prosaico y procaz en cuanto se siente aislado y superado por la quebradiza prepotencia.

- Las llamas hermanas, ¿cómo es, entonces, que no responden a tu sentida llamada o al inútil trasiego de tus claros sentimientos? Mantente a mi vera, vivamos en consuno con nuestra propia luz.

- Y yo me pregunto por qué las hermanas no precisan de estar tan juntas como el inefable destino deparó estuviéramos tú y yo; ¿será que no las afecta el mismo designio que a las pobres bestias nos maneja con el beneplácito de la desleída esencia? ¿Será que somos nosotras, las hermanas menores, las que deberíamos acercarnos, superando desesperantes asperezas, hasta apartar de nos las brumas diurnas? Querida mía, demos gracias de poder cuestionar la magnipresente existencia sin sufrir otras consecuencias que las dimanadas de la intrínseca impertinencia, fabricadora de indebidas prerrogativas que avasallan las bienhadadas del alma y la sana inteligencia.

- No te corresponde a tí responder tales cuestiones, harto filosóficas.

- ¿Entonces, a qué se debe el que las formule? Callas...quizás porque toda contestación nos lleve a la reiniciación de las mismas y al primario miedo que sin quererlo me descubres. Previsible impretensión.

- ¡Tinieblas del mal me lleven! Sé bien de qué me hablas.

- No deseas saberlo, pero esta vez el deseo cede su monopolizadora primacía; mi destino se desvela en el tuyo y no puedes remediar la negación ante el cambio que tanto te asusta. No lo temas, el temor recae en nosotros, el candor, alborado por lo impredecible, en todo.

El estridente artilugio articulado se acercaba desde los disimulados entresijos de una luna emergente; ruido cegador, luz ensordecedora, antónimo del lenguaje pretendido; gusano mecánico encendido, siniestro emisario que enraila la inveterada costumbre penetrando, cual depravado violador, en montaraz inocencia. Vehículo, perfecto logro fabricado por imperfectas manos, fuerza racional que atrae la irradiadora beldad de los pequeños y henchidos desapreciados, estela del irrecusable Tren Progreso succionando otro atraído punto, fúlgido componente del firmamento terrestre.

Y una silente y apagada luciérnaga quedó impresa en la hierba sin que el oportunista desconsuelo osara, acaso, medrar.



Adanhiel.

Una prosa poética teje el momento con impresiones.

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