RECLINÉMONOS

Solemos rogar a Dios para que no se lleve a nuestros seres más queridos y, cuando el desenlace acontece, el furor del defraudado irrumpe súbitamente rompiendo en pedazos una incierta y endeble apariencia evanescente que mal llamamos fe. Es el egoísmo quien nos impide razonar y la soberbia quien mantiene ese mísero desafuero; de otro modo acataríamos la providencia divina que cuida del cumplimiento de las almas para con el destino, apreciando el devenir de los acontecimientos presentes y respetando un futuro al que, usualmente, insultamos creyendo (presuntuosos) poder dominarlo supeditándolo a nuestras exíguas conveniencias.

Quien alberga ánimo recriminatorio para con los cielos no implora, RECLAMA con exigencia, aunque intente engañarse a sí mismo con unas lágrimas procedentes del temor a perder algo o a alguien; sollozos siameses de los vertidos por quienes (espoleados por la ira) pretenden destruir u ofender la presunta causa de su dolor sin atender a otra demanda que la emanada de su intestina apetencia. Por esa razón, entre otras tantas de mayor buen juicio, yo les solicito que: no hagáis caso del temor ni de los mil y un subterfugios del resentido ego, reunámonos como hermanos que somos y... ¡¡RECLINÉMONOS!!...sin fundamentalista devoción, sin humillación, sino como un acto de congraciación dedicada a la más que necesaria humildad por desgracia cada vez menos frecuente entre tanta hipócrita altanería.


Adanhiel.

Adanhiel..., tema peliagudo, pues la muerte no conoce ni edad ni condción y muchas personas no la aceptan pues muchas veces es cruel y desgarradora, sobre todo cuando alcanza a niños o jovenes . Es normal que las personas se aferren a sus seres queridos. Los que entendemos que simplemnte es un proceso vida-muerte-vida, entendemos que eso forma parte del proceso vital y nuestro consuelo es apoyado por la sabiduría del corazón

Sí, es una cuestión cíclica del devenir vital, pero me apena el que aceptemos las crudezas de la vida con relativa entereza y, a veces (y recalco lo de a veces) no hagamos lo propio con el sinsabor, el entendible trauma que la pérdida de un ser querido supone. Enojarnos con Dios por la muerte, la enfermedad y las penurias es cuestionar un ciclo transmutador que nos lleva a Él por diferentes sendas que acaban, finalmente, por converger en su gracia. Por inexcrutable que nos parezca es nuestro sino, rebelarnos resentidamente ante él es muy humano pero, como poco, debería de conducirnos, no necesariamente al pesaroso cargo de conciencia, pero sí a la honesta y coherente recapacitación.

Siempre un placer intercambiar reflexiones contigo, amiga.