Nuestro silbido

Nuestro Silbido

No respondía a nuestro silbido.
Perfecto, el galleguito que llegó de la Coruña a los dos años y con quien nos hicimos entrañables amigos, no asomaba como de costumbre su cabeza por la ventana, mostrándome la palma de la mano en señal de espera.

Nuestro silbido, era irrenunciable desde aquel día que decidimos llamarnos emitiendo un sonido particular. Un código sólo nuestro,
un llamado del alma para reunirnos y disfrutar estar juntos a pesar de la diferencias culturales que existía entre las dos familias.
Mi padre un oficial del ejercito dedicado en su tiempo libre a la lectura universal y mi madre maestra de escuela estudiaba un profesorado en letras mientras que los de mi amigo eran campesinos sin instrucción.

Ninguna diferencia se interpondría en nosotros, para impedir una amistad que se consolidaba cada día sin importarnos ni entender la estupidez de los adultos.
Nos contábamos nuestras alegrías y penas tratando de entender un mundo que pretendía meternos en un conflicto que sentíamos absolutamente ajeno a nuestros sentimientos.

A veces, nos ganaba el silencio, sin embargo, el sólo hecho de estar cerca nos hacia sentir bien.
Mi timidez y su sufrimiento hicieron cayo en nuestros espíritus. Juntos éramos más fuertes a pesar de la niñez y la pequeñez de nuestros cuerpos.

Empanada gallega escondida entre las ropas, fue parte de la complicidad de un almuerzo oculto detrás de la arboleda del parque Saavedra o un locro santiagueño disfrutado en la terraza de mi casa los mediodías que me quedaba solo, era el intercambio cultural más sabroso.

El, aprendió a saludar a mi padre con un… buen día Señor y yo a comprender el silencio que se desprendía de su padre cuando lo saludaba con un… buen día Don José.
Aquella tarde, la calma de la siesta se interrumpió sólo por un silbido que se perdió a lo lejos, mientras que un llanto ahogado se acurrucaba detrás de la ventana de los López.

Me fui a nuestra esquina. Sentado en el piso recogí las piernas y apreté contra el pecho la soledad. Desde allí, vi como José el padre de mi amigo se alejaba colocándose un grueso cinturón que pasaba por las presillas de su pantalón.

Varios días pasaron sin que respondiera a los silbidos, hasta que por fin… nos reunirnos.
Se acercó sin decir nada, su mirada triste se clavó en la vereda.
El silencio me mostró las brutales razones, que las huellas de los azotes dejaron en su rostro.

Entendí su vergüenza, lo abracé con fuerza mientras que nuestros corazones buscaban en el mundo un lugar donde no nos sintiésemos inmigrantes.

Lindas pinceladas de prácticas tan comunes en epocas pasadas, aunque tan vigentes en mi mente como si hubiese sido sólo ayer. Un fuerte abrazo,
José

Gracias José y Poe, este relato lo modifiqué despues que ustedes comentaron. Pido disculpas y los invito a leerlo otra vez
Gracias

Me encanto, una historia que se, te llegó hasta el alma.

Excelente relato,recuerdos que se graban en la memoria,que marcan un tiempo tan diferente de este.
Muy bien,un abrazo.

Lo volví a leer y definitivamente me parecieron acertados los arreglos que le hiciste. Es una historia conmovedora en su candidez y contenido y lo que le agregaste la hacen aún más entrañable. Un gran abrazo,
Jose