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 La Posada de los Brujos. Capítulo 15.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 15.   La Posada de los Brujos. Capítulo 15. Icon_minitimeVie Feb 10, 2012 12:08 am

Capítulo 15

Una Fortuna Imposible de Medir.
Pasaron una agradable reunión alrededor de la mesa del desayuno, junto a las distinguidas y hermosas hermanas dueñas de la mansión. También estaba Gina, como ausente, nada le interesaba; como siempre a pocos metros, María cual perro guardián, siempre atenta para cuidar a la desvalida muchacha. Sus tías estaban excitadas con el dramático episodio de esa noche y volvieron a negarse a dar cuenta a las autoridades acerca del nuevo atentado. Sin dudas, la personalidad férrea era otra de las cualidades de las aparentemente débiles mujeres.
La señorita Isabella lo miró directamente a sus ojos con esa serenidad y determinación que tanto gustaba al joven pintor.
—No conviene a la familia Carusso que este escándalo llegue a la prensa; nuestra vida privada es tranquila, salvo por esos locos asesinos y… para eso lo llamamos a usted.
—Pero, señorita Isabella, es conveniente que la Policía sepa de estas tentativas de homicidio…
—Por favor, señor De los Ríos —la voz de la señorita Matilda tuvo una entonación levemente dura—, usted no sabe qué ocurriría con los negocios de la familia. Mmm, acabo de darme cuenta que ustedes ignoran cuáles son. Nosotras no figuramos en ninguna parte como… como millonarias, por la misma tranquilidad que queremos mantener; sólo por la confianza que tenemos en ustedes les diré somos dueñas de dichos negocios y quien figura en los medios de comunicación como propietario es el señor Cañedo, como si fuera el potentado, por lo menos así lo llaman los periodistas. Le hemos entregado a través de documentos la administración de las empresas Carusso bajo otro nombre, todo legal naturalmente; luego le contaré la historia de este buen hombre de origen mexicano.
El asombro de ambos jóvenes los hizo enmudecer, las delicadas mujeres que tenían ante ellos eran dueñas de la fortuna más grande del país, con sucursales en el extranjero; todos las empresas más destacadas eran de su propiedad y estaban bajo la batuta del ejecutivo señor Cañedo, quien expandió el oculto imperio de las hermanas hacia importaciones y exportaciones que, casi mágicamente, producían una cantidad de dólares tan grande que ahora se explicaban los investigadores la regia vida que llevaba la familia.
La admiración por la sencillez y amabilidad con que actuaban ambas señoritas, creció aún más en los dos amigos. Parecían dos señoras de la alta sociedad chilena con un buen pasar económico, muy educadas, gentiles y simpáticas; nadie podría imaginarse del dineral que, aparentemente, ellas mismas ignoraban tener.
Rufo Cañedo, el administrador de toda la fortuna Carusso, era más un amigo que un empleado de Marcelo Carusso, el fallecido hermano y padre de la joven Gina. Según relataban, hallaron en él un hombre tan honrado y agradecido por haberle dado trabajo cuando pasaba las horas más tristes con su esposa e hijos, casi muriendo de hambre, de simple empleado ayudante personal hasta que fue considerado amigo por su inteligencia y preparación para incrementar la, en aquella época, mediana hacienda de la familia. Claro está que su paga era tan grande que vivía muy bien, además debía aparentar ante todo el mundo que era el propietario de los mencionados comercios.
—A propósito, Rufo Cañedo nos avisó que mañana viene a almorzar con nosotros y a darnos un resumen de las actividades comerciales, algo que aburre pero que nuestro buen amigo y administrador general considera su obligación informarnos —la voz de doña Matilda, suave, educada, seducía con ese ligero acento italiano—. ¡Ah!, por una casualidad va a venir también nuestro amado sobrino Carlo, quien siempre trata de hacer volver a la realidad a mi pobre niña.
El joven observó que Gina se comunicaba sólo con María, pocas palabras, pero con una extraña relación que lo hizo pensar en la telepatía; desechó tal idea, seguramente era la estrecha compañía que las unía y se comprendían. Con su aguda percepción comprendió que la araucana y la joven enferma dejaban fuera de su círculo a todos, incluidas sus tías.
Durante la mañana Lucas y Sergio estuvieron llamando por teléfono a varias partes; usaban sus contactos en la policía y dejaron a sus amigos un listado con todo el personal que trabajaba para la familia Carusso, pidiendo toda clase de antecedentes. Las respuestas llegaron a través del computador, fue entonces cuando les llamó la atención que el chofer de la casa, Jacobo González González, había sido taxista y que registraba una detención preventiva mientras se investigaba una gresca en un prostíbulo, donde falleció uno de sus agresores por el disparo de un incógnito individuo que se dio a la fuga. Quedó libre y se limitó a declarar en el Tribunal que había sido una riña de ebrios y que nunca supo por qué lo defendió a balazos el desconocido.
Lucas decidió entrevistarlo cerca del mediodía, necesitaba reunir todo dato que le sirviera. Le comunicó a doña Matilda que estropearía algo las paredes del segundo piso en busca de los proyectiles que habían sido tirados la noche anterior. Ante la curiosidad de José y de Pascual, el anciano servidor, que se disponían a retirar los restos de vidrios rotos, ambos jóvenes encontraron dos balas incrustadas en la pared de los dormitorios y que guardaron cuidadosamente. Eran de un calibre muy común, punto 38 en la jerga balística; potentes y que disparadas con un revólver de cañón largo son precisas y mortales en manos de un buen tirador, aun al doble de la distancia de los 25 metros que es lo acostumbrado en la práctica de tiro al blanco.

(Continuará: “ Un Chofer Enojado”)
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