LA PELEA

LA PELEA

Ya está todo dicho, no hay vuelta atrás, cuando toque el timbre anunciando el fin del día tendré que enfrentarlo.
Tengo miedo, el vértigo en el estómago se me instaló después que pasó la adrenalina de la discusión y tomé real conciencia del tamaño que tiene mi contrincante.
Me lleva más de una cabeza, debe pesar unos quince kilogramos respecto a mí.
Sus brazos musculosos me impresionan, los vi en acción varias veces ganando pulseadas durante los recreos, pero… ya es tarde para arrepentimientos y renuncias. Quedaría como un cobarde ante el resto de mis compañeros de la escuela y mi hombría caería en lo más bajo.

Desde que ocurrió el conflicto he sido el centro de atención. Algunos me aconsejan que trate de escapar apenas pise la vereda, otros me miran de reojo y hablan en voz baja.
Trato por todos los medios de no mirarlo, se que sus ojos están clavados en mi nuca y puedo sentir el deseo que tiene de ponerme las manos encima.
Quisiera que esto no hubiese pasado nunca, sin embargo sucedió y no hay manera de evitar lo inevitable. Este pedazo de animal se me vendrá como una fiera embravecida golpeando mi humanidad con toda su fuerza.

No puedo concentrarme en la clase ni siquiera se que está diciendo el profesor.
Tengo una sensación horrible y a esta altura de los acontecimientos quiero que toque el timbre para terminar con todo esto, de una vez por todas.
Poso mis ojos sobre el cuaderno que tengo en el pupitre como si leyera, pero en verdad lo que hago es rezar.
Le pido a Dios que me de coraje y fuerza para la pelea.

De repente me sobresalta el sonido estridente del timbre. Me da un vuelco en el estómago y comienzo a temblar. Trato por todos los medios que no se note el tembleque de mis manos y las introduzco dentro de los bolsillos del pantalón, después de guardar los útiles en la mochila que luego cuelgo a mis espaldas.
Siento todas las miradas sobre mí y que el mundo se me cae encima. El temblor ahora es más intenso y las piernas se me aflojan como si necesitara descansar después de cruzar un desierto.

Tengo la boca seca y pastosa y un frío raro recorre mi cuerpo.
Formamos una fila antes de saludar y retirarnos en orden. La sensación es la que deben sentir las vacas cuando van por el pasillo al matadero.
Salimos afuera, todos esperan mi reacción. Si actúo como un hombre caminaré hasta el campito detrás de la escuela, si no, saldré corriendo en dirección contraria.
Camino hacia el campito respirando profundo, disimulando el miedo que tengo.
El va delante mío rodeado por todos los que lo admiran.
Llegamos al campo de batalla. Me quito la mochila y la campera.

Él viene hacia mi a paso firme… se detiene y dice
– No quiero golpearte, quiero disculparme contigo, se que estuve mal, no debí referirme así a tu padre. Espero me disculpes.

Un buen cuento,aleccionador .
Donde se demuestra que no importa las condiciones que uno tenga de ganar cualquier pelea,sino la capacidad de pedir perdón cuando se equivoca,hay la firmeza de la hombría.

Uff! que momento. Haber zafado de una tonelada de yeso es un milagro.
Solo diferían en el tamaño. Dos hombres se habían enfrentado.
Muy lindo Cochito.

Muy lindo relato Ricardo y con un final, al menos para mi, inesperado. Un abrazo,
Jose

EN JUEGO EL VERDADERO SENTIDO LA HOMBRIA:SABER RECONOCER LOS ERRORES.
UN CUENTO QUE ES UNA CLASE .
MUY BUENO TIO...¿COCHITO? JA,LEI QUE ALGUIEN LE DIJO ASÍ...SUENA MEDIO RARO JA JA (UPS PERDON)