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 La Posada de los Brujos. Capítulo 26.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 26.   La Posada de los Brujos. Capítulo 26. Icon_minitimeMar Feb 14, 2012 3:57 pm

Capítulo 26

La Venus nocturna.
En la sala comedor ocuparon puestos junto a una gran y fina mesa. Mientras ingerían los alimentos, siguieron la amena y divertida conversación en la cual todos participaban, olvidando aparentemente que la muerte los acechaba desde la oscuridad o, tal vez, en forma inconsciente confiaban en el gran José y sus perros que patrullaban el enorme sitio bajo la tenue luz celestial que anunciaba el fin del día.
La sobremesa se alargó un tanto en la biblioteca y el tema fue llevado por don Rufo que paseaba su mirada en las diferentes pinturas que adornaban esa sala.
—Es extraño que esta casa no luzca la última adquisición, una obra maestra muy cara, comprada hace pocos días; tengo entendido que nuestro amigo y joven detective es el autor.
Hubo un silencio después de sus palabras, que fue interrumpido por doña Matilda, quien dio un suave y elegante carraspeo, aclarando su garganta dio un rápido vistazo a la ida Gina, que miraba un punto indeterminado en uno de los muros de la gran habitación. María, una mujer muy inteligente, tocó el hombro de la rubia muchacha, le musitó algo al oído, ella asintió y ambas se retiraron.
La elegante dama se puso de pie, lanzó una profunda mirada en una muda invitación el grupo emprendió camino hacia un amplio pasillo, cuyas paredes tenían adornos relacionados con la Edad Media; un gran cuadro donde un magnífico dibujante plasmó un castillo con todos los detalles de las almenas, troneras, torres principales y puente levadizo sobre una fosa con agua. Cada cierto trecho o la armadura de un caballero medieval o escudos, lanzas, enormes espadas o los terribles mazos. Todos los presentes la siguieron y el sonido de sus pasos desapareció cuando pisaron una mullida y fina alfombra azul por la que caminaron en silencio fantasmagórico, hasta que ella se detuvo frente a la última puerta de dos manos. Giró la gran y preciosa manilla dorada y entró a otra gran sala; la curiosidad de los visitantes los hizo mirar al interior por sobre los hombros de la frágil mujer.
Se trataba de una sala semejante a las expositoras de pinturas, muy bien iluminada, con la luz justa para cada cuadro. Doña Matilda dio comienzo a un gesto para indicar algo, pero quedó petrificada y quienes la seguían vieron asombrados a Lupita, quien estaba extasiada contemplando un cuadro que ocupaba un lugar de privilegio con iluminación que salía de dos focos desde el suelo y otro al frente en ángulo indirecto, todo protegido por un cordón color oscuro que impedía a los espectadores aproximarse demasiado.
Los varones no pudieron callar y con pequeñas exclamaciones de admiración, iniciaron un murmullo que sobresaltó a la joven, cuyo rostro se ruborizó, y agachando la cabeza murmuró una excusa y comenzó a retirarse suavemente.
Lucas quedó con su boca entreabierta al ver la pintura que atraía a la hermosa sirvienta, pues se trataba de su creación máxima: La Venus Nocturna. Sintió un estremecimiento en su cuerpo y en su espíritu; los demás casi se atropellaron para entrar al salón y el murmullo aumentó. El joven pintor no pudo dar un paso más, estaba demasiado asombrado ante el hecho que las señoritas Carusso habían comprado su obra maestra; su representante en la sala de exposición le había contado que un comprador desconocido había pagado dos millones de dólares por ella e insistieron en llevársela inmediatamente; por supuesto toda su obra pictórica aumentó considerablemente su valor.
Su mente no era capaz de explicarse tantas interrogantes que surgieron. ¿Por qué no le contaron las aristócratas de la adquisición de su obra maestra? ¿Qué hacía la bella Lupe contemplando arrobada aquella pintura? En fin, no tenía respuestas y sólo atinó a tomar con suavidad del brazo a la joven cuando se retiraba.
—Por favor Lupita, quiero hablar con usted.
—Cuando quiera, señor De los Ríos —sus bellos ojos lo miraban casi con adoración y sus lindos labios dibujaron una sonrisa de complacencia por haber sido tocada por él.
Se apartaron unos metros de la puerta por el lujoso pasillo y con voz suave, pues no quería asustarla, le comentó:
—Veo que le gusta mi trabajo, espero que no vaya a tener problemas con sus patronas por entrar a esta sala.
—No se preocupe, don Lucas. En esta casa Nalda y yo podemos entrar en todas los aposentos, así lo dispusieron nuestras protectoras —sus largas pestañas se entornaron al mirar el piso—. Vengo muy seguido a mirar tan hermosas obras de arte, pero… la suya es la más bella.
— ¿Por qué lo considera así mi pintura, querida Lupita? —la suavidad de su viril voz tuvo la mágica recompensa de recibir otra intensa y rápida mirada de la hermosa, quien continuó ruborizada mirando el piso.
—Me gusta porque es tan bella y… porque la hizo usted —alzando decidida su mirada, agregó—. Encuentro que usted captó muy bien a la Posada de los Brujos y a la mujer saliendo de la laguna.
El joven quedó atónito, sus ojos se abrieron mostrando su asombro ante la declaración de la muchacha.
—No… no la entiendo. ¿Quiere decir que conoce ese lugar?
Ella asintió, mirando el piso como una niña culpable, pero repentinamente, como asustada, echó a correr por el pasillo, dejando perplejo al artista.
Cuando ella se perdió en el otro extremo del pasillo, entró al salón y con un rápido vistazo se dio cuenta que había obras de famosos pintores. Se aproximó al grupo que estaba escuchando en un silencio casi religioso a la señorita Matilda.
—Así comprenderán ustedes que no podía hablar en presencia de mi sobrina Gina, quien se pone tan inquieta al ver este cuadro. La explicación del médico siquiatra que la está tratando, le recuerda sus “demonios” que debe vencer para salir finalmente de su estado, recuperando la memoria que perdió por el terrible trauma que significó la muerte de su padre.
La pintura realmente destacaba ante las otras, quizás por la luminosidad que le aplicaron, pero no había dudas que el tema de la misma era fuerte y atraía por la belleza de la mujer desnuda, pero en contraste con la fogata que iluminaba de rojo la extraña vivienda llamada La Posada de los Brujos y la oscuridad de los alrededores rota por la luz pálida de la luna llena.
Lucas, en medio de sus pensamientos que daban vueltas en su cerebro, debió reconocer dentro de su modestia, que sí era una obra maestra. Tal vez nunca más tendría una inspiración semejante que golpeara su alma de artista, para lograr plasmar sus sentimientos en cada centímetro cuadrado de la hermosa tela.
En medio de una conversación muy entregada al arte, la matriarca comenzó a caminar hacia el pasillo. El pintor e investigador se juntó con Carlo, quien con una sonrisa le dio la mano y le felicitó afectuosamente por el talento demostrado en la pintura; el joven sobrino lo tomó de un brazo y, mirándole los ojos, le hizo un gesto que deseaba hablarle en privado.
—Don Lucas, deseo manifestarle mi gratitud por el empeño que ha puesto en investigar los odiosos atentados de que hemos sido víctimas.
—Sólo cumplo con mi deber, don Carlo, aunque iba a confesarle que lo habíamos visto cuando Sergio y yo hacíamos indagaciones. Pero, preferí dejar las cosas claras.
Carlo Carusso lanzó una suave sonrisa.
—Perdone, es la costumbre de supervigilar la labor de quienes trabajan bajo mis órdenes. Claro, usted investiga para mis tías, pero… no está demás que lo ayude también. Quedo a sus órdenes en caso que me necesite o requiera algún dato que sirva para esclarecer la identidad del criminal. Supongo que no querrá adelantarme algo de cómo van encaminadas sus investigaciones.
Con una suave sonrisa, De los Ríos hizo un movimiento negativo con su cabeza.
—Tendré en cuenta su ofrecimiento y no le quepa la menor duda que lo llamaré si es necesario.
Una vez que todos estuvieron en la biblioteca, lugar preferido para tratar negocios o temas de esta naturaleza, don Rufo y Carlo se excusaron para retirarse, pues la noche comenzaba. No aceptaron la invitación para pernoctar en la hermosa y regia mansión, pues debían atender sus respectivos negocios muy temprano al día siguiente. Por su parte Lucas y Sergio manifestaron sus deseos de ir a dormir, aún cuando el calor de ese día todavía estaba presente.
El joven investigador, ya en su cuarto miró su reloj, eran pasadas las 21 horas y la oscuridad exterior se apoderaba del paisaje. Con una sonrisa recordó a su hermanito del alma que se recostó en prenda interior sobre la cama y “echó andar el serrucho” con sus ronquidos, casi inmediatamente después de decirle “buena noche”. Comprendió que la juventud de un muchacho sano de cuerpo y alma lo hacía dormir tranquilamente.
Antes de retirarse a descansar, decidió echar un vistazo desde los ventanales hacia el fondo de la propiedad, justo cuando los focos de la casa se encendieron para iluminar el perímetro de la casona. Vio el cielo oscurecido, pero con las primeras estrellas y una luminosidad detrás de las montañas orientales, sin duda la luna llena que se aprestaba a salir con su majestuosa presencia. Todo se reflejaba sobre las quietas aguas de la gran piscina que le recordaba aquella pequeña laguna allá en los campos del sur.
Se desnudó, quedando sólo con su prenda interior y se recostó sobre el mullido lecho. No pudo quedarse dormido como hubiera querido, su mente era un torbellino con tantas vivencias y recuerdos de ese día inolvidable. El rostro de Lupita confesándole que conocía aquel extraño lugar que le permitió inspirarse para pintar su mejor obra, así se sucedían los rostros de los araucanos María y José, don Rufo conversando con las señoritas Carusso, la curiosidad de Carlo; no obstante, había dos hechos que no podía sacar de su mente: que la bella Lupita tuviera tal atracción por la pintura La Venus Nocturna y los datos que le enviaban sus amigos y excolegas de la Policía de Investigaciones, anotados cuidadosamente en su libreta. Estos antecedentes le indicaban varios caminos, pero presentía que si los estudiaba con detención, podría aclarar definitivamente el enigma.

(Continuará: “Luna, Amor y Sangre”)

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