La importancia del criterio

Quien solamente tiene en cuenta la opinión de los demás, prescindiendo en la prioridad de la propia, que no se diga objetivo; que, puestos al gratuito halago, más digno de atrevido encomio sería el mismo vanidoso pues, desoyendo al prójimo, por sistema auto-reafirmativo, sito en el desdeñoso desafuero, el exceso, al menos, le pertenece.

Al seguir la estela de la objetividad no hay que mostrar fatiga a la hora de contrastar pareceres, ni fatiga ni enconada irritación (a todas luces rencorosa); mas si uno no tiene principios, por muy erráticos que estos sean, nada verdaderamente sustancioso habrá para ponderar y entonces: ¿de qué servira el escuchar, convertido en intrascendente "oir"?

La objetividad es una huidiza burbuja que baila furtivamente entre dos aguas; el propósito del bien encaminado (o quizás debiera decir del encaminado al bien) consiste en observar su ecuanime movimiento, y no en intentar atraparla o en soslayarla.


Adanhiel.

Como diría Tagore, "Me avergüenza la alabanza porque me satisface en secreto"; en un principio es bueno el reconocimiento, mas si se desarrolla adicción a él, acaba por negarse el ser, mediante la sujección a actos que sean del agrado de los demás. Aunque hay que diferenciar reconocimiento de alabanza. Cito cortamente, y digo cortamente, porque el escrito es aún más extenso, un texto de José María Doria, si es que no te molesta lo extenso del comentario:

"La alabanza es un filtro mágico de oscuro poder que, mediante la repetición oportuna, logra debilitar aquella víctima que se lo permite y a tiempo no lo corta. Conforme la alabanza “da en el clavo” el ego se lo va creyendo. Es entonces cuando el halago comienza a “sonar” tan verdadero e inofensivo que se corre el riesgo de pensar que el “alabador” es el que mejor capta la calidad oculta de nuestra persona. Cuando un ego con baja autoestima tropieza con un ilusionista que utiliza el dardo de la alabanza, experimenta algo parecido a lo que se siente en pleno desierto al beber agua fresca. Sucede que el sediento piensa que, al fin, existe alguien capaz de “catar” nuestra oculta solera. Poco a poco, conforme la alabanza repite su cantinela, el ego recién inflado teme defraudar al que tan “bellamente” nos mira. Aquí comienza el camino de la dependencia, en el que sólo complacemos por temor, comenzando sutilmente a no llevar la contraria. Mientras el reconocimiento es sobrio y nace desde la gratitud y la independencia, la alabanza es un adorno que pretende y manipula. Y así como el primero nos llega al alma y huelgan respuestas y comentarios añadidos, la alabanza por el contrario, llega al ego e ilusiona a la futura víctima que, desde ese momento, se siente sutilmente “atrapada” por el deseo de continuidad de esa “emocionante” opinión ajena."

Sin ánimo de granjearme simpatías y haciendo honor al título de tu reflexión, así como a la del foro, te dejo este texto que expresa mucho mejor lo que yo habría querido decir en muchas palabras. Un abrazo enl a distancia.

La cita, de la que has hecho oportuno y sabio empleo, muestra hasta qué punto nuestra vanidad puede llegar a trastocar la más pura de las intenciones pasando a hacernos dependientes de una de las peores de las flaquezas del ego. Al desadvertir esto la primera de las penosas consecuencias pasa a ser el principio del "atrofiamiento" de la o las virtudes que en principio nos hacían, supuestamente, merecedores a la alabanza. Mas el espíritu no precisa de otra contraprestación que no sea la de sentir como la bondad y el amor divino pasa a tomar parte activa en la consciencia, como paso previo a traducirla al pensamiento, al sentimiento y al acto volitivamente liberado de "parasitaje manipulativo". El lisonjero,secretamente, busca desviarnos de la libertad que supone el desempeño de la graciosa virtud, porque se siente empequeñecido por ella, agraviado, ladinamente acomplejado; es lo que les ocurre a todos los que se han dejado aleccionar por los efluvios del mal; en realidad se sienten frustrados hasta un inconcebible extremo que sólo ellos conocen en la privada repercusión, con sus secundarios efectos. No obstante la necesaria autoestima agradece el halago, y no hemos de sentirnos avergonzados por ello; entonces no queda otra sino distinguir la malévola y mal intencionada coba del sincero cumplido, y no es tan complicado como en principio pueda parecer ya que quienes nos bridan su admirado encomio son sinceros y quien es sincero no duda, si varían las circunstancias, en facilitarnos,sin juzgarnos, el abierto análisis de nuestros a veces esquivos o semi-inconscientemente sepultados defectos, siempre para el amigable bien, para que los "depuremos" en la medida de lo posible. Así pues nos ayudan en sendas vertientes; esa agradecible dualidad es la que los diferencian del inicuo adulador y es la que los hace tan esencialmente disimilares como un huevo a una castaña.

Si procuramos hacer uso de la objetividad (que era el otro apartado del tema cortamente desarrollado y expuesto por mi) sabremos cómo obrar interiormente y cómo y de qué manera relacionarnos dependiendo del tipo de persona que el destino tenga a bien poner en los avatares del compartido camino que a cada cual toca en la experiencia vital.

Tu aportación, Amairaní, me ha enriquecido dándome otro incentivo más para seguir reflexionando en este y otros temas, como espero que ocurra con los que por aquí pasen aunque "solamente" sea con el sano hábito de la apacible lectura.

Besos.