Atropello
(Cuentos Brújicos para mi Marciano, Oswaldo)
Tal vez reescriba el hecho del atropello del niño vecino, pequeño rapaz de ojos hundiditos, con un aire de falta de cultura, de amor quizás, yo que sé, tal vez sé, de como su padre, un hombre enorme, de manos enormes, de piel más negra, nunca atina a indicarle la prueba del nueve, la raíz cuadrada, esos temibles pasajes de la escuela, si, aun recuerdo los ojos del niño ese día en particular, llenos de unas lágrimas de ignorancia heredada, compartida voraz y necia como ella sola.
Los domingos son de asfalto y medición improvisada, de cancha trazada a tiza de pizarra escolar, arcos portátiles para guardametas en cruda, esos son alentando a sostener proyectiles directos a perforar medios ebrios, esos, los cuida porterías.
Es ahí donde todos los futboleros asociados en grupos con carnets de cartulina plastificada se reúnen a jugar, a sudar y defender sus camisetas, curioso grupo para una taxonomía callejera, ver desde jóvenes mal encarados, crudos todos crudos, hasta viejos con piernas de alicate y calcetines de oficina, un verdadero club tenia sede en la esquina.
Pero fueron ellos los que se armaron en cruenta cacería por el honor, vuelo, golpe y caída del guambra distraído, el que salió de su casa mandado por su madre tras el perro dálmata accidentalmente liberado mientras abrían la puerta.
Supongamos también que fue por el partido quebrado con espanto, el que quedó medio bebido, ahí permanecieron los tragos compartidos de botellas de fondo café y etiqueta amarilla; aun siguen insistiendo como leyenda urbana que hay que romper las etiquetas de marca de las botellas, que quienes ponen las etiquetas son seres ciegos, niños abandonados a los que les quitaron los ojos para venderlos a extranjeros. Ellos viven y comen de poner etiquetas en cervezas, para borrachines de fin de semana.
Heladas cervezas compradas aquí en frente, donde la señora esa, a la que todos odian pero nadie se atrevería nunca a mandarle al mismísimo diablo, simplemente por la necesidad de sus productos con sobreprecio y los chismes, esa mujer también tiene todos los chismes del barrio en venta.
Los futboleros enfurecidos tras una vieja desteñida a rubia postiza, la que pico a toda velocidad su auto, perdiéndose por las calles recién asfaltadas, nadie tuvo la precaución de anotar placas de la nave mata niños.
El niño había quedado tendido en la vereda, inconsciente, estos no saben de números de emergencia, generalmente la emergencia son ellos corriendo delante la policía.
Maquinalmente se prestó el teléfono para llamar a los bomberos, si, los bomberos vinieron al rescate en su traje de chorizo militar.
Al tercer día el niño resucitó, ni rastros de la rubia postiza, hoy domingo la cancha-calle tuvo mas afluencia, llegaron las finales.